Una nueva cultura musical está imponiéndose entre
los jóvenes de los barrios pobres de la periferia de Johannesburgo
(Sudáfrica). En los pequeños clubes nocturnos y en los bares de
estas pobres ciudades dormitorio, la juventud ignora la música “auténtica”
de los grupos de jazz africano y prefiere los sonidos grabados.Tal
como descubrieron en los años cincuenta los técnicos de sonido jamaicanos
o los disc-jockeys hip-hop del sur del Bronx a mediados de los setenta,
basta con dos platinas, un mezclador y un micrófono (made in Japan),
unos cuantos discos de vinilo (de Europa o de Estados Unidos) y
un buen DJ para pasarlo bien durante toda la noche.
La irrupción de la “cultura club” en lugares como
éstos pone en tela de juicio el concepto simplista de autenticidad
(¿no deberían los africanos escuchar música africana?) e impide
percibir el significado real de la cultura juvenil –vinculada generalmente-
a la música. La música de estos muchachos no cuadra con el análisis
demasiado superficial que suele hacerse de la música africana de
la diáspora. En muchos casos se puede seguir la transformación de
ésta desde sus orígenes africanos –las auténticas raíces de la música–
hasta su acondicionamiento (“blanqueo”) o su transformación en mercancía
( “ venta a gran escala”) por las oportunistas compañías occidentales.
En el caso sudafricano no se puede apreciar el mismo proceso. Los
jóvenes escuchan una música con raíces en la diáspora africana (el
house se creó en los clubes gay de los barrios negros y latinos
de Estados Unidos), pero procedente de las ciudades del norte de
Europa. Gracias a la música se sienten más unidos a Occidente —así
como sus vaqueros de marca y sus gorras de béisbol constituyen un
símbolo de ascensión social. Pero su desprecio del jazz africano
a favor del house europeo ¿es una forma sutil de apropiación inversa
(es decir, de considerar esa música como suya) o simplemente mala
fe (un rechazo de su propia cultura)? En realidad, estos comportamientos
son demasiado complejos para ser analizados como una mera dicotomía.
En vez de aportar respuestas, estos comportamientos musicales suscitan
preguntas críticas: ¿la globalización es un indicio de unificación
mundial o de imperialismo cultural? ¿Esta cultura juvenil en ciernes
es un nuevo ejemplo de globalización de dirección única —Occidente
exporta singles, Coca-Cola, vaqueros de diseño y otros productos
de marca al Tercer Mundo, en un infinito ciclo de seducción y explotación?
O, por el contrario, ¿se trata de una adaptación creativa —los jóvenes
experimentan, mezclan símbolos de prestigio para crear su propia
cultura autónoma? En Sudáfrica, los discjockeys de los barrios pobres
ponen los discos de house a 90 beats por minuto (bpm); en Europa
se prefieren los 130 bpm. La velocidad reducida convierte al trepidante
y frenético sonido europeo en un pegajoso y mal definido estilo
funk, que acompaña perfectamente los hábitos alcohólicos sudafricanos,
así como la velocidad de la música europea va unida al uso de drogas.
A la juventud negra le basta un mero cambio de velocidad para volver
a definir y recuperar una forma occidentalizada de los ritmos afroamericanos.
Rebeldía juvenil
Estos jóvenes sudafricanos, ¿están creando nuevas identidades híbridas
o celebran el funeral de sus propias tradiciones culturales? En
su artículo sobre el hip-hop, Jeff Chang apunta que no está claro
si las culturas musicales juveniles “reflejan una rebeldía juvenil
híbrida o una rendición ante el capitalismo mundial”.
Esta dualidad constituye el dilema principal al que
se enfrentan los análisis académicos de las culturas musicales juveniles,
en especial el dance o música electrónica (el house y sus derivados)
que se ha impuesto mundialmente como la música popular más importante,
a expensas del rock. Trátese del tecno de Detroit en Birmingham,
del trance en Goa o del funk en Río de Janeiro, no existe una teoría
que explique los diferentes manifestaciones y comportamientos relacionados
con el dance. Es imposible resolver de forma definitiva el binomio
rebelión juvenil/recuperación por la industria musical.
