El presente trabajo es un
acercamiento crítico a la preocupación humana
por el entorno sonoro. La idea parte de la ampliación
de un estudio anterior y de ningún modo se ha pretendido
cubrir el espectro total de investigaciones al respecto. Y esto
es así por dos razones básicas. Por un lado el
escaso tiempo que se ha dado para su elaboración. Por
otro, el vasto mundo de la producción literaria ha dado
mucho de sí a lo largo de la historia humana, por lo
cual se hace muy dificil, sino imposible cubrirlo en su totalidad.
Por las razones aqui expuestas nos encontramos, entonces, ante
lo que parece ser un estudio parcial y con una orientación
eminentemente subjetiva en torno a la percepción del
sonido ambiental desde que se tiene noticia. Gran parte de los
datos y aseveraciones incluidas en este trabajo son interpretaciones
también subjetivas de material etnográfico e histórico,
por lo cual las conclusiones representan una visión particular
sobre el asunto en cuestión.
A pesar de la diversidad de los acercamientos que aquí
se compilan, la intención es dotar al presente estudio
de una visión antropológica, es decir, desde los
hechos. Para ello analizaremos la transformación histórica
de las sucesivas recodificaciones del sonido, asi como los distintos
estudios a los que hemos tenido acceso. Esto incluirá
un repaso a la terminología y a las distintas aproximaciones
que han ido surgiendo a lo largo del tiempo. La intención
que subyace a esta prospección no es otra que la de llevar
a cabo un rastreo de lo que la percepción del sonido
y, más concretamente, del sonido del contexto humano,
el sonido ambiental, ha supuesto para el desarrollo de nuestra
especie. Para ello se tratará de sintentizar toda la
información que se ha podido conseguir para aclarar la
terminología y demarcar futuras posibilidades en cuanto
a investigación aplicada.
Introducción
El sonido es algo fundamental en la percepción
espacio-temporal de los animales. Funciona como una suerte de
brújula que orienta y ubica al oyente en función
de sus capacidades perceptivas. Desde tiempos inmemoriales el
ser humano ha sentido interés por su contexto. Un interés
que no sólo nos refiere a la supervivencia, sino también
a necesidades de cualquier orden.
Un
buen ejemplo (quizá el más antiguo que se conserva)
de estricta observación de los principios sonoros de
la naturaleza lo encontramos en la práctica totalidad
de las sociedades andinas. Y no sólo observación
sino también práctica y perfeccionamiento de técnicas
sonoras con fines arquitectónicos y posiblemente políticos.
Entre el complejo entramado que son estas sociedades prehistóricas
destacan sobremanera las construcciones mayas. Edificaciones
como las que se hallan en Tikal, Coba, Kukikan, Santa Rosa Xtampak
(México) o en Chavin de Huantar (Perú) muestran,
por un lado, el increible desarrollo perceptivo y, por otro,
las fascinantes capacidades de abstracción y aplicación
de lo observado a la práctica de unas sociedades actualmente
infravaloradas por diversos motivos históricos y políticos.
Encontramos en este tipo de edificios técnicas de control
del entorno acústico redescubiertas y aplicadas siglos
más tarde.
Técnicas
como el control acústico de la irrigación y su
aplicación al entorno sonoro en construcciones (como,
siglos después descubrirían y explotarían
ciertas sociedades árabes) o, lo que resulta más
interesante todavía, la utilización de estas técnicas
con fines presuntamente políticos. Resulta fascinante
ver cuan perfecta y sutil es la acústica de ciertos lugares
destinados al culto dentro de estas sociedades mayas. El sonido
se utiliza en estos lugares como arma política, como
instrumento para dejar alucinado al pueblo a través de
la deificación de los regentes. Grandes espacios construidos
para que visión y sonido conformasen un tándem
ideal de alienación, una gestión de la impresión
que convertía a los seres humanos en dioses. Incluso,
no resulta descabellado pensar en este perfeccionamiento como
inversión intelectual de ciertos grupos de poder y, por
consiguiente, clave para el acceso al poder de ciertas castas.
Existen,
por otra banda, construcciones similares a estas en sociedades
de otra épocas. No sólo los antes citados árabes,
que convirtieron al tratamiento sonoro de la irrigación
en un verdadero arte del bienestar, sino también la sociedad
griega de tiempos de la Atenas de Pericles. Sin embargo, es
característica la tecnología sonora de las sociedades
mayas por su orientación emientemente político-religiosa,
mientras que sociedades como la griega o la árabe se
contentaron con aplicar estos descubrimientos a edificios destinados
a fines un tanto más lúdicos. Por poner un ejemplo,
los anfiteatros de la Grecia clásica suponen unos fines
y unas prerrogativas destinadas al ocio o a lo lúdico
más que a otra cosa.
Sin embargo este no es un logro inaudito dentro de el córpus
tecnoecológico de las sociedades de las que hablamos.
Sólo hace falta echar un vistazo a la perfección
alcanzada por los mayas en cuanto a astronomía o matemática.
Unos logros que nos llevan a pensar en capacidades de observación
y percepción hoy en día olvidadas o embotadas
por la saturación. Por extraño que pueda parecer,
si miramos los tres logros de las sociedades mayas de los que
acabamos de hablar desde cierto punto de vista estamos hablando
de una misma cosa. En cierto modo, responden a una misma preocupación
por el medio ambiente. Y estos tres aspectos se unen mucho más
tarde y bajo otra perspectiva que, si bien es diferente, no
nos es tan ajena como se nos pretende hacer ver.
Precedentes
Y es Pitágoras (6 a.n.e.) y toda
su escuela los que nos vienen como anillo al dedo para hilar
la siguiente exposición. Y es su música de las
esferas el punto de inflexión de estos tres temas a los
que antes nos referíamos. Pero previamente hemos de clarificar
y contextualizar un poco a Pitágoras y a sus seguidores.
Y lo haremos a través de cuatro fuentes clásicas:
la mitología de la Grecia clásica, el Timeo de
Platón, la Metafísica de Aristóteles y
algunas citas de Boecio.
En
primer lugar cabe destacar la aportación de la escuela
pitagórica a la percepción del mundo a través
de la doctrina conocida como matemática. Ésta
es, en parte, responsable de gran parte de la jerarquización
en nuestras actuales percepciones. Pero lo que nos interesa
verdaderamente es su relación con el sonido ambiental.
Y como sonido ambiental nos referimos aquí al contexto
sonoro general de la época en la que se fraguó
esta ideología. Y, entre otras cosas, este contexto estaba
inundado de música. Pero no una música según
los cánones actuales sino una música unidimensional,
unifónica. "El hecho de que la música griega
no conociese la polifonía implica que el concepto de
armonía aplicado a la música empíricamente
audible (en caso de que se nos permita la violencia de diferenciarla
de la inteligible para hablar de los pitagóricos) está
relacionado con un ideal de órden y proporción
de la melodía" (Roma, 1997c:6). Y esta concepción
de la musicalidad de forma unidimensional no es algo propio
del estilo de vida helénico, sino más bien algo
heredado de una tradición más antigua. Podemos
detectar un gran vínculo entre música/danza y
culto ya mucho antes de la grecia presocrática, pero
donde más fácil es esta detección en la
época inmediatamente anterior a los pitagóricos
es en el culto a Dionisios. Relativo a este fenómeno
encontramos dos citas en las Bacantes de Eurípides:
"Pronto toda esta tierra
danzará
y todo aquel que en la danza participe
será el propio Baco
¡Al monte, al monte, en donde aguarda
la turba femenina
de la lanzadera y el telar apartada
por el agijón de Dioniso!"
---
"Feliz aquel que conociendo
los misterios de los dioses, su vida purifica
y en los montes, de los santos ritos báquicos,
en santas lustraciones,
su alma participa."
(ambas extraidas de Roma, 1997c:1 y 2, respectivamente) |
Aparte
de lo puramente anecdótico, estas citas nos revelan la
existencia de un culto lúdico y extático a Dionisios.
Y en estas ceremonias sagradas la música juega un papel
fundamental de conductor de sensaciones catárquicas.
La mitología clásica
atribuye un mitos diferenciales para el sonido musical y el
no musical. El origen de la música en tanto emoción
subjetiva es un logro de Palas Atenea. Diosa griega de la sabiduría
prudente, de las artes y las letras y defensora de las leyes
y del estado, ha sido identificada con la diosa romana Minerva,
diosa de la sabiduría, la prudencia, las artes y la música.
Pero es Hermes el encargado de descubrir las propiedades sonoras
de los objetos. Dice la leyenda que Hermes, todavía recién
nacido, salió de su cuna y se dirigió a Tesalia,
donde su hermano Apolo cuidaba unos rebaños. Como éste
estaba distraído, Hermes le robó parte del ganado
y lo escondió en unas cavernas borrando las huellas con
unas ramas que colgó de sus colas. Cuando volvió
a su cueva encontró una tortuga y con su concha se fabricó
una lira. Mientras tanto Apolo se enteró del robo y de
su autor y fue tras él. Pero resultó que al llegar
al monte Cileno (donde se encontraba Hermes) escuchó
los acordes que salían de la lira de éste. Acto
seguido se congració con su hermano y le cambió
el ganado por el instrumento. También se le atribuye
la invención de la flauta de Pan (deidad que, por otra
parte, tiende a ser vinculado con el mito dionisíaco).
Entre muchas atribuciones, Hermes es psicopompo (encargado de
guiar a las almas hasta el Hades), patrón de los oradores,
inventor del alfabeto, de las pesas y las medidas. Hay quien
lo relaciona con el Hermes Trismegisto egipcio (también
conocido como Toth), padre de muchas tradiciones esotéricas
y ocultistas. Aquí encontramos, de nuevo, una relación
entre sonido, matemática y astronomía.
Pero es Aristóteles
el que nos brinda una de las descripciones más clarificadoras
que hemos podido encontrar:
"Los llamados pitagóricos,
los primeros en ocuparse de las matemáticas, las hicieron
avanzar y, nutridos con ellas, creyeron que sus principios eran
los principios de todos los seres puesto que las demás
cosas parecían asemejarse en toda su naturaleza a los
números, y los números eran lo primero de toda
naturaleza, supusieron que los elementos de los números
eran los elementos de todos los seres y que todo el cielo era
armonía y número" (Aristóteles, Metafísica,
A5, 958b 23, citado por Roma, 1997c:7).
Siguiendo el hilo que Gerard
Roma propone en su análisis sobre la catarsis órfico-pitagórica:
"Es muy probable que los pitagóricos fuesen los
primeros en desarrollar las matemáticas como disciplina
autonoma o, por lo menos, netamente teórica, en relación
a las tradiciones técnicas y míticas de Egipto
y Babilonia de las que provenía gran parte del contenido
de sus creencias. Pero este desarrollo no se puede separa del
resto del "sistema," en especial de la identificación
del número con la naturaleza física del mundo.
Esta idea central de la doctrina pitagórica, en la que,
por otro lado, tampoco se puede separar lo que ahora llamaríamos
componentes "místico-religiosos" y "propiamente
científicos," ha resultado siempre extraña
e incomprensible para el pensamiento posterior, generando, siempre
a través de la exégesis aristotélica de
la metafísica, diversas interpretaciones: los números
representan o se parecen a la realidad/las cosas, los números
son las cosas, los números son los elementos de las cosas,
etc." (Roma, 1997c:7)
Esta relación que
antes podíamos entrever en la sociedad maya, se plasma
en los pitagóricos, que unen el estudio matemático
con el estudio de los intervalos musicales y de la astronomía.
Siguiendo con el razonamiento de este autor: "La idea es
que de la posibilidad de aplicar las matemáticas a la
teoría musical se deduce la posibilidad de aplicarlas
a toda la naturaleza, identificándola místicamente
con el número y resultando la concepción de un
universo perfectamente ordenado, un cosmos en el que tod funciona
armmónicamente, perfectamente proporcionado. Y el paradigma
de este orden son las revoluciones circulares de los astros."
(Roma, 1997c:7)
Y esto nos lleva directamente
al tema de la música de las esferas. Y es, una vez más,
Aristóteles el testimonio más claro y fiable en
su Tratado del cielo:
"Así que, tratándose
del sol y la luna y las estrellas, y siendo tan grande su número
y tamaño y a la enorme velocidad a la que se mueven,
es imposible que no produzcan un ruido de una intensidad extraordinaria.
Sobre esta hipótesis y sobre la de que las velocidades
de las estrellas, de acuerdo con sus distancias, se hallan entre
sí las proporciones de las escalas musicales, firman
que resulta armonioso el sonido de las estrellas en su sonido
circular. Y como parecería ilógico que no oigamos
tal sonido, afirman que la causa de ello es que tal sonido existe
ya desde que nacemos, de suerte que no es discernible con respecto
a su contrario, el silencio." (citado por Roma, 1997c:8)
A decir verdad, no parece
tan descabellada la hipótesis que Aristóteles
atribuye a la escuela pitagórica, a saber, que las escalas
musicales existentes en nuestro planeta se hayan originado sobre
un sonido base, que bien podría ser esta música
interplanetaria o, mismamente, el sonido de nuestro planeta
al girar.
