Unidos por la música, jóvenes de extracciones étnicas,
o rientaciones sexuales y edades diversas bailan alegremente en
la pista repleta disfrutando con los ingeniosos trucos acústicos
del disc-jockey. El sentimiento de comunión se acentúa a medida
que la música ensordecedora, combinada con efectos visuales, atrapa
a los participantes —ritmos y pulsaciones de una máquina mensajera
de paz, amor y unidad. Bienvenidos a Body and Soul, en el corazón
de Nueva York, un club donde la pista de baile hace realidad el
sueño de una isla utópica donde, según una diva de la música dance,
“cada cual es libre de pasarlo bien”.
En Body and Soul, disc-jockeys como Joe Claussel
siguen firmemente decididos a mantenerse alejados de los gigantes
mundiales del ocio, a mezclar y combinar todo tipo de estilos musicales
y de públicos , y a considerar la “cultura dance” algo más que una
buena fuente de ingresos.Y para ello se necesita mucha voluntad
, pues en los últimos diez años la cultura dance o clubbing,
basada en la música electrónica, se ha convertido en un mercado
internacional multimillonario pese a los esfuerzos de Claussel y
de sus colegas por materializar sus sueños de diversidad cultural
, independencia artística y espiritualidad universal. Para muchos
de sus adeptos, la cultura dance constituye una escapatoria frente
a la reglamentación de la vida moderna , un retorno a una utopía
preindustrial.
Pero antes de ahondar en este fenómeno mundial, se
necesita un poco de historia y de vocabulario. Para empezar, evitemos
la utilización genérica del término “tecno” para describir todo
lo que suponga sonidos electrónicos estridentes. El tecno es en
realidad una rama de la música electrónica, un género en constante
expansión. Engendra continuamente variantes nuevas a medida que
los discjockeys reelaboran músicas y sonidos de todo tipo –del silbato
de un tren a la salmodia de un lama tibetano– dentro del fragor
de un ritmo a cuatro tiempos. Dos de sus principales subgéneros
son el tecno y el house.
La cultura nacida de esa música, en particular el
house, es en cierto modo una nueva versión del periodo “disco” de
los años setenta. Todos recordarán esa época de excesos, simbolizada
por el traje blanco de John Travolta en la película norteamericana
Fiebre del sábado noche. Antes
de que la clase media blanca de Estados Unidos adoptara la versión
comercial popularizada por los Bee Gees, esa música fue considerada
un derivado del funk y el soul: comercial en sus aspiraciones, pero
también divertida y moderna . Perdió popularidad debido al rechazo
de los rockeros hastiados del género y por una excesiva difusión
de la película Fiebre del sábado noche.
Los tres grandes géneros populares y anticomerciales que eran el
reggae en Jamaica, el punk en el Reino Unido y el hip-hop en Nueva
York aparecieron en ese momento. Pero el principio de la música
disco –crear una interminable banda musical para que el público
bailara toda la noche– sobrevive en la corriente sin fin de la música
electrónica.
La música house, en particular, se presenta a menudo
como un símbolo de diversidad cultural. Sus orígenes están en las
discotecas de negros y latinos , donde encontró su primera audiencia.
En los años ochenta, productores/DJ afroamericanos, como Frankie
Knuckles, Marshall Jefferson o DJ Pierre , empezaron a perfeccionar
sus composiciones en clubes underground gay y heterosexuales de
Nueva York, como por ejemplo el legendario Warehouse del que el
house tomó su nombre .También por entonces el DJ Larry Levan, en
el Paradise Garage de Nueva York, definió un subgénero específico
(el garage, más lento y más semejante al gospel que el house) y
dio la tónica de los raves1
actuales —no se consume alcohol, pero sí drogas en abundancia, una
música mixta, estridente, rítmica, destinada a un público motivado
y que se difunde durante unas quince horas sin interrupción. Al
mismo tiempo, en la jungla de cemento postindustrial de Detroit
(Michigan) apareció el tecno, una forma más tranquila y futurista
del house. La música tecno está constituida de ritmos yuxtapuestos
a ruidos mecánicos y voces sintetizadas. Surgió de un diálogo transatlántico
entre productores jóvenes afroamericanos con posiciones radicales,
como Kevin Saunderson y Derrick May, y representantes de la euro-pop
electrónica, en particular Kraftwerk, grupo experimental alemán
de los años setenta.