El sociólogo caribeño Stuart Hall señala que el principio
básico de la cultura popular es la contradicción y que no se puede
garantizar que los “significados” codificados en productos culturales
(anuncios televisivos o discos) serán los mismos que “descodificará”
el público. En el mundo de la cultura popular no se puede dar nada
por sentado, mucho menos cuando se trata de grupos socialmente marginales.
Una misma música puede dar lugar a distintos tipos
de comportamientos y manifestaciones. En las “megadiscotecas” exportadas
al mundo entero se reúne una “comunidad musical”. En las fiestas
ilegales de Irlanda del Norte o de Sarajevo, el concepto de “comunitarismo
musical” cobra fuerza a la luz de los antagonismos religiosos o
étnicos que, aunque sea brevemente, se consiguen olvidar en torno
a las pistas de baile. El acceso a una y otra manifestación musical
es completamente distinto.
Es posible que la rebeldía actual expresada en la
música se convierta en una tendencia popular y más adelante en objeto
de nostalgia. Pero, en realidad, es más correcto afirmar que lo
marginal se volverá comercial, ya que una de las pocas cosas que
se pueden anticipar respecto a la música es que evoluciona constantemente.
Los teóricos especializados en tecnología ven el dance digital como
un virus extraño con vida propia, que se divide y se transforma,
se expande y contrae continuamente. No hay más que ver las múltiples
formas efímeras que se han creado: neuro-funk, acid jazz, tech-step,
happy hardcore, trip-hop, nosebleed,etc.
En su dispersión –a través de los circuitos tradicionales
(discos, radios) y de Internet– la música electrónica se fusiona
con formas y estilos locales: flamenco, dancehall reggae, pop de
Oriente Medio. Este contacto lo revitaliza y aparecen nuevas tendencias
comercializadas por los centros de producción. El desprecio que
siente la juventud por lo ortodoxo y la constante amenaza que representa
la ávida industria musical global son indisociables y determinan
la constante evolución de la música.
Estas mezclas y combinaciones musicales, ¿prueban
la creciente hibridación de las formas estéticas o el apetito caníbal
del capitalista Occidente? Las tendencias como el dance asiático,
liderado en el Reino Unido por la Asian Dub Foundation ¿significan
que Occidente está asumiendo sus responsabilidades postcoloniales
o no son más que un nuevo ejemplo de su pasión por lo exótico?
Para los analistas, el reto consiste en disecar estos
procesos. El objetivo es lograr que esta creatividad cultural (a
menudo poco recompensada) obtenga el reconocimiento que se merece,
pero, a la vez , evitar que la celebración de la creatividad y del
hedonismo juvenil sea aprovechada por comerciantes y oportunistas
—vendan pastillas de éxtasis, ropa de marca o refrescos-.
Entre resistencia y explotación
El dance sigue desarrollándose y transformándose, centralizando
los problemas propios de la juventud –en particular la drogadicción
y el hedonismo– , asociándose con las políticas locales, brindando
oportunidades de pasarlo bien, trabajar y crear, pero también dando
pie a la explotación capitalista. Porque, como cualquier tipo de
expresión cultural, el dance está ligado a un contexto sociopolítico.
Aunque responda a aspiraciones mundiales, siempre se manifiesta
localmente: se baila en un lugar concreto, con cierto tipo de gente
y en un contexto determinado. Sin este contexto preciso, la música
pierde todo sentido, aunque ese sentido sea difícil de definir.
Los académicos, periodistas y demás profesionales deseosos de entender
a la juventud deben comprender lo que ésta expresa mientras baila
y lo que significan sus movimientos sociales. En la música, como
en toda producción cultural, el juego dialéctico entre resistencia
y explotación está siempre presente y en evolución.
Artículo publicado originalmente en
el Correo de la UNESCO en su número de Julio-Agosto 2000
Caspar es conferenciante especializado en
medios de comunicación en el Instituto Goldsmiths de Londres, periodista
musical freelance y, en su tiempo libre, disc-jockey de jazz-dance
y funk en radios y clubes. |