Tal y como se afirma en el
ensayo antes citado, el tema de la música de las esferas
es un tema fronterizo entre la teoría del conocimiento
y la estética. Parte de un momento en el que se descubren
las posibilidades de la racionalización del universo.
Y es esta visión matemática que inaugura la escuela
pitagórica la que canaliza esta posibilidad a través
de esta visión racionalizante del entorno sonoro. La
teoría musical es, de hecho, una racionalización
matemática de la naturaleza del entorno sonoro. La identificación
de cosa con número, la abstracción de la nota,
la oposición entre consonancia y disonancia, todo ello
parte de un punto de vista matemático fraguado en el
seno de una secta que purificaba su cuerpo a través de
la gimnasia y su mente a través de la música.
El concepto de armonía
o de funcionamiento armonioso (en parte relacionado con lo que
hoy llamamos funcionamiento normal) parte entonces un largo
recorrido que llegará hasta nuestros días. La
teoría musical empieza con los pitagóricos, pero
los conceptos de consonancia y armonía (sumfoniai, armonia)
ya se utilizaban en la práctica desde mucho antes.
El "logro" de los
pitagóricos fue, en resumen, la reducción de objetos
cualitativos a cantidades a través de la plasmación
matemática del sonido. Pero esta reducción, y
aquí viene lo importante, se vuelve todavía más
interesante en cuanto supone una materialidad (en este caso
el sonido) y una espiritualidad (la interpretación matemática
del mismo).
La imagen que los pitagóricos tienen del cosmos participa
de una dinámica similar a los móviles de diseño
que se exponen en muchas tiendas de todo a cien: el cosmos se
mantiene unido y en funcionamiento normal gracias a algún
tipo de truco magnético (Roma, 1997c:6 y 1997a:1). Esta
dinámica es perfectamente observable en el Timeo de Platón,
que es la otra versión con la que contamos. El caso es
que Platón asume de tal manera la visión pitagórica
del mundo que nos presenta un universo perfectamente ordenado
y jerarquizado. La visión de este autor asume los preceptos
pitagóricos hasta el límite de identificar al
número con el númen: el Demiurgo, el arquitecto
y ordenador del mundo. De esta forma contrapone Platón
dos conceptos venidos de la mitología de su tiempo: la
musica de las esferas vs. Las emociones.
Desarrollos posteriores
De este modo, la historia sigue su inexorable
curso mientras que intelectuales y eruditos siguen con su labor
investigadora. Así, podemos observar como los componentes
"místico-religiosos" se van separando de los
"netamente científicos," y asistimos al nacimiento
de la incipiente "ciencia moderna." Pero la preocupación
por el medio ambiente sonoro no se queda en la Grecia clásica
sino que pervive y se bifurca de forma insospechada. A partir
de este nacimiento podemos comprobar como esta preocupación
toma dos caminos. Por un lado, las investigaciones matemático-astrológicas
sobre la música de las esferas. Por otro, la composición
musical.
Desde
Platón son muchos los eruditos que han tratado el tema
de la música de las esferas, entre ellos Plimeo, Cicerón
o Ptolomeo. Cada uno plantea su propia visión del asunto,
pero el esquema general es, casi siempre el mismo. En lineas
generales, se identifica la órbita de cada planeta del
Sistema Solar con una esfera. El tono del sonido de cada una
depende de la distancia de las órbitas de los planetas
y a cada esfera le corresponde la nota de una escala musical.
Entre
los estudiosos inmediatamente posteriores a la Grecia clásica
destaca Ancius Manlius Torquatus Severinus Boetius, también
conocido como Boecio (480-524 a.n.e.). En un intento de taxonomía
musical, este estudioso de la Roma tardía autor de, entre
otros, los varios volúmenes de De Aritmetica, diferencia
entre 3 tipos de manifestaciones musicales: la música
vocal, la música instrumental y la música de las
esferas. Es importante señalar que para este filósofo
y para todos los anteriores el punto de partida es el sonido
musical bajo cánones armónicos y no el evento
sonoro propiamente dicho. Respecto a la sonoridad de los cuerpos
celestes, se pregunta Boecio: «¿Cómo podría
realmente trasladarse de forma silenciosa en su derrotero el
veloz mecanismo del cielo? Y a pesar de que este sonido no llega
a nuestros oídos (
) el movimiento extremadamente
rápido de tan grandes cuerpos simultáneamente
no podría ser sin sonido, en especial porque las sendas
de las estrellas están combinadas por una adaptación
tan natural que nada más igualmente compacto o ruido
puede ser imaginado. Puesto que algunas nacen más altas
y otras más bajas y todas giran con el preciso impulso,
resulta que en este celestial desplazamiento no puede haber
fallas que provengan de sus diferentes desigualdades y del orden
de modulación establecido» (citado por Schafer,
1969:52). La perspectiva de Boecio aquí nos muestra una
idealización de lo natural como sometido a unas leyes
físicas y, por tanto, rebosante de actividad sonora.
Es la herencia de Pitágoras lo que aquí destaca.
Para Boecio lo sonoro es una cualidad definitoria de lo natural
y de su percepción.
La
doctrina de la música de las esfera viaja así
desde la Grecia y Roma clásicas a Europa. La máxima
expresión empírica de ésta la podemos encontrar
en la arquitectura de las grandes abadías y catedrales,
diseñadas conscientemente de acuerdo con las proporciones
de la armonía musical y geométrica.
Los
ideales de la armonía pitagórica inspiraron también
a Nicolás Copérnico (1473-1543). Este astrónomo
pristino pasó la mayor parte de su vida en la ciudad
de Frauenburg en Prusia llevando a cabo labores administrativas
y volcado en la observación de la armonía cósmica.
Profundamente enraizado en creencias religiosas y verdades pitagóricas,
se vio profundamente ofendido por lo que la matemática
del sistema de Ptolomeo ofrecía en cuanto a proporciones.
Pronto se dio cuenta de la belleza y elegancia del sistema heliocéntrico
y de como el movimiento de los astros podía ser expuesto
a través de una geometría que no sólo era
elegante, sino que además ensalzaba la gloria del creador.
Pero es con Johannes Kepler
(nacido en 1572) cuando sobrevendría una revolución
tan importante, o casi, como la que supuso la visión
pitagórica. En una época en que astrología
y astronomía, en sus sentidos actuales, eran la misma
cosa, Kepler supuso un revés para esta incipiente disciplina.
Apólogo de las ideas de Copérnico y del sistema
astronómico de Ptolomeo, bebiendo de fuentes protestantes,
Kepler descubre tempranamente una sutil relación entre
los diámetros de las órbitas de los planetas y
sus distancias respecto al Sol. Relación que se plasmará
en su Misterium Cosmographicum en el 1596. A partir de aquí
intenta en repetidas ocasiones reformular las leyes del movimiento
de los planetas. Sus logros en este sentido son tres. Por un
lado desmiente la hipótesis de las órbitas circulares
para pasar a afirmar que son elípticas. Esto supone un
fuerte impacto entre los astrónomos de la época
que comprendían el círculo como perfección
armónica del cosmos. Por otro lado afirma que la velocidad
de los planetas no es uniforme, sino variable. Y, por último,
relaciona la distancia de las planetas al Sol con el tiempo
que tardan en describir sus órbitas. Así, Kepler
reconcilia en su Harmonia Mundi (1609) el concepto pitagórico
de armonía universal con el sistema heliocéntrico
imperante en la época y sienta las bases para la formulación
de las leyes generales de la gravitación universal de
Newton.
Sin embargo, la visión de Kepler de la música
de las esfera está basada en la pura medición
astronómica. Los astrónomos actuales no dejan
de sorprenderse ante la increible precisión de estas
mediciones. Después de su muerte, sus seguidores y pupilos
llevaron mucho más allá sus descubrimientos. "La
música de las esferas es algo más que intuición
poética. La dinámica del Sistema Solar, divisada
en primer lugar por el genio matemático de Kepler, está
directamente relacionada con las leyes de la armonía
musical" (Plant).
La máquina
A partir de aquí, la investigación
en cuanto a los sonidos del medio ambiente humano se diluye
en los anales de la composición musical. Autores como
Haendel, Hadyn o Vivaldi (y todo lo que se ha dado en llamar
música descriptiva) se interesan de forma acentuada por
la reinterpretación musical de eventos sonoros hallados
en la naturaleza no humana. Pero no será hasta la primera
década del siglo 20, con el advenimiento y puesta en
marcha de la industrialización, cuando comience la incorporación
de sonidos producidos por ingenios humanos. La era del maquinismo
revolucionará paulatinamente la composición musical
en cuanto a formas de trabajo y producción. Será
en Italia a principios del siglo 20 cuando se lleve a cabo una
de las más grandes revoluciones en cuanto a percepción
y musicalización de los sonidos del medio ambiente. Serán
los autodenominados integrantes del movimiento futurista los
que emprenderán esta empresa. Y nos resultan interesantes
tanto por su reflexión teórica como por sus manifestaciones
musicales.
«Un
paisaje oído.
El silbido del mirlo celoso del chisporroteo del fuego
termina por apagar el murmullo del agua.
10 segundos de chapoteo
1 segundo de chisporroteo
8 segundos de chapoteo
1 segundo de chisporroteo
5 segundos de chapoteo
1 segundo de chisporroteo
19 segundos de chapoteo
1 segundo de chisporroteo
25 segundos de chapoteo
1 segundo de chisporroteo
35 segundos de chapoteo
6 segundos de silbido de mirlo. »
(Marinetti, citado por Iges en la web del CCCB) |
Dentro de esta corriente destacan
personajes como Marinetti, Piatti o el que nos ocupará
por ser el que verbaliza la cuestión: L. Russolo, pintor
y músico futurista italiano de principios de siglo, será
el que llevará a la práctica y capitaneará
esta revolución sonora. En sus palabras:
«Permitidnos cruzar
una gran capital moderna prestando más atención
a nuestros oídos que a nuestros ojos y disfrutaremos
distinguiendo el fluir del agua, el aire y el gas en circulando
a través de tuberías metálicas, los bramidos
ruidosos que respiran y laten, la palpitación de las
olas, el ir y venir de los pistones, el aullido de los engranajes
mecánicos, el estallido del tren en sus raíles,
la explosión del látigo (
). Disfrutamos
creando orquestaciones mentales de explosiones metálicas,
de puertas cerrándose violentamente, del rumor y agitación
de las masas, de la variedad de timbres de estaciones, vías
de tren, forjas de hierro, trabajos de impresión, centrales
eléctricas y metros suburbanos» (Russolo, 1913).
Es este italiano visionario
el que por primera vez vislumbra y explicita el cambio que ha
supuesto la maquinización de las estructuras productivas
en el entorno sonoro de la especie humana. Mediante instrumentos
como el Intonorumori (1913), el Rumorarmonio (1922) o el Piano
Enarmónico (1931) crea Russolo una música que
jugará un papel revolucionario en la incorporación
del ruido y del sonido ambiental en la música moderna.
Asimismo, sus producciones musicales y devaneos teóricos
fueron fuente de inspiración para compositores posteriores.
El vínculo que une
a Russolo con la música de su época es ese romanticismo
terapéutico-religioso del que hacen gala sus creaciones.
Entre sus logros cabe destacar la abstracción a la teoría
musical dominante: la ausencia de timbre en la notación
musical y el particularismo de la escala cromática.
En el fondo, lo que subyace
a este tipo de reformulaciones (y nos referimos tanto la música
descriptiva como a los devaneos futuristas) es "la impenetrable
fractura entre los mundos y estructuras musicales y los "reales."
Eso que hace que la estética musical siempre haya tenido
un sentimiento de ansiedad, la de saber que lo que es substancial
se le escapa. (...) No resulta extraño, así, ver
como se repiten en la cultura de la música de baile electrónica
las actitudes estéticas e ideológicas de los futuristas:
apología de la máquina, de la velocidad, de la
violencia, del progreso y hasta una cierta pretensión
de vanguardismo" (Roma, 1997b:1, 3).
Teoría y práctica
de la experimentación sonora
Antes de entrar en materia, habremos de
prestarle unas líneas a un individuo sin cuya esencial
aportación no viviríamos en el mundo en el que
vivimos. Se trata de Thomas Alva Edison (1847-1931), inventor
del fonógrafo y la bombilla, entre otras cosas, y verdadero
descubridor del trabajo en cadena (hazaña que suele ser
imputada a Henry Ford). Ciertamente, la relación de Edison
con el tema que tratamos es algo puramente referencial, por
lo que trataremos de no extendernos demasiado. Al inventar y
patentar en 1878 el fonógrafo o máquina parlante,
Edison desencadena una de las mayores revoluciones de la historia
sonora de la humanidad. El fonógrafo supone la posibilidad
no sólo de grabar cualquier sonido de cualquier naturaleza,
sino también la de reproducirlo en cualquier ambiente.
