Festival Elektronikaldia - Crónica y Fotografías    
Jesús Sevillano y Fractal 6 Sep. 2000 elektronikaldia, festivales

Pocas veces al año se organizan festivales en España que ofrezcan una programación realmente interesante, salvo la cita de junio en el Sónar de Barcelona (aunque hoy en día se ha convertido en un acontecimiento para masas) y poca cosa más. Sin embargo parece que en distintas ciudades del país algunas iniciativas más bien personales van consiguiendo apoyos institucionales y se lanzan a una aventura que todavía no se sabe la repercusión que pueda tener en el futuro; ahí están los casos de Experimenta Club en Madrid, Observatori en Valencia o esta segunda propuesta de Elektronikaldia de Donostia.

     
   

No se sabía muy bien que es lo que podía llegar a pasar en esta edición del festival, puesto que el año pasado, a última hora, cayeron del cartel algunos de los nombres más representativos. La duda estaba presente, puesto que el mero anuncio de que gente como Fennesz, Jim O’Rourke, Peter Rehberg, Terre Thaemlitz, SND o Richard H. Kirk, iban a actuar en San Sebastián, dotaba al festival de un carácter más que notable, pero mantenía la expectación por si alguno de ellos no hacía acto de presencia.

En realidad, nosotros estuvimos presentes sólo la primera noche, el viernes 29/9/2000. Ese día había un cartel de lujo: Terre Thaemlitz, SND, Thomas Brinkmann, Richard H. Kirk y Comatonse Fagjazz (Terre Thaemlitz a los platos). Además adornado en la sala chill out por Dj Araña, Mario Maqueda, y Andrés Noarbe (Rotor/Geometrik). El recinto, una Casa de Cultura de un popular barrio de Donostia, no dejaba claro, a priori, si sería el lugar más adecuado, pero una vez allí pudimos comprobar que podía ser el sitio idóneo. Un recinto coqueto y correctamente ambientado para la ocasión (sobrio, serio y sin ningún tipo de florituras), aunque no muy bien aislado acústicamente (algo perdonable al no tratarse de una sala específica para directos).

La primera impresión fue muy buena; un clima cordial y casi familiar en el que los organizadores, los responsables de cubrir información para medios de comunicación y el público asistente se entremezclaban y charlaban como si fuese un festival sin demasiadas pretensiones y orientado a una audiencia realmente interesada en las propuestas que se ofrecían. Por lo que nos contaron posteriormente, la mayoría de la gente visitó el festival el sábado y el domingo, días en los que aparte de habilitar más secciones (salas de exposiciones y de Internet), se organizaba también una feria discográfica, lo que provocó que ese ambiente cordial quedase algo más distante. Sin embargo nosotros nos quedamos con la experiencia vivida el viernes, que consideramos muy positiva.

     
  Terre Thaemlitz
Esa noche sólo se abrieron dos zonas: la de chill out y el escenario para directos. El único "pero" que se podría poner es la proximidad entre ambas, ya que de vez en cuando se oía más lo que sucedía en la sala adyacente que en la que uno estaba (esto fue especialmente incómodo durante la maravillosa primera intervención de Terre Thaemlitz; la música que estaba pinchando Dj Araña se escuchaba tan claramente que desvirtuaba la que Thaemlitz estaba haciendo).

Dado el cartel, desde el primer momento decidimos quedarnos en la sala de directos. A eso de las once de la noche apareció en el escenario Terre Thaemlitz. Con la expectación de saber si iba a "marcarse" uno de sus "viajes sonoros" nos dispusimos a dejar fluir la música y los sonidos en nuestras mentes. Se puede decir que Thaemlitz fue fiel a sí mismo. Ofreció un recorrido por todas las propuestas que ha planteado en sus discos. Tenues distorsiones y clicks digitales que permanecían en la atmósfera provocando un efecto de alteración en lo que verdaderamente sonaba. Este repaso general a toda su obra nos llevó desde los sonidos "jazzisticos" manipulados, a secuencias repetitivas de piano pasando por sampleos conversacionales y loops atmosféricos.Todo ello, claro está, con el sello de identidad de Thaemlitz.
     
Terre Thaemlitz  

Rupturas violentas y caos digital rápidamente reorganizados hacia el polo opuesto, es decir, hacia la calma, el silencio. La sutileza de Terre es asombrosa; es capaz de hacer pasar de un estado a otro en un abrir y cerrar de ojos mostrando un absoluto dominio de la situación en cada momento. En definitiva, un maravilloso recuerdo difícil de olvidar.