A mediados de los ochenta surgieron varias firmas
de discos independientes. Las diversas tendencias de house, garage
y tecno estadounidenses comenzaron a exportarse a Europa, lo que
provocó la aparición de otras variantes y de nuevas Mecas de la
música electrónica. Explicar por qué una determinada tendencia se
aclimató en cierta región del viejo continente daría lugar a todo
un artículo. En resumen, la música house más cálida y próxima al
gospel encontró su público en Italia; el norte de Europa (Países
Bajos, Bélgica y Alemania) fue un terreno fértil para un tecno frío
y duro, que la tradición electrónica de esos países había en parte
engendrado; el Reino Unido estuvo a la cabeza de la adopción y la
adaptación de los nuevos sonidos estadounidenses. Cada variante
encontró su audiencia; el house con influencia del gospel fue adoptado
por los aficionados al soul, en tanto que el tecno captó adeptos
del rock e incluso del punk. En 1987, un grupo de disc-jockeys y
veraneantes británicos pasaban las tradicionales vacaciones bajo
el sol de Ibiza, sitio legendario del movimiento hippy. En esta
isla española reconocida por su tolerancia hacia las drogas descubrieron
una combinación muy poderosa: la MDMA (alias éxtasis o E). Esta
droga que provocaba una sensación de empatía era el acompañamiento
perfecto del sonido vibrante y futurista del acid house, una variante
del house estadounidense. Al regresar al Reino Unido, esos disc-jockeys
trataron de revivir en la lluviosa Inglaterra la atmósfera de Ibiza.
Crearon sus propios clubes en cobertizos abandonados y bajo los
puentes de ferrocarril y celebraron fiestas acid house no autorizadas
donde multitudes de veintiañeros podían alcanzar el éxtasis y divertirse
en grande. Estas manifestaciones fueron el prototipo de los futuros
“raves”.
Las fiestas atronaron durante casi un año antes de
que los padres y la policía se alarmaran ante sus dimensiones “amorales”
e ilícitas. Los medios de comunicación hicieron su agosto dando
una versión sensacionalista de los peligros de los raves. Ello los
hizo más atractivos aún para los adolescentes en busca de emociones
fuertes. Las fiestas acid se volvieron clandestinas, pero en el
verano de 1989 volvieron a aparecer fuera de las áreas metropolitanas,
en centros de recreo, casas de campo e incluso en el campo mismo.
Las macrofiestas se multiplicaron y se estima que una de ellas,
Sunrise, atrajo a 10.000 participantes.
Cinco años después del nacimiento del rave, el gobierno
británico aprobó diversas leyes para reprimir las manifestaciones
de ese tipo. La represión tuvo efectos contraproducentes. Al hacer
que los eventos se volvieran cada vez más clandestinos, se estimuló
su politización y la filosofía DiY (Do it yourself, házlo tú mismo).
Los ravers DiY no sólo organizaron fiestas para bailar, sino también
protestas musicales en torno a problemas ambientales y de justicia
social. Grupos como el legendario Spiral Tribe empezaron a difundir
el “evangelio” de la resistencia punk en Europa participando en
el lanzamiento de “Teknivals” (festivales tecno) en Francia y Alemania.
Grupos similares contribuyeron al desarrollo del festival tecno
europeo, con una de las fiestas más concurridas del mundo: la Love
Parade de Berlín, que atrajo en 1999 a un millón y medio de europeos.
Al mismo tiempo, la legislación hizo que las muchedumbres
volvieran a los clubes autorizados. A fines de los años noventa
aparecieron megadiscotecas dotadas de un estricto control y una
estrategia comercial. Clubes como Ministry of Sound en Londres y
Cream en Liverpool son negocios rentables que invitan a los mejores
disc-jockeys del momento a actuar en un ambiente estrictamente reglamentado.