Esto que ahora nos puede parecer irrisorio (sólo tenemos
que mirar por una ventana cualquiera para observar cientos de
personas con radiocassettes portátiles) supuso un giro
sustancial. El fonógrafo fue presentado en sociedad mediante
esta nota de prensa, redactada por su mismo creador: «este
instrumento sin lengua ni dientes imita los tonos que usted
emite, habla con su misma voz, pronuncia sus mismas palabras
y, siglos después de que usted se haya convertido en
polvo, será capaz de reproducir cada pensamiento ocioso,
cada tierna fantasía, cada vana palabra que usted haya
decidido susurrar ante el delgado diafragma metálico»
(Nubla y Nicolai, servicio de publicaciones del CCCB). Gracias
a él, el cine incorpora el sonido a sus producciones.
El fonógrafo supone en sí mismo dos revoluciones
en el mundo del arte: «En primer lugar, porque ya no será
indispensable la presencia física del oyente en el lugar
donde se celebra un concierto como condición indispensable
para poder escucharlo. En segundo lugar, porque producirá
en poco tiempo unos efectos insospechados en los mundos de la
composición musical, dado que se crearán músicas
compuestas exclusivamente para ser escuchadas en disco, que
no podrán ser ejecutadas en directo» (Nubla y Nicolai,
servicio de publicaciones del CCCB).
Y,
de repente, damos un salto en el tiempo hasta mediados de siglo.
Coincidiendo con los primeros pasos y el desarrollo de la tecnología
de grabación de señales de audio, surge una nueva
corriente de compositores que intentan adaptar los sonidos ambientales
a sus composiciones. Pero no de la misma forma en que Russolo
o Marinetti propelían ruidos contra un público
enfervorecido, sino de manera más sutil. Entre los asistentes
a esos conciertos futuristas podemos encontrar nombres que después
se convertirían en claves en la historia de la experimentación
musical. Nombres como los de Edgar Varèse, Eric Satie,
John Cage o Pierre Schaeffer.
De
esta nueva hornada de compositores con una cierta sensibilidad
al sonido medioambiental, empezaremos por Pierre Schaeffer.
Nacido en Francia en 1910, comienza su carrera como ingeniero
técnico en la Radio Televisión Francesa (RTF).
Miembro de la resistencia durante la ocupación alemana,
Schaeffer convence a los encargados de la RTF para abrir un
espacio dedicado a la ciencia de la acústica musical.
El beneplácito de los altos directivos le dio acceso
a todo el material sonoro del que disponía la cadena
televisiva. Tras meses de experimentación Schaeffer descubre
que puede crear bucles sonoros mediante fonógrafos convencionales
de manera que un sonido se mantuviese sonando durante un tiempo
indefinido. También descubre la posibilidad de aislar
sonidos del medio ambiente. Schaeffer, considerado por muchos
el padre de la experimentación electrónica, supone
un gran paso en la historia de la creación y reproducción
sonora. Sus primeras experimentaciones pasan por la grabación
y reproducción de campanas y trenes. De esta forma consigue
completar actos de composición musical a través
de procesos tecnológicos. Lo concreto de los elementos
compositivos de Schaeffer posibilitó así la independencia
de las composiciones respecto a la acción humana (las
piezas tenían vida propia).
Estas
experimentaciones lo llevan directamente a plantearse la naturaleza
del sonido, lo que se plasmó en la definición
de objeto sonoro: el sonido básico aislado de su contexto
y examinado por sus características propias, separado
de su continuum temporal habitual. De esta forma comienza Schaeffer
a estudiar los sonidos no sólo de forma más amplia
que hasta el momento, sino también a través de
variables analíticas más exactas tal y como la
amplitud de onda o el tipo de filtro. De estas investigaciones
y de colaboraciones ulteriores con otros interesados en la materia
(como, por ejemplo, el músico y en la época director
de la RTF, Pierre Henry) surgen piezas como la Simphonie pour
un homme seul (sinfonía para un hombre solo). Resulta
interesante esta composición por la información
sonora que nos aporta. Se trata de un seguimiento de todos los
sonidos que puede producir un ser humano. Schaeffer y Henry
dividen estos sonidos en: sonidos humanos y sonidos no humanos.
Dentro de los primeros encontramos los más cercanos al
cuerpo propiamente dicho: respiración, fragmentos vocales,
balbuceos, silbidos, etc. Dentro del segundo grupo encontramos
sonidos generados por la interacción del cuerpo humano
con otros agentes: pasos, nudillos en una puerta, percusión
o instrumentación orquestal. Fisiología e intencionalidad
de la mano para dar a luz a un estudio artístico con
lecturas sociales.
John
Cage (1912-1992), compositor americano contemporáneo
de Schaeffer, también trata este tipo de problemáticas,
si bien, trasciende a ellas y da un paso adelante en cuanto
a técnicas compositivas. La revolución que Cage
plantea en el mundo de la manifestación musical pasa
por la ampliación del punto de vista, o mejor, del punto
de escucha y se puede resumir con una frase suya: «música
es sonidos, sonidos alrededor nuestro, así estemos dentro
o fuera de las salas de concierto» (citado por Schafer,
1969:32). Esta sencilla frase sintetiza la perspectiva cageana
de dejar de escucharse el ombligo y prestar atención
al entorno total que nos rodea. Amén de otras problemáticas,
Cage trata también otros dos temas que resultan de interés
para el presente estudio: el ruido y el silencio. Sus conclusiones
pronostican la categoría analítica que es el silencio:
el silencio en la Tierra no existe, puesto que es respecto al
sonido como el vacío respecto a la física: una
categoría analítica, unas condiciones ideales
a priori, un punto de partida. Esto pudo comprobarlo Cage cuando
se sometió a las inclemencias de una cabina totalmente
insonorizada: allí constató que su propia presencia
ya generaba sonidos: su corazón, su sistema nervioso,
su sistema digestivo, todo era fuente de sonido, siempre había
algo que produjese algún tipo de sonido.
La
definición de ruido de Cage se acerca bastante a la definición
que los estudiosos del lenguaje de la comunicación entreveían
en la época: para que haya ruido ha de haber necesariamente
un mensaje, un emisor y un receptor. Ruido sería, en
términos comunicacionales, todo aquello que interfiere
en el proceso de recepción del mensaje. La nota social
o culturalista viene dada desde el momento en que los seres
humanos nos vemos enculturados en ciertos principios que nos
enseñan a jerarquizar nuestra escucha. Por ello consideramos
el ruido o su percepción como algo eminentemente marcado
por las relaciones entre seres humanos. El sonido de un enjambre
de abejas, así como el del tráfico rodado o el
de una catarata pueden ser considerados como agradables o ruidosos
dependiendo del contexto en el que se mueve el individuo o grupo
que lleva a cabo la taxonomización concreta. Ruido es
sonido que nos han enseñado a obviar. Ruido es cualquier
señal sonora no deseada.
Schafer y el World Soundscape Project
Aparte de investigaciones marginales
y musicalizaciones, es en los años 70 cuando el movimiento
del soundscape arranca y toma su fuerza inicial. Si utilizamos
aquí la palabra movimiento es para denotar un cierto
carácter asociativo o comunitario en torno a la creación
o el análisis de este tópico. Podría decirse
que fue R. M. Schafer con su World Soundscape Project (WSP)
el que incentiva el interés por esta disciplina sonora.
Es a finales de los años 60 y principios de los 70 cuando
este investigador y compositor canadiense inicia sus consideraciones
acerca del entorno sonoro. El texto que sigue a continuación
está extraído del prólogo de uno de sus
libros y resume en cierta medida su biografía:
«R. Murray Schafer
es considerado uno de los compositores más destacados
del Canadá, así como una de las figuras más
interesantes de la vanguardia internacional. Nació en
1933 en Sarnia, Ontario y estudió en el Conservatorio
Real de Música de Toronto (
). En los círculos
profesionales su nombre destacó en la década de
los 50 cuando, con otros jóvenes colegas, organizó
en el conservatorio un concierto de nuevas composiciones. (
)
Durante estos años Schafer desarrolló su enfoque
renovador de la educación musical y trabajó sobre
el material básico que condujo a sus publicaciones de
avanzada: El compositor en el aula, Limpieza de oídos,
El nuevo paisaje sonoro, Cuando las palabras cantan y El rinoceronte
en el aula. Una de las preocupaciones de Schafer durante la
década de los 70 fue el World Soundscape Project (proyecto
de paisaje sonoro mundial), el cual, brevemente explicado, consistiría
en un conjunto de estudios sobre el medio sonoro y su relación
con el hombre. El proyecto tiende a una revisión de la
legislación sobre ruidos, así como también
al estudio de distintos modelos de diseño acústico
controlado» (Hemsy de Gaiza en Schafer, 1969: 6).
En palabras de Ivars Peterson,
el proyecto inicial de Schafer (inicialmente llamado WSP pero
que después se convertiría en el World Forum for
Acoustic Ecology, WFAE) intentaba «documentarse y elucidar
las relaciones entre la gente y el entorno acústico en
el que viven. Prestaba especial atención a lo que ocurría
cuando estos sonidos cambiaban, como pasó con la industrialización
de la sociedad o, más recientemente, con el advenimiento
de la era de la información.» (Peterson, WFAE).
En este intento de investigar la incidencia del sonido ambiental
en el comportamiento humano a través del cambio de aquel,
Schafer publica en 1977 su The Tunning of the World (algo así
como La sintonización del mundo) como resumen de sus
investigaciones hasta el momento. Se trata de un manual interesante
que abarca muchas y muy diferentes cuestiones relacionadas con
los paisajes sonoros (término acuñado por el propio
Schafer). En él aparecen temas como la evolución
del entorno sonoro humano en términos ideales: el paisaje
sonoro natural (sonidos del agua, del viento, sinfonías
pajariles, sonidos de insectos o de criaturas acuáticas,
etc.), el paisaje sonoro rural, la derivación hacia las
ciudades, el paisaje sonoro de la revolución industrial
o de la revolución que supuso la introducción
de la electricidad. También trata aspectos relativos
a la percepción en la especie humana (morfología,
notación o simbolismo del paisaje sonoro). Además
del término paisaje sonoro, introduce algunos conceptos
interesantes en aras del análisis en curso. Uno de ellos
es la aplicación de la noción musical de nota
dominante (o keynote en el inglés original) al entorno
sonoro humano. «Las notas dominantes de un paisaje sonoro
son las creadas por su geografía y clima (
). Muchos
de estos sonidos pueden poseer significados arquetípicos,
es decir, pueden haber sido impresos tan profundamente en la
gente que está habituada a ellos que la vida sin los
mismos sería percibida como algo pobre y carente de distinción»
(Schaeffer, 1977:10). Si bien esta idea resulta interesante
en cuanto a la adecuación de los grupos humanos a su
medio ambiente sonoro, peca en cierta medida de ingenuidad.
Es aquí donde se nota la poca preparación social
de Schafer, instruido en materias musicales de forma académica
y en cuestiones sociales de forma autodidacta.
Otro término interesante
introducido por Schafer sería el de soundmark o marca
sonora. Este «se refiere a un sonido comunitario, que
es único o posee cualidades que lo hacen especial cuando
es percibido por la gente que vive en dicha comunidad»
(Schaeffer, 1977:10).
En general el trabajo de
Schafer y de sus discípulos no es nada desdeñable.
En cierta medida el problema de este autor, por sí solo
y, junto a Barry Truax (del que nos ocuparemos más adelante)
como mentor de la WFAE, es su marcado carácter moralista
(qué se puede esperar de alguien que titula un libro
Limpieza de oídos). Para Schafer existen sonidos a conservar
y sonidos que carecen de importancia, es más, sonidos
insalubres (sic) que deben ser condenados al ostracismo y la
extinción forzosa. En palabras de José Iges: «en
último término, la utópica empresa del
compositor canadiense es la de ordenar el entorno sonoro, apelando
en el fondo a una ecología sonora. Pero con un trasfondo
estético, que es el que sus seguidores investigadores
del entorno acústico y compositores a partir de sus sonidos
han aplicado en sus obras específicas.»
Schafer segrega los sonidos introducidos desde la época
industrial más primitiva y los condena. Diferencia entre
paisajes sonoros de alta y de baja fidelidad, siendo estos últimos
los peores y más insanos de todos. «Un sistema
de alta fidelidad es aquel que posee una distancia favorable
entre señal y ruido. El paisaje sonoro de alta fidelidad
es aquel en el que los sonidos discretos pueden ser percibidos
de forma clara gracias al bajo nivel de ruido ambiental. Generalmente
la fidelidad del campo es más alta que la de la ciudad;
la de la noche más que la del día; la del pasado
más que la del presente» (Schafer, 1977:43). Toda
una declaración de principios.