Casi sin tiempo para acercarnos al bar a tomar algo, aparecieron SND. Teníamos curiosidad por ver que pueden llegar a dar de sí estos chicos. Sus trabajos auguran un buen futuro, pero el tiempo decidirá si es así. La música de SND es hipnótica y fría. Sus planteamientos minimales tienen un toque personal que les acercan lejanamente a sonidos algo más bailables debido a la utilización de acordes repetitivos con un feeling house. Sin embargo, las piezas que carecen de ese toque "house" son probablemente las más interesantes y fueron las de menor presencia durante los cincuenta minutos que estuvieron en el escenario. Un directo correcto, aunque distante, sólo con algunos momentos realmente brillantes; en general, aceptables.

     
Terre Thaemlitz  

Llegaba el ecuador de la noche y como suele ser normal se notaba una mayor afluencia de público (aunque eso sí, siempre hablando de una cantidad de gente bastante pequeña; no creemos que aquella noche se reuniesen más de 150 personas en total).

En Thomas Brinkmann teníamos puestas grandes esperanzas. ¿Sería capaz de sacar a relucir su vertiente más experimental como aconsejaba el cartel del festival? O por el contrario, ¿intentaría hacer bailar a la gente, convirtiendo aquello en una sesión de club para adolescentes? Tras la introducción todavía seguíamos expectantes; la cosa parecía que iba a estar bien. Sin embargo, rápidamente se vio por donde iban a ir los tiros: ritmos machacones que al "bakalaeta" más vulgar le hubiesen dejado alucinado.

Para nosotros, esa noche Thomas Brinkmann dejó de tener nuestros respetos. Deplorable, vergonzoso, verdaderamente inaguantable, tal es así que decidimos marcharnos a la zona de chill out, donde Andrés Noarbe comenzaba su sesión, para poder escuchar buena música. Desde nuestro punto de vista, un festival que pretende ir más allá de la típica "fiesta techno" para bailar, no se merece que Brinkmann fuese allí con la intención de meter caña. El caso, por otro lado lógico, es que el sector de público más joven (y con ganas del "chunda_chunda_boom_boom") lo agradeció. Nosotros, como ya hemos dicho, salimos de allí indignados y con la idea clara de no acercarnos jamás, en un radio de 200 Km, a Brinkmann, a pesar de que seguiremos comprando su música, porque eso sí, hay que reconocer que tiene capacidad para hacer cosas interesantes.

     
  Thomas Brinkmann

Como comentábamos antes, afortunadamente Andrés Noarbe se disponía a comenzar su "set", con lo que podíamos recuperarnos de tan desagradable experiencia. Noarbe, director de Rotor y Geometrik Records, suele usar el seudónimo de Dynamo para sus sesiones, pero esta vez decidió pinchar bajo su propio nombre.

Probablemente él sea, en España, una de las personas con mayor conocimiento musical (en lo que a música electrónica y de vanguardia se refiere) y siempre que se decide a hacer una sesión es casi obligado estar presente. Quizás él no sea un dj al uso (es decir, un virtuoso de las mezclas), pero tiene algo mucho más importante, o por qué no decirlo, lo más importante: la música. Su experiencia musical en estos últimos veinte años hace que pueda dejar "en bragas" al más pintado. Desde el inicio de la sesión, donde los sonidos del "Fuck" de The Hafler Trio nos levantaban el ánimo tras la traumática sensación de Brinkmann, hasta que regresamos al escenario de actuaciones para ver a "papá" Kirk, la música que Noarbe puso, además de excelente, nos dejaba de nuevo en buena predisposición para el resto de la noche. Aunque nos hubiésemos quedado mucho más rato, la otra sala esperaba.

     
  Andrés Noarbe

Así pues, allí fuimos. El motivo de nuestra visita a San Sebastián para ver este festival se encontraba ahora delante de nuestras narices: Richard H. Kirk estaba en el escenario. Todo un mito para nosotros y una pregunta inquietante que nos rondaba la cabeza, y más después de la decepción de Thomas Brinkmann, ¿esta noche caerá ese mito? Con todas las fuerzas interiores deseaba que eso no fuese así, pero por otro lado había que estar lo suficientemente despejado para analizar las cosas con frialdad y poder juzgar los hechos con mesura y equilibrio.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue el paso del tiempo. Hemos envejecido; somos veintidós años más mayores (ése es el tiempo que ha transcurrido desde mi primera audición de Cabaret Voltaire), y aquel individuo que había allí arriba con una papada impresionante, con unas entradas considerables y con una barriga bien asentada era otra persona distinta a la de hace dos décadas; realmente esto hace mucho en que pensar, y uno se da cuenta que está exactamente en la misma situación: todos sentimos que los años nos empiezan a caer como pedradas. Esa noche comprendí que ya no somos (soy) jóvenes (joven); empezamos a ser mayores y nos tratan de "usted".