Pese a este auge comercial, el sueño democratizador
de una cultura dance sigue vivo. Hasta ahora el modelo rock predominaba
en la industria del ocio. Este se basa en la existencia de grupos
que firman contratos de larga duración con empresas de producción
y distribución, lo que les permite grabar un álbum en un estudio
comercial caro. La empresa se ocupa luego de la promoción del disco
organizando conciertos en grandes salas.
La música dance transformó radicalmente este modelo.
En vez de firmar un contrato con un grupo y de promoverlo, las empresas
de grabación y los clubes asumen la tarea mucho menos onerosa de
contratar y representar a un solo DJ que trabaja con un equipo digital
que se consigue a precios cada vez más competitivos. Con percusiones
y sintetizadores, los magos de la tecnología imitan los inst rumentos
tradicionales.Gracias al sampling
pueden grabar y manipular cualquier sonido, sumiendo a la legislación
sobre la propiedad artística y los derechos de autor en una confusión
de la que aún no ha podido recuperarse.
Individuos creativos sin formación musical y con
conocimientos elementales de electrónica pueden producir ahora música
dance en sus computadoras personales con programas como Cubase.
Con material digital es posible componer un “corte” (ya no se llama
canción), producido y mezclado íntegramente por el DJ/productor.
Aunque la producción digital es lo habitual en el
house, en las discotecas todavía predominan los discos de vinilo,
en contraste con formas digitales como los discos compactos. Los
disc-jockeys prefieren las ventajas inmediatas de la aguja y las
manipulaciones sonoras que permite. Sin embargo, en muchos lugares
como Portugal o Belgrado ya no hay fabricantes de discos de vinilo
y deben importarlos de Nueva York y de Londres.
Muchos artistas quisieran mantenerse independientes
y crear sus propios sellos. Sin embargo, si la grabación se convierte
en un éxito, el artista necesitará una inversión importante para
satisfacer la demanda. Por consiguiente, se verá obligado a tratar
con grupos de distribución, independientes o grandes firmas, o a
vender su composición directamente a una casa discográfica. De ese
modo, incluso los DJ-productores independientes son recuperados
por el mercado mundial del disco.
El acceso a la fiesta mundial
Aunque la tecnología digital ha abierto nuevas
posibilidades a la producción independiente, no todos tienen acceso
a ella. Se concentra por muy amplio margen en Estados Unidos, Europa
occidental y Japón. En Occidente, el tecno reproduce el modelo dominante:
la mayor parte de los disc-jockeys son varones. Cuando una mujer
disc-jockey logra imponerse, en las revistas musicales se la lanza
al mercado como una imagen curiosa más que como productora competente.
Cuando hablo de mi experiencia en un grupo de música dance (como
programadora y teclista), la primera pregunta que se me formula
es: ¿es usted cantante?
La música electrónica, que sigue los meandros de
la producción y la distribución internacionales, se está consolidando
de São Paulo a Tel Aviv, abarcando un amplio espectro político y
cultural. Sin embargo, su difusión no ha contribuido a equilibrar
la distribución desigual del poder. Las metrópolis occidentales
siguen dominando con las cinco mayores firmas productoras de discos,
que controlan la distribución y acatan las distinciones tajantes
de sexo y de clase. Por lo tanto, no podemos evitar preguntarnos:
¿acoge esta fiesta mundial a todos por igual?, ¿son todos realmente
“libres de pasarlo bien”?.
[1] - En la década de 1970, los
afrocaribeños y los afroamericanos utilizaban el término “rave”con
el sentido de “fiesta” o de “pasarlo bien”. Hacia 1987/1988, los
jóvenes británicos empezaron a emplear este término para designar
grandes fiestas, a menudo no autorizadas, que atraían a miles de
participantes que pagaban entrada. Varios DJ animaban la fiesta
durante toda la noche.
Artículo publicado originalmente en
el Correo de la UNESCO en su número de Julio-Agosto 2000
Hillegonda es profesara de comunicación
de la Universidad del South Bank (Londres). Ha publicado This is
our house: house music, cultural spaces and technologies (Ashgate,
1998)
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