Sin embargo «en un
paisaje sonoro de baja fidelidad las señales acústicas
individuales se ven oscurecidas por una sobrepoblación
de sonidos (
). La perspectiva se pierde. En una esquina
de una calle de una ciudad moderna no existe la distancia; sólo
hay presencia» (Schafer, 1977:43).
Es esta mezcla de valores
estéticos y su plasmación sobre aspectos de una
supuesta higiene sonora la que desvaloriza en cierta medida
las aportaciones de Schafer y de sus seguidores. Como hemos
advertido en puntos anteriores, la base estética que
sirve a Schafer como punto de partida es el rechazo de lo que
él denomina esquizofonía, pero que otros han dado
en llamar acustimática o «la ruptura de la conexión
causa-efecto entre las fuentes de los sonidos y estos. »
(López, 1999). Si a esto le sumamos la ilustrada oposición
entre cultura y naturaleza tenemos a un resplandeciente e inocuo
Schafer. Para el colectivo de melancólicos que este autor
abandera, todo tiempo pasado fue mejor, en términos sonoros.
En cierto modo tratan de reproducir un medio ambiente sonoro
que no respeta las aportaciones individuales. Intentan retomar
unas raíces sonoras imaginarias y fabricadas por ellos
mismos. Claro que esta dialéctica se ha ido refinando
con el paso de los años.
Más interesante que
Schafer, o menos inocente que éste, es Barry Truax. En
su libro Acoustic Communication Truax critica abiertamente tanto
a las disciplinas que se han venido ocupando de algún
aspecto del sonido como a las subdisciplinas de las ciencias
sociales que versan sobre la comunicación en su sentido
más amplio. Y su razón fundamental es que todos
estos córpus teóricos ignoran el paisaje (landscape
o soundscape) como un todo. Especial crítica le merece
la arquitectura acústica porque "parece atrapada
en la complejidad de situaciones ideales como espacios para
el habla o transmisiones musicales. Le es difícil considerar
situaciones menos controlables en las que los criterios cualitativos
no cuadran con los cuantitativos. (...) sigue teniendo que ver
con temas de estilo musical, análisis de artefactos,
trabajos de arte abstracto cuya existencia es concebida como
independiente del contexto cultural y mediante modelos analíticos
que asumen a un oyente ideal que poco tiene que ver con la realidad,
dado el impacto del ruido, del consumo de masas y del consumo
sonoro." (Truax, 1993)
Su teoría sobre la
acústica comunicacional resume las investigaciones al
respecto en un simple diagrama lineal que incluye "fuente-medio-cerebro."
Cada disciplina que critica se situa en uno de los dos extremos
de la cadena. Sin embargo, su teoría se situa en el justo
medio. Mejor dejémos que se explique por sí mismo.
"La teoría de
la comunicación acústica substituye información
por energía o señal como "unidad" básica
de su modelo. Por tanto, desde que la información es
resultado de la actividad cognitiva, la escucha se situa en
el centro del proceso (...). El modelo de transporte lineal
de señales, sin embargo, se ve substituido por una noción
del sonido como mediador de la relación entre oyente
y medio ambiente, en el que la dirección de la influencia
puede proceder de ambas direcciones. Esto quiere decir que la
situación comunicacional puede verse modificada tanto
por un cambio en el medio ambiente físico o por un cambio
en los hábitos perceptivos del oyente. (...) La noción
de contexto es central (...) en el sentido en que la información
sonora depende tanto de la naturaleza del sonido como de su
contexto" (Truax, 1993).
Ecologismo sonoro
Con relación a este movimiento del
soundscape encontramos más autores interesantes como
Maria Anna Harley, José Carles e Isabel López
Barrio, Hildegard Westerkamp, Wreford Miller o el antes citado
Ivars Peterson. Éste último es un firme seguidor
de la tradición schaferiana. En los artículos
que de él hemos podido localizar pone de manifiesto la
estacionalidad del entrono sonoro, tanto natural como humano.
Especialmente preocupado por las políticas mundiales
de reducción de la polución sonora, alaba el trabajo
de su mentor y utiliza datos provenientes del mundo de la acústica
o del sonido comercial. Se define como ecologista sonoro y se
siente deudor intelectual de uno de los fundadores del WFAE,
Barry Truax, al que cita para poner de manifiesto el papel de
estos ecologistas sonoros:
«Más
allá de la lucha contra la polución sonora, la
tarea de los ecologistas sonoros es el diseño de entornos
sonoros saludables y atractivos (
). La continua sensibilización
de los oídos, la planificación creativa de ciudades,
la acción legislativa (regulaciones para la reducción
del ruido medioambiental), el diseño de parques acústicos
y la preservación de sonidos valiosos del pasado y el
presente pudieran estar entre estos fines» (Peterson,
WFAE).
La
ecología sonora o eco-musicología a la que hacen
referencia tanto Truax como Peterson procede directamente de
la filosofía ecológica o el nuevo ecologismo de
los años 90. De algún modo se trata de despedir
al posmodernismo e inaugurar una nueva perspectiva para la investigación
científica. Todo ello aparece convenientemente resumido
en el artículo que Maria Anna Harley presenta en el Soundscape
Newsletter bajo el título «Notes on Music Ecology
as a new Research Paradigm.» En este afirma que este tipo
de estudios «intentan contextualizar la música
como sonido y relacionar los materiales sonoros musicales a
otras realidades sonoras, tanto naturales de los mundos
orgánicos e inorgánicos no humanos- como tecnológicamente
creados» (Harley, WFAE). Algo que, por otro lado, lleva
años haciendo la sociología de la música.
La eco-musicología se define a sí misma como más
abierta que la musicología tradicional o que la etnomusicología,
debido a que centra su atención en los fenómenos
acústicos de un sonido, en su existencia, producción
e interacción con los entramados culturales; aunque también
presta atención a la conexión simbólica
y cognitiva de la música con el medio ambiente.
A pesar de ser deudora de Schafer y de arrastrar toda su carga
estética y moral, esta eco-musicología se nos
aparece como prometedora en el sentido en que elimina las barreras
entre entornos humanos y no humanos, trascendiendo en cierta
medida a la oposición entre cultura y naturaleza y partiendo
de una visión un tanto más holística. Partiendo
de la definición de Schafer de paisaje sonoro como campo
de interacciones, este ecologismo sonoro enfatiza las relaciones
entre música y medio ambiente, aunque no logre desprenderse
del todo de esta clásica oposición. En palabras
de Harley:
«En
el centro del campo se halla un ser humano que vive, que oye
y que define su espacio y su entorno de audición a través
de decisiones y actos de atención directa, de producción
o de percepción sonora» (Harley, WFAE).
Hildegard
Westerkamp lleva a cabo una investigación sobre la diferencia
de las percepciones sonoras humanas según patrones sexuales.
Resulta interesante aunque de lo más dudoso. En cierto
momento de su investigación cita al psicólogo
Carl Jung para discriminar entre el "lado masculino"
y el "lado femenino" de la percepción e identifica
cada uno con el anima femenina y el animus masculino. Pero nadie
mejor que Westerkamp para explicarlo:
"Así como el
anima se convierte en el Eros de la consciencia a través
de la integración, el animus hace lo propio con el logos;
y del mismo modo que el anima se relaciona con la consciencia
masculina, el animus proporciona a la femenina capacidad de
reflexión, deliberación y auto-conocimiento."
(Westerkamp, 1995)
A decir verdad, estas aseveraciones
hablan por sí mismas. Resulta un razonamiento bastante
frágil que, en nuestra opinión, no hace más
que profundizar en las ya de por sí complicadas relaciones
sociales entre ambos sexos. Un poco más adelante pone
de relieve la relatividad en la percepción sonora, primero,
a través de las diferencias en cuanto a composición
y propiedades acústicas del oído externo. Segundo,
a través de la prolongación de este oído
en su vertiente interna y todo lo relacionado con la variabilidad
física y fisiológica entre los cuerpos humanos.
Y, tercero, a través de los diferentes estados de ánimo
del oyente, que pueden influir en la percepción de muchas
maneras. Una vez expuestas los diversos factores que pueden
alterar o modificar esta percepción sonora de la que
estamos hablando, no parece demasiado concreto el intentar generalizar
y ampliarlas a un hecho social como es la diferencia entre hombres
y mujeres. De acuerdo con que existe un sustrato biológico
que es susceptible de ser diferencial en cuanto a percepción,
pero este sustrato no es susceptible de ser aplicado a categorías
sociales. Es decir, la variabilidad que representan las fisiologías
propias de cada cuerpo humano deberían ser suficientes
para establecer esta percepción diferencial: una diferencia
en cuanto individuos y no en cuanto taxonomías sociales
(si la idea es abstraerse lo máximo posible).
El silencio: ¿la
ausencia de entorno sonoro?
El siguiente autor de la escuela schaferiana
merece mención especial y un apartado para él
solo. Se trata de Wreford Miller y el tema en cuestión
está muy relacionado con el que nos ocupa en estos momentos.
Hablamos de sonido ambiental, por lo que debemos contemplar
la posibilidad "opuesta:" la ausencia de sonido. Pero
¿es el silencio la ausencia de sonido? Según este
autor la definición de silencio es relativa al contexto
o, más bien, al medio alque se aplique. "Debemos
considerar al silencio como la raiz de partida del paisaje sonoro,
como condición que nos permite discernir el sonido. Cualquier
paisaje sonoro ubica al oyente en el centro y, así, invoca
el vasto complejo de relaciones del medio ambiente acústico
que acontece en la comunicación, en lugar de abstraer
el "silencio sonoro" como fenómeno sin relación"
(Miller, 1993:1).
Alumno
aventajado de Barry Truax en la Simon Fraser University, Miller
inaugura con estas palabras una tesis doctoral que responde
al nombre de "El silencio en el paisaje sonoro contemporaneo."
A lo largo de casi cien páginas critica a un sinúmero
de autores que han abordado el tema del silencio porque se refieren
a él como ideal humano. Esto, según el propio
miller, refiere a su vez al "sueño positivista de
experiencia ordenada " (que, habiendo leido lo escrito
hasta el momento, podemos entrever de dónde surge) y
"organiza nuestro sentido de comunicación dentro
de nuestro entorno bajo la rúbrica del discurso."
(Miller, 1993:5)
Añade
un punto a las hipótesis de Westerkamp afirmando que
la sensibilidad humana es relativa en cuanto depende del "entramado
de interrelaciones entre conciciones acústics y psicológicas."
Hace refernecia al concepto de flatline (algo parecido a "sonido
plano") y afirma que es en gran parte culpable del decrecimiento
de la sensibilidad auditiva en los humanos debido a que este
tipo de sonidos "fatigan la percepción y la adaptación."
A este respcto sigue en la linea de Schafer al hablar de "patrones
sonoros redundantes o repetitivos." Habría que recomendarle
una buena dosis de Lamonte Young. Llega a afirmar, sin que le
falte razón, que la predicibilidad de un sonido resta
sensibilidad a los oídos. Pero se olvida constantemente
de otorgarnos a los oyentes el beneficio de la individuación,
de la variabilidad según la persona. Los sonidos redundantes
o planos, para Miller, destruyen la fidelidad acústica
ya que contienen diferencias demasiado pequeñas para
ser relevantes para el organismo humano con el resultado de
que dificultan la comunicación, y nuestros sistemas auditivos
se adaptan a ellos. En un aire muy schaferiano, miller se erige
en conocedor de verdades universales y rebaja la sensibilidad
de la especie humana a la de un zapato o un mueble. Para él
la relatividad del silencio está en función de
la cantidad de sonidos inmiscuidos en el proceso de percepción,
argumento verdaderamente aceptable. Pero situa al oyente en
un papel de sufridor ante las constantes agresiones de sonidos
que no quiere escuchar. No vemos en el zumbido de una televisión,
de un ordenador encendido o de una nevera factores que disminuyan
la sensibilidad.
Entre
las muchas definiciones de silencio que este autor aventura
cabe destacar las siguientes. Define sonido como ausencia de
procesos comunicativos siguiendo la teoría de la comunicación
acústica y centrándose en el contexto, como propone
Truax. Define silencio como sonido ambiental en relación
a la voz y a la música, "o por lo menos éstos
{los sonidos ambientales} están más cerca del
silencio y se los asocia con ellos." Define silencio como
"el espacio metafórico, el proceso de consciencia
y la tendencia física que nos permite discernir sonidos."