Miré a mi alrededor y observé que la audiencia era variada, aunque nosotros (los menos jóvenes) nos acercamos al escenario para no perder ningún detalle, mientras que las "nuevas generaciones" quedaban en un segundo plano expectantes y probablemente pensando en qué sería capaz de hacer ese señor (que podía ser el padre de muchos de ellos) para sorprenderles.

¿Estaría Richard H. Kirk a la altura de estos nuevos tiempos? Sus planteamientos, ¿siguen estando vigentes? Realmente, en esos momentos yo sólo quería que al menos a mí no me defraudase, me daba igual lo que los demás fuesen a opinar. Me quise perder en las proyecciones de video que auguraban que aquello iba a ser algo entrañable; el estilo inconfundible de aquellos primeros "clips" de Cabaret Voltaire, pioneros sin ningún tipo de discusión, que se reflejaban tras la silueta de Richard H. Kirk.

     
Richard H. Kirk  

Y la música comenzó. ¿Cómo explicar las sensaciones de los primeros 20 minutos? Para mí es imposible; maravilloso, soberbio, magistral, único o simplemente "chapeau" podrían ser adjetivos para definirlo, sin embargo, en mi interior sabía que esos calificativos seguían siendo escasos, porque en realidad gran parte de mi identidad como individuo se debe a la música, y en este aspecto Cabaret Voltaire han formado parte de mi personalidad. Aquellos veinte minutos para mí, serán uno de esos pocos recuerdos verdaderamente importantes que estarán presentes el día que todo acabe.

Tras esos minutos de éxtasis "cabaretvolterianos", Kirk se introdujo en los sonidos electrónicos con toques dub y funk que utiliza en estos últimos años en sus diferentes proyectos (Electronic Eye y especialmente Sandoz) dejando claro que el que tuvo, retuvo. Quizás las últimas dos piezas estuvieron por debajo del resto, probablemente porque se empeñó en animar a la joven audiencia que había disfrutado del horroroso Brinkmann y que dejaba escapar algún que otro silbido. Sin embargo, Kirk no se amilanó y acabó el concierto "a todo ruido y distorsión", como si para sus adentros dijese "aquí comenzó todo, ¿algo que objetar jovencitos?". Y con botella de vino en mano (de Rioja), se dirigió hacia los camerinos.

Aunque la vuelta a cualquiera de los escenarios (el chill out y el de directos) resultaba difícil, había que estar allí para terminar el día. Como era preceptivo debíamos volver a la zona de directos para ver de nuevo a Thaemlitz, bajo la elegante denominación de Comatonse Fagjazz. En realidad, Comatonse es el propio sello que Terre creó allá por el 93 para dar salida a sus distintos gustos y experiencias musicales y Fagjazz es el adjetivo que le gusta utilizar para ofrecer una visión más bailable de su vertiente más "populista".

A esas alturas de la noche, y tras lo vivido, nuestro cerebro ya no estaba en buenas condiciones para mantener un criterio razonable, pero aun así, Thaemlitz mostró un absoluto saber estar, "pinchando" música de club. Sonidos deep house con claras influencias jazzisticas (fundamentalmente vocales), que no dejó contento a casi nadie. Para quienes gozamos de su personal creatividad musical, esos minutos suponían un añadido, algo sin importancia. Para los "muevecabezas" resultaba infumable. Así que, regresamos al chill out por si quedaba algo por escuchar. Y allí seguía Noarbe, impasible, serio y cansado, pero inmutable. En el fondo, la mejor manera de acabar aquella noche; con excelente música.

     

El recuerdo imborrable de aquel día permanecerá toda la vida, pero lo más importante es que propuestas como Elektronikaldia nunca dejen de existir. Ése "esta noche vamos a tocar el cielo" que alguien dijo, estará siempre conmigo.

 

Jesús Sevillano
Radar (Electronic Sound Bar

www.ccapitalia.net/radar