(Miller, 1993:12)
"El
sonido como ausencia de sonido no existe de ningún modo
(...). El silencio como ausencia de sonido relativo a la sudibilidad
y la medida si existe. (...) El silencio existe como referencia
al ambiente de un paisaje sonoro, de forma que "tranquilo"
y "silencioso" se convierten en sinónimos casi
perfectos. Junto con este movimiento del concepto desde lo puramente
físico hacia la perspectiva relacional del oyente, el
"silencio" está referido a la comunicación,
o mejor, a la no comunicación, a la irrelevancia y al
no mensaje. (...) Como consecuencia de una extensión
metafórica del silencio para referirse a una pausa en
la comunicación, se convierte en una condición
ambigua inherente al discurso (cuyos efectos, sin embargo, pueden
no serlo tanto)." (Miller, 1993:61)
Es
interesante la perspectiva que aquí se nos plantea. Recoginedo
el testigo de Truax, Miller incluye al discurso humano en todas
sus formas en el entorno sonoro. Lejos de clarificar la situación
contemporanea, esta inclusión viene a complicarla todavía
más, si bien la completa. Miller refiere el silencio
a la conceptualicación humana y sondea, así, los
posibles significados e "imágenes" que nos
inspira este concepto. Vincula, también, silencio con
dominación y poder en un sentido al más puro estilo
de Foucault. "El silencio ha sido tácitamente redefinido
o desenfatizado en la estrategia de expansión electrónico-industrial
del capitalismo: como calidad rural, romántica o salvaje
del paisaje sonoro para verse opuesta a los sonidos del progreso,
para ser empaquetada como condición de valor de cambio,
o para ser evitada como un no-estado. (...) Creo que la dominación
del paisaje sonoro es inseparable de la dominación sobre
los medios de producción, y que esta dominación
tiene que ver con la marginación conceptual del silencio"
(Miller, 1993:61). Sabias palabras cuya veracidad comprobaremos
más adelante cuando hablemos de la música programada
en las grandes superficies comerciales.
En
resumen, Miller lleva a cabo un sondeo de todo lo que el silencio
significa y puede llegar a significar en la sociedad occidental
contemporanea. Contempla los procesos alrededor del "silenciamiento
del silencio," y, posiblemente con demasiada holgura pero
con pequeños brotes de humildad, reubica al silencio
en el entorno sonoro para otorgarle un papel fundamental en
la jerarquización de la percepción sonora de la
especie humana contemporanea. Otro de los temas fundamentales
en la obra de este autor es el ritmo, pero es un tema que resulta
demasiado extenso para ser tratado dentro de este epígrafe,
tanto por sus propios comentarios como por las referencias de
otros autores que hemos encontrado.
Bioacústica
Ligeramente relacionados con estos, aunque
mucho más interesantes, están los estudios sobre
bioacústica. La bioacústica es la disciplina que
se ocupa de buscar la relación entre el comportamiento
de ciertos animales y los sonidos que estos producen. A caballo
entre lo que sería una lingüística humana
y una acústica contextual, y utilizando la comunicación
acústica como punto de partida, la bioacústica
investiga el sonido animal en relación con la vida social
y a la supervivencia de especies animales concretas. Esta disciplina
se concreta en el estudio de fenómenos como el emparejamiento
o la ubicación sonora (a partir de radares o sónares
naturales) a partir de casos de especies animales como los cetáceos,
los roedores o los cérvidos.
Para
los bioacústicos resulta muy complicado el estudio de
sonidos complejos producidos por mamíferos debido, en
parten a la importancia que han de conferirle al contexto social
en el que ocurren los eventos sonoros (y digo mamíferos
no porque la disciplina se centre en ellos, sino por poner un
ejemplo de organizaciones sociales un poco más complejas).
Las habilidades de comunicación y la expresión
lingüística en estos casos se ven muy condicionadas
por la enculturación diferencial según los individuos
(aprendizaje estándar + experiencia individual) Al igual
que ocurre con la especie humana, los mensajes no sólo
son portadores de información léxica o sintáctica,
sino que también refieren información sobre las
condiciones emocionales, físicas, sociales y contextuales
en las que el animal se desenvuelve. A este respecto cabe destacar
las investigaciones sobre la capacidad de eco-localización
de los murciélagos llevadas a cabo por el Centro Interdisciplinar
de Bioacústica e Investigación Ambiental de la
Universitá degli Studi di Pavia, amén de otros
estudios sobre la comunicación entre cetáceos,
especialmente ballenas, y entre delfines.
Dentro de esta disciplina
se ha propuesto recientemente lo que se ha dado en llamar la
hipótesis de nicho. Esta se concentra en la diferenciación
de las fuentes bióticas de los sonidos para afirmar que
«diferentes nichos auditivos se definen básicamente
en términos de bandas de frecuencia del espectro de sonido
que está ocupado por diferentes especies. (
) el
interés de este planteamiento (
) radica en la intención
explícita de ampliar la bioacústica clásica
de un auto-ecológico (una especie) a una perspectiva
más sistémica considerando composiciones de especies
de animales capaces de producir ruido y que se encuentran en
un ecosistema equilibrado.» (López, CCCB) Resumiendo,
la hipótesis de nicho afirma que, en un ecosistema equilibrado
o "bioacústicamente consistente", cada especie
sería susceptible de ser analizada como ocupando una
banda de frecuencia concreta dentro del espectro del sonido
total de dicho ecosistema. Por todo ello, cada ecosistema acústico
conformaría una suerte de "orquesta" propia
y personal que nada o muy poco tendría que ver con el
resto de ecosistemas.
Sonido y espacio urbano
De modo similar, encontramos correlaciones
entre este tipo de análisis y el que se emplea para la
etnografía sonora de espacios urbanos, particularmente
el empleado por Jean-François Augoyard y el equipo del
CRESON (Centro de investigaciones sobre el espacio sonoro y
el entorno urbano). La metodología de esta asociación
ha sido descrita como etnografía sonora o etnosongrafía
de los espacios urbanos. Bastante preocupados por la noción
de ambiente, este colectivo trabaja el sonido más bien
en términos arquitectónicos en cuanto a disposición,
respuesta e influencias en la interacción humana. Una
especie de bioacústica de la especie humana en términos
urbanos.
También
similares, aunque quizá más concretos, son los
estudios del Instituto de Acústica de Madrid. En los
últimos años, esta organización se ha dedicado
a potenciar e incentivar estudios acústicos en una vertiente
más relacionada con la ingeniería aplicada que
con la ciencia social. Ejemplo de esto es el elevado númeor
de patentes en cuanto a materiales conductores que esta organización
ostenta. Cabe destacar una investigación publicada recientemente
en el Soundscape Newsletter. Bajo el título «Madrid:
dimensiones acústicas en áreas habitadas. Criterios
cualitativos» el compositor José Carles y la investigadora
Isabel López Barrio han llevado a cabo una investigación
sobre la identidad sonora de ciertos lugares dentro de la villa
de Madrid.
Partiendo
de una crítica abierta a los estudios tradicionales sobre
el entorno acústico, estos dos estudiosos del tema demarcan
dos tipos de variables para el mapeado acústico de una
zona concreta: variables físicas (el nivel de ruido)
y variables subjetivas (el nivel de molestia). «Los resultados
de estos estudios muestran que la correlación entre estas
dos variables (intensidad y molestia) es relativamente baja
(<04). Indican que la intensidad no es la única
variable que determina la reacción. Otro tipo de variables
que no se han incorporado a esta clase de estudios tienen que
ver con otro tipo de influencias como el contexto en el que
se percibe el ruido y la relación afectiva o emocional
con él.» Lo que nos lleva de vuelta a las conclusiones
de los estudios de bioacústica a los que antes nos referíamos.
A partir
de una hipótesis que afirma la existencia de diversos
espacios y diversas proyecciones emocionales/subjetivas/individuales
en la villa de Madrid, Carles y López Barrio intentan
identificar estos lugares, situaciones y contextos que, en opinión
de los habitantes de la ciudad, posee características
sonoras concretas. En base a ello se pretende determinar la
evaluación perceptual de la gente respecto a estos espacios
y comprobar si las variables que lo determinan son físicas
o de otra índole. Para el análisis se tienen en
cuenta tres tipos de variables: variables acústicas (naturaleza,
tipo y características del sonido), variables arquitectónicas
(organización del espacio, morfología urbana,
diseño y usos del espacio) y variables psicosociales
(modos de vida, códigos sociales de los vecindarios,
criterios culturales y estéticos en relación al
medio).
Como conclusión se
exponen tres tipos de situaciones acústicas: lugares
representativos (parques, avenidas), lugares expresivos (que
expresan formas concretas de experimentar la ciudad) y lugares
sensibles (que producen sentimientos de urbanidad). En palabras
de los autores: «contexto y
sonido son dos variables fuertemente interrelacionadas. El contexto
define al entorno acústico y este, a su vez, configura
el espacio, cuyo carácter varía en función
del sonido que haya en él. Los significados que los sujetos
adscriben a una experiencia acústica concreta (
)
dependen del lugar en el que son oídos. Los cambiantes
grados de congruencia entre lo que el oyente espera oír
y lo que en realidad oye en un lugar dado, tiene mucho que ver
con la evaluación del sonido en cuestión y, por
lo tanto, con su aceptación o rechazo. (
)El resultado
es que esta forma de encajar lo que se espera y lo que acontece
hacen que el entorno sonoro sea legible [bajo la forma de texto
que anticipábamos antes] en el sentido en el que los
sonidos que lo componen hablan sobre o indican el carácter
real de un lugar en cuestión (
). Los sonidos presentes
en un entorno dado no sólo proveen información
sino que inducen estados emocionales (
). Los diferentes
sonidos presentes en estos fragmentos [de la vida cotidiana,
utilizados para la investigación] adquieren un significado
que va más allá de sus propiedades puramente físicas.
(
) acompañan a una capacidad simbólica que
representa o evoca la cultura del pueblo [en el original en
inglés village] tradicional» (López Barrio
y Carles, WFAE).
Paisajes sonoros contemporáneos
Pero las investigaciones siguen adelante
y es durante la década de los 80 cuando el World Soundscape
Project se transforma en el World Forum for Acoustic Ecology,
dando cabida a estudios como los que acabamos de ver. Schafer
continúa con el análisis del cambio del paisaje
sonoro de Vancouver y otras ciudades canadienses que comenzó
a finales de los 70. Mientras tanto su organización crece
y se comunica a través de la revista (recientemente revisitada
para ser incluida en la red) Soundscape Newsletter.
Paralelamente a esta, investigadores de otros lugares y de otras
disciplinas exploran la vertiente más social del sonido.
Entre los que provienen del mundo de la ciencia social propiamente
dicha destacan Max P. Baumann y Jonathan Sterne. El primero
utiliza un tono y una perspectiva marcadamente psico-social.
Tomando como punto de partida el hecho contrastado de que la
percepción auditiva del ser humano no sólo tiene
que ver con cuestiones fisiológicas, Baumann defiende
una interpretación de esta percepción en base
a hábitos y tradiciones de audición. «Mediante
hábitos determinados culturalmente, los seres humanos
se proyectan a sí mismos sobre los sonidos (
).
No es el mundo el que nos proporciona objetos a oir, sino más
bien nuestro conocimiento empírico el que crea el mundo
y la forma en que oimos el ruido, la naturaleza y la música»
(Baumann, 1997). Esta separación que nos presenta hace
referencia, de alguna manera, a la jerarquización de
la escucha que, en general, se da en la especie humana.
Particularmente preocupado
por la definición de ruido como producto social, Baumann
afirma que tanto éste como la música son constructos
mediante los cuales los seres humanos filtramos, interpretamos
y subordinamos de forma específica nuestro entorno a
un orden sonoro específico que nos han enseñado
a percibir (Baumann, 1997:102). De modo similar, trata de mostrar
cómo es el hábito auditivo, las rutinas sonoras,
lo que nos hace percibir dicho entorno sonoro como música
de acompañamiento (Baumann, 1997:103).
Con relación a este
último término y a lo que Schafer denomina diseño
acústico, encontramos los trabajos de Jonathan Sterne.
Este profesor de la Universidad de Illinois dedica sus esfuerzos
al análisis de la música programada (el hilo musical)
como elemento arquitectónico en la construcción
de grandes superficies comerciales. En un artículo extremadamente
interesante publicado en el número 41 de la revista Ethnomusicology,
Sterne indaga y muestra sus conclusiones sobre el mundo de la
música programada. Por un lado se ocupa de la vertiente
perceptiva (como estamos viendo, algo fundamental en este tipo
de estudios) y por otro de la clasificación y conversión
de la música en un bien comercial dispuesto a ser consumido.
Podría opinarse que
este tipo de objeto de estudio poco tiene que ver con la investigación
en desarrollo sobre paisajes sonoros, nada más lejos
de la realidad. Sterne afirma que en estos centros comerciales
la percepción de lo musical es muy semejante al exterior
de los mismos. De hecho una de sus conclusiones es que estos
centros y toda la infraestructura que llevan detrás,
funcionan como espacios utópicos, como paisajes sonoros
ideales o idealizados. «Aquí [en los centros comerciales]
la experiencia musical es enteramente comprendida como escucha
y los valores culturales son atribuidos a la inmediata presencia
de la música como si de un tipo de sonido se tratase»
(Sterne, 1997:24). Es este paisajismo musical intencionado lo
que aquí nos interesa. El medio ambiente de los centros
comerciales funciona como una experiencia virtual. La música
programada es la banda sonora del centro comercial del mismo
modo que los sonidos del bosque o los de la calle transitada
conforman sus espacios sonoros. Esto se ve reforzado por el
hecho de que el oyente deambula entre una escucha pasiva y una
activa, como ocurre con los paisajes sonoros reales.
La música programada
responde a ciertos criterios empresariales. Los temas programados
son arreglos sinfónicos de melodías conocidas
(tanto tradicionales como contemporáneas) que utilizan
mucho los arreglos de cuerda e intentan apartarse del viento,
la voz o la percusión. Son algo así como versiones
anestesiantes o asépticas de melodías sobradamente
conocidas. Este tipo de composiciones y su ordenación
concreta destacan, entre otras cosas, por la relación
que establecen o fuerzan a establecer al oyente: a través
de la familiaridad y la anonimidad de las canciones se potencia
el consumo, se atenúa la identidad nacional o individual
y se incrementa la identidad consumista. «Toda la música
ambiental posee ciertas características similares. Las
voces y los instrumentos que los programadores consideran abrasivos
o agresivos son eliminados; ambos llaman demasiado la atención
sobre sí mismos e impedirían el carácter
de segundo plano (o banda sonora) de la música»
(Sterne, 1997:29-30). El hecho de que casi toda la música
ambiental o programada provenga de fuentes similares convierte
a los centros comerciales que la programan en espacios si no
iguales, muy parecidos.
La música ambiental
funciona como la banda sonora de una película: sirve
para construir el espacio visitado. Sterne discrimina entre
dos tipos de espacios en los centros comerciales: espacios intersticiales
y lugares concretos (comercios particulares). En un intento
de imitar la disposición de los espacios públicos,
los gerentes de los centros comerciales idealizan su entorno.
La banda sonora de los espacios de transición es suave,
tersa y está construida no para apaciguar pero sí
para no soliviantar a los transeúntes. Por oposición,
cada comercio particular programa listas de canciones en sus
versiones originales (servicio que también ofrecen las
compañías que antes hemos citado). Esta confrontación
ayuda a crear y demarcar espacios acústicos y, por consiguiente,
lugares y no lugares. «Esta música de fondo más
alta y agresiva que emana de las tiendas crea una tensión
con la música de los pasillos (
). A través
de una delineación acústica clara, la música
crea un sentimiento de dentro y fuera» (Sterne, 1997:22).
Es decir, que la música ambiental como idealización
sonora de la realidad (quizá la utopía sonora
de Schafer), no sólo divide el espacio, sino que también
coordina las relaciones que los oyentes van a establecer entre
las subdivisiones de estos espacios.
Como conclusión y
en clave crítica marxista, Sterne arremete contra la
música programada afirmando que si toda la música
es étnica, entonces la etnicidad de este tipo de música
es el capitalismo. En los centros comerciales el consumismo
es más una imposición antes que una opción,
agravada por una construcción y distribución que
genera usos que acentúan esta conducta consumista. Los
gerentes de estos centros comerciales desean mantener ocupadas
las mentes de los oyentes, haciendo que olviden toda tensión
y diferencia social. La única diferencia permitida es
el posicionamiento ante la banda sonora, que, además,
no es un proceso voluntario sino más bien forzoso. «El
espacio está constantemente producido por programas musicales;
su continua presencia funciona como recordatorio al oyente.
Es factible afirmar que la música programada territorializa
el centro comercial: construye y acota el espacio acústico
y se encarga de las transiciones de una localización
a otra» (Sterne, 1997:31).
A este respecto, Sterne no
es el único autor que se posiciona de esta forma ante
la música programada. De entre los que hemos tratado,
Wreford Miller es el que más coincide con Sterne. Desde
su estudio del silencio Miller afirma que "el Moozak es
un ejemplo perfecto de formas sutiles de dominación tecnológica
mediante la manipulación de los silencios. A través
de la mezcla de muschos estilosmusicales en un tema dominante
y su presentación como un bien deseable, esta "música
de fondo" potencia la escucha pasiva (...) y es un producto
genuino de la Aldea Global. De hecho, su presencia niega la
discontinuidad de pensamiento de los consumidores" (Miller,
1993:34).
Muy en la onda de Schafer,
no sólo critica al Moozak por alienante, sino también
porque reitera constantemente estructuras que, para él,
carecen de significado. Mientras cita a Jacques Attali viene
a decir que "el silencio impuesto por la repetición
es la muerte del significado, la supresión de la diferencia"
(Miller, 1993:34). En este punto Miller cae en una contradición:
parece no contemplar el fenómeno desde un punto suficientemente
alejado para el análisis. Acaso no es la repetción
una característica fundamental para la elaboración
y difusión de códigos (así como también
lo es su ectremo: la experimentación).
Da la sensación, como
con el resto de Schaferianos, de que sus preferencias estéticas
influyen directamente en el resultado de sus investigaciónes.
Resulta enternecedor el espíritu romántico que
los liga con la creación musical, de todos modos sería
muy cortés por su parte el dejar una porción de
la percepción (esa en la que se encuentran las preferencias
estéticas) al gusto del consumidor. Es un logro darse
cuenta de lo alienada que puede llegar a estar la humanidad.
El caso es que, aun dándonos cuenta de ello puede que
sea de nuestro agrado. Este es el punto que la élite
Schaferiana parece no aceptar.
Nuevas aportaciones desde
la música
Los músicos, tanto intérpretes
como compositores, en mayor o menor medida viven en el mundo
real. Esto es suficiente para que se vean afectados por los
diferentes ritmos y sonidos de la época en la que viven,
tanto de manera consciente como inconsciente. Desde finales
de la década de los 70, e incluso antes, cabe destacar
muchas y muy interesantes aportaciones desde el mundo de la
música. A decir verdad, hasta el momento la incorporación
o interpretación de sonidos del entorno sonoro a composiciones
musicales no es algo excesivamente novedoso. Desde todos los
géneros musicales ha habido intentonas de plasmar un
mundo sonoro en el que los compositores viven. Muchas de estas
aportaciones han sido visionarias en cuanto proféticas
o adelantadas a su tiempo. Cabe destacar el ejemplo del ilustre
guitarristas Jimi Hendrix, capaz de abarcar e imitar un amplio
espectro de sonidos ambientales mediante instrumentos y filtros.
En un alarde de baja fidelidad, Hendrix es capaz de transmitir
percepciones novedosas en su momento sobre el entorno sonoro
urbano o rural a través de piezas como Crosstown Traffic
o Castles made of sand.
Otro
ejemplo destacable es el neo-maquinismo musical o, como se denominó
en la época, el krautrock alemán de bandas como
Kraftwerk, Can o Faust. Herederos directos de la tradición
futurista y surrealista más ruidosa, este movimiento
reivindica la vida urbana como punto de partida étnico.
La identidad sonora de ciudades industriales alemanas como Berlín
o Düsseldorf se plasma en ritmos mecánicos y recodificaciones
del sonido de las fábricas modernas. Destaca esta corriente
por la incorporación de tecnología electrónica
e ingeniería mecánica. Por ejemplo, Kraftwerk
en su Radioactivity realizan un estudio en profundidad de los
sonidos de la radiactividad. Para ello utilizan numerosos filtros
y sonidos extraídos de contadores geiger o de lenguaje
morse. Idealizan y recodifican musicalmente el espacio sonoro
del industrialismo tardío.
Más
allá de documentalismos paisajísticos recodificados,
en la actualidad nos encontramos con numerosas iniciativas alrededor
del tópico del paisaje sonoro. Multitud de artistas actuales
se sienten en deuda con la obra de los grandes metodistas como
Cage, Satie o Schaeffer. Existe otra corriente en cuanto a composición
y análisis que parte de las bases sentadas a principios
de los 70 por R.M. Schafer y su World Soundscape Project. Siguiendo
la distinción hecha por autores como José Iges
o Francisco López, podemos analizar estos dos movimientos
como enfrentados, ya que abogan por principios bastante alejados
los unos de los otros e identificarlos con dos exponentes reivindicados
por cada movimiento: Schaeffer y Schafer.
La
primera corriente «ha planteado un trabajo con el entorno
sonoro más desprejuiciado, si se quiere, hibridándose
en algunos casos con elementos poéticos, documentales
o de reportaje, y en otros desarrollando puentes sonoros entre
dos entornos naturales o urbanos» (Iges: 13). En relación
a esta tendencia encontramos firmas como la de Bill Fontana,
el colectivo Ars Acústica o el compositor Francisco López.
Estos son pioneros y promueven el tratamiento electrónico
de sonidos ambientales de modo que acaben perdiendo la referencia
con el entorno del que proceden, en beneficio de los intereses
del compositor. Más cercano se nos aparece este último.
«A lo largo de casi veinte años, Francisco López
ha desarrollado un impresionante mundo sonoro, totalmente personal
e iconoclasta, basado en una profunda escucha del mundo. Destruyendo
barreras entre sonidos industriales y ambientes de naturaleza
salvaje, moviéndose con pasión desde los límites
de lo perceptible hasta los abismos más profundos de
intensidad sónica, proponiendo una escucha ciega, profunda,
trascendental, libre de imperativos del conocimiento y abierta
a la expansión sensorial y espiritual,» reza el
prospecto de uno de sus conciertos.
En sus escritos, este compositor madrileño arremete contra
la demonización que Schafer lleva a cabo con el concepto
de esquizofonía y que él denomina acustimática
. «La esquizofonía es una negación, o al
menos una oposición a la posibilidad de aislar propiedades
sonoras de un ambiente y usarlas por sí mismas
o en solitario- para cualquier tipo de sonido humano. (
)
Sólo puede haber una razón documentativa o comunicativa
para mantener una relación causa-objeto en el trabajo
con paisajes sonoros, nunca unas artísticas o musicales»
(López, 1999:77).
Este
autor revela también el problema del rodaje sonoro, esta
vez aplicado al paisaje sonoro como género o fuente de
la que se toman elementos para la composición (en esta
categoría entraría también la composición
de bandas sonoras para el cine). José Iges lo describe
a la perfección: «cuando se escucha hoy en día
la obra [se refiere al Week-End de Walter Ruttman] parece tanto
evidente que [los sonidos] no hayan podido sino ser realizados
para. (
) Ha sido preciso evitar todo ruido simultaneo
o vecino, elegir la hora o el lugar donde ningún alboroto
arriesgase perturbar la grabación.» En efecto,
el reconocimiento de una intencionalidad a la hora de los preparativos
para la grabación o pregrabación elimina todo
resto de ese realismo documentalista que en principio es atribuible
a este tipo de obras.
Pero
también la bioacústica cae en esta trampa. La
bioacústica tradicional «-justificada por su propio
objetivo científico- tiende a aislar las llamadas, cantos
o cualquier otro sonido de una cierta especie del sonido de
fondo de su entorno. (
) En la selva no existe discriminación
intencional; las especies animales que producen los sonidos,
aparecen juntas con otras, acompañando a los componentes
del sonido ambiental, bióticos y no bióticos»
(López)
Como
afirmábamos antes, la utilización de elementos
del entorno sonoro para la composición musical es algo
que está muy extendido en la actualidad, tanto en contextos
conservadores como en contextos más experimentales. Como
fuente de inspiración es innegable su importancia, ya
que todos, hasta los compositores, vivimos inmersos en un mundo
sonoro particular. También aparece formando parte de
estas composiciones como elemento principal (intentos pictorialistas)
o secundario (por ejemplo, efectos de sonido). De esta manera,
desde Wynston Marshallis hasta Mc Hammer, todos han utilizado
(o por lo menos lo han intentado) elementos del entorno sonoro.
Hoy en día, coincidiendo con el auge de la informática
y la digitalización del sonido, este tipo de aportaciones
son incontables. Actualmente, quien más y quien menos,
la incorporación de este tipo de elementos es moneda
común en la música.
Espacio sonoro y ritmo
Una de las características esenciales
de lo que hemos dado en denominar naturaleza es su caracter
estacionario, la presencia de bioritmos. La especie humana no
es algo aparte sino que también está inmersa en
un maremagnum de ritmicidades. Sólo hace falta pararse
en una esquina de cualquier ciudad para ver como la vida urbana
no sólo reproduce el orden natural sino que es tan parte
de éste como el proceso de crecimiento de cualquier planta
o animal. El movimiento cíclico que suponen las luces
de los semáforos. Las oleadas de gente y coches que éstos
desencadenan. La actividad diurna y la nocturna. El café
y la cerveza. Las comidas. Todo sigue un ritmo, riguroso en
cuanto social pero flexible en cuanto individual.
Algunos
autores ven en la reproducción intencional del ritmo
un rasgo exclusivo de la humanidad, lo que verdaderamente nos
diferencia de los animales. Entre estos destaca el lingüista
Roland Barthes. Este autor vincula el origen del ritmo a la
construcción de casas. Al sentar las bases de su sistema
de análisis discrimina entre audición y escucha
argumentando que oir es un fenómeno fisiológico
y escuchar una acción psicológica. Más
ligado a la vertiente discursiva y comunicativa del entorno
sonoro, Barthes afirma que los mecanismos de la audición
tienen que ver con procesos de la acústica contextual
y de la fisiología del oido. Sin embargo, define la escucha
por su objeto o por su alcance. Relaciona la audición
con la ubicación espacio-temporal. Resulta interesante
en cuanto posee una visión más puramente antropológica
sobre el sonido en cuanto "sentido propio del espacio y
del tiempo, ya que capta los grados de alejamiento y los retotnos
regulares de la estimulación sonora" (Barthes, 1993:244).
Y resulta interesante porque se refiere al ritmo de la audición.
Barthes
vincula la aparición del ritmo a la construcción
y a la fabricación de objetos llegando incluso a afirma
que "la característica operatoria de la humanidad
es precismanete la percusión rítmica repetida
por largo tiempo" (Barthes, 1993:246). Del mismo modo que
discrimina entre una escuha y una audición, parece estar
refiriéndose, cuando habla obre el ritmo, únicamente
a una repetición, sin más. En este sentido parece
más plausible en principio que lo que nos diferencie
de los animales es la capacidad no de repetir intencionadamente
un ritmo, sino de disfrutarlo. Por el otro lado, es bien conocida
la existencia de muchas especies animales que reproducen intencionadamente
ritmos o patrones para fines concretos como, por ejemplo, la
reproducción o la construcción. Pero, ¿disfrutan
los animales con ello?
También
encontramos este tema en la tesis doctoral de W. Miller. Miller
habla del ritmo en cuanto a control del silencio. "El golpe
de percusión es la organización binaria de la
experiencia análoga de la cuantificación del tiempo,
la medida. Mediante esta codificación el tiempo como
silencio se convierte en una experiencia consensuada que une
a los miembros de una comunidad y al individuo a los complejos
patrones del medio ambiente a través del tempo musical"
(Miller, 1993:13). Desde la semiótica se ha mostrado
como el signo se basa en un vaivén: el de lo marcado
y lo no marcado. Aquello a lo que llamamos comunmente paradigma
(Barthes, 1993:247). Esto nos refiere inmediatamente a la noción
de codificación y descodificación del entorno.
Una vez más echaremos mano de Barthes para explicarnos
un poco mejor. Este autor diferencia entre tres tipos de percepción
sonora:
1)
Una primera en la que "el ser vivo orienta su audición
hacia los índices." Se trata de una escucha alerta,
por lo que pueda pasar.
2) El segundo tipo "es un desciframiento; lo que se intenta
captar por los oidos son los signos; sin duda en este punto
comienza el hombre: escuchamos como leemos, es decir, de acuerdo
con ciertos códigos."
3) El tercer tipo "no se interesa en lo que se dice o emite,
sino en quién habla, en quien emite; se supone que tiene
lugar en un espacio intersubjetivo en el que "yo te escucho"
también quiere decir "escúchame;" lo
que por ella es captado para ser transformado e indefinidamente
relanzado en el juego del transfert es una significancia general
que no se puede concebir sin la determinación del incosnciente"
(Barthes, 1993:243-244).
Es decir, estos diferentes niveles de percepción sonora
varían en cuanto a detalles percibidos, en cuanto al
alcance o al tipo de información obtenida. Es obvio,
sin embargo, que nuestra percepción sonora viene determinada
por una enculturación diferencial. Por lo tanto, escuchar
es "ponerse a discposición de decodificar lo que
es oscuro, confuso o mudo con el fin de que aparezca ante la
conciencia el revés del sentido. Lo escondido se vive,
postula y se hace intencional" (Barthes, 1993:247). La
reproducción intencional de un ritmo es, pues, necesaria
para lo que podemos denominar una suerte de percepción
social o socialmente consenuada. O, como decíamos antes,
la repetición es necesaria para la comunicación
y, por lo tanto, para las relaciones sociales porque construye
estructuras de signficado.
Respecto
a esta estacionalidad u oscilación periódica de
la vida algunos autores sugieren cierto vínculo con la
sincronización. Incluso se llega a comparar la "sincronización"
de los órganos internos de un cuerpo humano con el intercambio
social. Y parecía que las teorías del organicismo
social habían caído en desuso. El mito es la casualidad.
El hecho de que una serie de percepciónes, por ejemplo,
visuales coincidan con otra serie de, por ejemplo, percepciones
auditivas no nos refiere a una unidad. Podemos explicarlo mediante
una cita clarificadora:
"Una
de las ingenuas fascinaciones de nuestro tiempo consiste en
creer que un hecho visual artístico y un hecho sonoro
artístico se sincronizan por medio de sofisticadas conexiones
digitales. Otra es que las artes existen separadamente, y por
eso se pueden combinar. Finalmente, los lenguajes y códigos
entorno de las supuestas artes específicas se supone
que definen cosas diferentes con palabras iguales, aunque es
al revés. (...) El lenguaje visual puede ser referencial,
simbólico, representativo, figurativo, intuitivo, etc.
y todas estas clasificaciones fijan los trazos de lo que definen
a partir de la comparación con las evidencias de la percepción
directa. El lenguaje sonoro se lateraliza: por un lado, la actividad
verbal. Por el otro, la musical. Ambas son incomparables con
la realidad o son la realidad, porque son inefables, es decir
inexplicables y inevitablemente abstractas. Sólo toman
sentido (y lo hacen con mucha fuerza) con los otros lenguajes
sensoriales cuando se sincronizan con ellos. La unidad de sincronicidad
es el ser humano. Puede existir
una obra de arte audiovisual des-sincronizada, a condición
de que se produzcan sus elementos en espacio-tiempos diferentes.
El Gernika y la novena de Beethoven son hechos des-sincronizados
excepto si se perciben al mismo tiempo" (Nubla, 1999:23-24).
Esto
mismo, que se aplica en el texto a las artes, puede perfectamente
gozar de un vínculo en la percepción no-artística.
Y puede desde el momento en que es la visión artística
lo que define a las diferentes disciplinas que se vinculan al
arte. Es decir, el arte está en la mirada, en la escucha,
y no en las obras en sí. Por tanto, estamos en disposición
de afirmar que existe la sincronicidad en cuanto los eventos
se prodecuen al mismo tiempo, es decir, en cuanto los percibimos
simultaneamente. Y todas las percepciones forman parte de una
realidad única, sólo discernible y jerarquizada
en cuanto percibida.
Análisis
Los paisajes sonoros nos refieren necesariamente
a la audición. Tradicionalmente se ha considerado un
paisaje sonoro como el conjunto de todos los sonidos perceptibles
en una situación concreta. Por tanto, y a modo de introducción,
nos remitiremos a dos temas fundamentales: la percepción
de estos sonidos y la espacialidad de las situaciones.
La percepción de sonidos en la especie humana cubre el
espectro que se halla entre 16 y 20.000 ciclos por segundo en
términos absolutos. Esto quiere decir que el oído
humano es capaz de percibir cualquier movimiento que haga vibrar
el aire como mínimo 16 veces por segundo y como máximo
20.000. Se trata del área de audibilidad humana. Así,
hablamos de sonido como vibración audible. Cuanto menor
sea la repetición, los sonidos serán percibidos
como más graves. Y, a la inversa, cuanto mayor sea la
vibración, percibiremos sonidos más agudos. Por
debajo de los 16 ciclos por segundo los sonidos empiezan a apreciarse
como reverberaciones y a dejar de ser percibidos únicamente
con el sentido del oído para pasar a serlo también
con el del tacto. A partir de los 20.000 ciclos por segundo
los sonidos agudos desaparecen para transformarse en algo parecido
al sonido de la televisión si eliminamos la banda sonora
de la emisión (el sonido del aparato funcionando, exclusivamente).
Entre 16 y 20.000 ciclos por segundo se hallan los umbrales
de audición humana y, por consiguiente, todos los sonidos
que somos capaces de oir.
Por
tanto, el término paisaje sonoro hace referencia al área
de audibilidad humana. En tanto que se habla de situaciones
perceptivas exclusivas de la especie humana, nos enfrentamos
a un término eminentemente antropocentrista. Pero el
paisaje sonoro es algo más que humanidad:
«Un sonido de ambiente no es sólo la consecuencia
de todos sus componentes que producen algún sonido, sino
también de todos los que transmiten sonido y los elementos
que modifican ese sonido. El canto del pájaro que oimos
en el bosque es tanto consecuencia del pájaro, como de
los árboles como del suelo del bosque. Si escuchamos,
de verdad, la topografía, el grado de humedad del aire
o el tipo de materiales en la capa superficial del suelo, veremos
que son importantes y definitorios como el sonido producido
por los animales que habitan cierto espacio (
). No tan
sólo [los humanos] oimos de forma distinta, sino que
también la temporalidad de nuestra presencia en un lugar
es una forma de editar.» (López)
Y con
este apunte holista entramos de lleno en esa segunda característica
que anticipábamos antes: la espacialidad situacional.
El paisaje sonoro nos lleva directamente a una concepción
espacial del sonido. Pero se trata de una espacialización
eminentemente limitada, en el sentido en que hace referencia
a una situación concreta. A este parecer, y por lo que
respecta a nuestra presunta orientación antropológica
encontramos más adecuada al caso la división teórica
que lleva a cabo un lúcido Francesc Llop i Bayo en un
pequeño artículo del número 80 de la Revista
de Folklore. Según este autor espacio sonoro es «todo
el sistema de sonidos producidos por un grupo humano organizado,
en sus actividades a lo largo del tiempo y del territorio por
los que se mueve ese grupo» (Llop i Bayo, 1987:70). Así,
podríamos hablar de espacio sonoro sincrónico
y diacrónico de un grupo humano, véase, los sonidos
producidos por una agrupación de humanos en una época
concreta o a lo largo de su historia.
Mediante
la incorporación de esta nueva perspectiva, el paisaje
sonoro pasaría a pluralizarse y a subordinarse al espacio
sonoro. Los paisajes sonoros serían, entonces, «diversas
perspectivas de acercamiento al fenómeno,» o pequeños
retales situacionales, partes que integrarían el espacio
sonoro total de un grupo humano. Además, este espacio
sonoro sería susceptible de una lectura como texto, de
forma similar que hacen los culturalistas americanos con lo
que ellos entienden por cultura. De esta manera, el espacio
sonoro nos remitiría a los modos de vida del grupo humano
en cuestión, a su visión y ordenación del
mundo, a sus relaciones con el medio ambiente o a su nivel tecnológico.
(Llop i Bayo, 1987) A este respecto, el investigador y compositor
canadiense R. M. Schafer propuso hace ya unos años, una
clasificación de los grupos humanos según los
materiales más comunes en su medio ambiente más
inmediato.
«El
paisaje sonoro [que podríamos sustituir por el espacio
sonoro] de todas las sociedades está condicionado por
los materiales predominantes de los que están construidas.
Así podemos hablar de culturas de bambú, de madera,
de metal, de cristal o de plástico, refiriéndonos
a que estos materiales producen un repertorio de sonidos con
resonancias específicas cuando son tocados por agentes
activos, seres humanos, viento o agua.» (Schafer, 1992)
De
este modo, y volviendo al punto anterior, podemos afirmar que
«el espacio sonoro sería un resultado lógico
de las actividades de cualquier grupo [de su interacción
con un medio ambiente dado]. La producción de diversos
tipos de sonidos por un grupo humano es evidente, aunque no
lo sea tanto su ordenación. Todos esos sonidos, producidos
de manera más o menos inconsciente, no serían
más que otro hecho cultural, con una fuerte tendencia
a ser ordenados según los valores dominantes del grupo,
o por lo menos según los valores de aquellos que tienen
poder para marcar las normas comunitarias» (Llop i Bayo,
1987:70). A pesar de la certeza de semejante afirmación,
incurre aquí el autor en una imprecisión considerable.
Al hablar de normas comunitarias aplicadas al sonido pasa por
alto que no todas las agrupaciones sociales han de ser forzosamente
comunitarias. La diferencia que plantea la distinción
entre Geimeinschaft y Gesellschaft, nos transporta a un mundo
en el que existen las normas comunitarias, pero con matices
extra-comunitarios. Es evidente que las taxonomías sonoras
de un grupo de personas dicen mucho acerca del propio grupo,
pero con el atenuante de que las taxonomías de una comunidad
serán más rígidas que las de una asociación.
Es
esta espacialización del entorno sonoro el que nos remite
a una cierta territorialidad. Sólo hace falta echar la
vista atrás en la historia para comprobar cómo
existen casos que verifican esta hipótesis. Los campanarios
cristianos o los alminares musulmanes, por poner dos ejemplos
más o menos cercanos, delimitaban en cierta forma el
territorio del asentamiento al que pertenecían. Y esta
delimitación venía marcada por el alcance sonoro
de las campanas o su exponente mahometano, el almuecín
o almuédano. El territorio de la comarca o cualquiera
que fuese la división territorial llegaba hasta donde
lo hacía el sonido de campanas u oraciones. A este respecto
añade Llop i Bayo: «los sonidos producidos por
y en grupo transmiten asimismo una información espacial:
no sólo marcan dónde se producen ciertos sonidos,
sino que tienen que ver con la categorización simbólica
atribuida a estos espacios» (Llop i Bayo, 1987:71). También
en relación con esta espacialización o territorialización
mediante el sonido están los estudios de L. Sterne que
hemos citado y descrito en el apartado histórico. Por
ello podemos concluir por el momento que el sonido ayuda a configurar
espacios y es un aditamento en la creación de una identidad
de grupo.
Una
vez habiendo asumido una multiplicidad de paisajes sonoros que
conforman el espacio sonoro total de un grupo social, nos vemos
en la disyuntiva de delimitar los objetos constitutivos de estos
paisajes sonoros. Llegado este punto nos damos de bruces con
un grave problema: ¿cómo describir los sonidos?
La notación musical tradicional resulta pobre o incompleta
a la hora de la descripción de sonidos no musicales.
Podríamos analizar el tono, el tempo o el ritmo, pero
aun así nos faltarían datos. También podríamos
aludir a las fuentes productoras de los sonidos, pero esto,
como muestra la cita de Francisco López de más
arriba, sólo presentaría parte del sonido, una
especie de sonido en estado potencial o larvario. De todos modos,
la atención a las fuentes es fundamental en el tipo de
análisis que pretendemos llevar a cabo.
La
polémica a la que aludíamos antes versa sobre
esta atención a las fuentes. Ya la hemos presentado en
el apartado dedicado a la historia, y aquí procederemos
a profundizar un tanto más. Como hemos dicho antes, existen
dos corrientes contrapuestas a este respecto. Por un lado está
Schafer y el World Forum for Acoustic Ecology. Este advierte
de una acusada tendencia a separar los sonidos de sus fuentes
y la denomina esquizofonía. En palabras del autor canadiense:
«Desde
la invención de equipos electrónicos para la transmisión
y almacenaje de sonido, cualquier sonido natural, no importa
cuan tenue fuere, puede ser aumentado en su intensidad y disparado
alrededor del mundo, o envasado en una cinta o disco para las
generaciones del futuro. Hemos desdoblado el sonido de los productores
del sonido. A esta disociación denomino esquizofonía,
y si uso una palabra que suena muy parecido a esquizofrenia,
es porque deseo vehementemente sugerir el mismo sentido de aberración
y drama (sic) que evoca esta palabra, pues los desarrollos de
los cuales estamos hablando han producido efectos profundos
en nuestras vidas» (Schafer, 1969:57).
Para complementar estas proféticas palabras, he aquí
otra cita, esta vez de Barry Truax, escritor de Acoustic Comunication
o el manual del perfecto diseñador acústico: «Un
sonido tiene significado en parte gracias a lo que lo produce,
pero en gran medida debido a las circunstancias en las que es
oído. (
) En las composiciones de paisajes sonoros
intentamos utilizar la capacidad asociativa del oyente como
parte de la composición. (
) No nos dedicamos a
saturarlos con efectos de sonido» (citado por Peterson,
WFAE). Fatídicas palabras inundadas de imprecisiones,
valores éticos, estéticos y morales plasmados
en un leve intento de análisis científico del
que ya hemos dado cuenta en apartados anteriores.
La
otra parte contratante de este enfrentamiento ideológico
es la tendencia relacionada con Pierre Schaeffer. Según
afirma J. Iges en un breve repaso a las tendencias paisajísticas
aplicadas al sonido: «es cierto, no obstante, que uno
de los empeños más obstinados de Schaeffer fue
junto a la elucidación de un solfeo de los objetos
sonoros en su Traité des objets musicaux- el reconocimiento
de esos objetos como realidades susceptibles de abstracción
más allá del cuerpo sonoro que los generó.»
Y en palabras del propio Schaeffer:
«Si extraigo un elemento sonoro cualquiera y lo repito
sin ocuparme de su forma, pero haciendo variar su materia, anulo
prácticamente esa forma, pierde su significación;
sólo su variación de materia emerge, y con ella
el fenómeno musical. Todo fenómeno sonoro puede
pues ser tomado (como las palabras de un lenguaje) por su significación
relativa o por su substancia propia» (citado por Iges).
Así, las dos tendencias
pueden ser identificadas mediante dos términos que ellos
mismos han acuñado: esquizofonía para los schaferianos
y objeto sonoro para schaefferianos. En este sentido consideramos
la segunda perspectiva como la más adecuada para la escucha,
ya que permite una libertad de asociación mayor que la
primera. Pero esto, que está muy bien en cuanto a usuario,
no sirve o no es del todo completo a la hora del análisis.
Se hace necesario tener en cuenta las fuentes que producen el
sonido ya que suponen una información adicional al evento
sonoro en sí. Una respuesta humana ante un evento sonoro
pasa siempre por la búsqueda de sus fuentes, o, por lo
menos, existe una acusada tendencia a ello.
Ahora bien, si consideramos
el espacio sonoro como «todo el sistema de sonidos producidos
por un grupo humano organizado,» habremos de incluir en
éste las manifestaciones musicales de dicho grupo. Y
es pertinente tratar diferencialmente a estas manifestaciones
ya que se trata de una categoría emic, es decir, que
la gran mayoría de grupos humanos tienden a hacer esta
separación. Por lo tanto podemos afirmar que existe una
escucha diferencial de las manifestaciones musicales dentro
del entorno sonoro de algunos grupos humanos respecto del total
del espacio sonoro. Existe una discriminación entre sonidos
musicales y otro tipo de sonidos. Para interpretar la música
se utilizan niveles perceptivos diferentes a los que se utilizan
para el resto del espacio sonoro. De todos modos, existen indicios
que muestran que esto no ocurre así en la totalidad de
los casos, en las sociedades humanas. Existen también
iniciativas como las de los schaefferianos a favor de una escucha
democrática para todas las manifestaciones sonoras.
Dentro de la variedad que
suponen las manifestaciones musicales de las sociedades occidentales,
encontramos un ejemplo que corrobora esta hipótesis de
la escucha diferencial. Dentro de los muchos estilos de música
característicos de este tipo de sociedades, encontramos
individuos que prefieren lo que denominaremos música
analógica frente a otra digital o electrónica,
e incluso gente que prefiere la música analógica
clásica a la moderna o contemporánea. Instrumentaciones
relativamente tradicionales frente a otras nuevas y progresivamente
asumidas. En muchos casos se trata de una opción ideológica
de algún modo relacionada con la oposición entre
cultura y naturaleza. Y este es un hecho que nos muestra cómo
la gran mayoría de consumidores de música gustan
no sólo de imaginar las fuentes que producen el sonido,
en este caso la música, sino también de atribuirle
a ésta un carácter simbólico.
Pero esto no niega la opción
que hemos tomado, ya que en la vida cotidiana de un ser humano,
por ejemplo, urbano, se hace necesaria la atención a
las fuentes productoras del sonido. Es la base de bocinas, timbres
y demás apelativos sonoros que lo retrotraen a su fuente.
«¿Qué es eso que suena? Es el teléfono:
alguien llama.» «¿Qué es eso que suena?
Es la bocina de un coche: mejor me aparto o puede atropellarme.»
Mediante este simple razonamiento se pretende remarcar la búsqueda
de las fuentes, que es a veces imprescindible para la supervivencia
en entornos agrestes o agresivos como pueden ser la ciudad o
la selva.
Conclusiones
La sonoridad del entorno humano es un tema
que ha sido objeto de muchos enfoques, tanto desde el conocimiento
científico más analítico como desde las
manifestaciones artísticas más despreocupadas.
El término paisaje sonoro, acuñado por Schafer
y sus colegas, se nos aparece como un concepto estático
que remite directamente al inmovilismo del sonido respecto a
sus fuentes. Los análisis tradicionales se centran demasiado
en la cuestión de la producción, dejando a un
lado perspectivas más globales. Es desde la composición
musical y desde la ciencia social desde donde nos llegan investigaciones
más completas. Si bien esta perspectiva liberadora de
las fuentes se nos presenta como más completa, para un
análisis antropológico al respecto se impone una
visita a las fuentes como complemento informativo, pero sin
dejar de lado los efectos que el sonido en conjunto de una situación
concreta puede producir en el oyente. Por un lado es necesaria
la atención a las fuentes pero, por otro, también
lo es una perspectiva más holística del fenómeno
sonoro.
La
percepción del medio ambiente es algo completamente delimitado
por las relaciones que los individuos establecen los unos con
los otros. Los seres humanos nos vemos enculturados en ciertos
valores (entre ellos ciertos valores perceptivos) que hacen
que prestemos más atención a cosas que vienen
socialmente determinadas. Así como el silencio es a la
música como el vacío a la experimentación
física, una categoría analítica que presupone
ciertas características de partida, el ruido y la música
son percepciones que pueden variar mucho según el lugar
del planeta en el que nos encontremos.
La
grabación y reproducción de paisajes sonoros en
su vertiente más documental pasa por la utilización
de tecnologías.
«Los
micrófonos son y siempre han sido las conexiones básicas
en nuestro intento de aprender el sonido del mundo a nuestro
alrededor, y también son conexiones no neuronales. Los
micrófonos oyen, cada uno de ellos de forma distinta
(
). Incluso aunque no substraigamos o añadamos
nada, no podemos evitar tener una versión de lo que consideramos
como realidad. (
) Se intenta solucionar esto a través
de la tecnología. Se prevé utilizar el sistema
de sonido ambisónico, por ejemplo, para reproducir paisajes
sonoros. (
) esas técnicas funcionan a través
del hiperrealismo, ya que, cuidadosamente grabados, seleccionados
y editados, los sonidos ambientales que cómodamente disfrutamos
sentados en nuestro sillón favorito, ofrecen una experiencia
realzada (en relación a la calidad de sonido y a la existencia
de ciertos acontecimientos) de lo que probablemente nunca hubiera
parecido realidad (
). En esencia, una consecuencia moderna
del mismo tipo de mentalidad que hace tiempo nos llevó
a crear zoos» (López, CCCB).
«El
paisaje sonoro [documental] nos remite a una falsedad, o quizá
a una imposibilidad: la de pretender una equivalencia entre
los sonidos de un entorno, de un espacio real dado, y la constituida
por esos mismos sonidos, una vez grabados y organizados. (
)
Si no se admite esta convención, los sonidos de un paisaje
sonoro [documental] serán inadmisibles como representantes
de esa realidad acústica de partida» (Iges).
Por un lado, la propuesta de Schafer nos parece interesante
aunque conservadora en exceso. El estudio de los efectos que
los nuevos sonidos puedan tener antes de ser indiscriminadamente
liberados en el entorno es una buena política si no pasa
por el control exascervado de una limpieza de oídos.
El estudio del simbolismo que estos sonidos pueden generar y
la investigación de diferentes patrones de conducta en
diferentes entornos sonoros podría utilizarse para la
construcción de ambientes un tanto menos agresivos de
los que actualmente podemos encontrar en las grandes concentraciones
de seres humanos. De todos modos, y a la vista de loas superficies
comerciales que han sido construidas con este objeto, este diseño
acústico pasa por la mediatización de los que
tienen el poder para marcar las normas, comunitarias o asociativas.
Si, como afirma de forma peyorativa Schafer, el paisaje sonoro
contemporáneo es característico por su notable
hedonismo, el paisaje sonoro ideal debería, en mi opinión,
no debería tratar de atenuar esta tendencia. De alguna
manera se trataría de educar oídos de la gente
para percibir, con más calma y cautela, los sonidos que
hay a su alrededor.
Las políticas a favor de la reducción de producción
sonora de cada país concreto revelan de alguna manera
las preferencias en materia de sonidos del país en cuestión.
En nuestro caso concreto, el estado español carece de
leyes generales sobre ruido. Existen reglamentos y decretos
en nueve de las diecisiete comunidades autónomas, pero
se muestran bastante ineficaces, al igual que las ordenanzas
municipales. Según las últimas estadísticas
de la Organización Mundial de la Salud, el estado español
es el segundo país más ruidoso del mundo, detrás
de Japón y por delante de Grecia (fuente: El País
Semanal). Y a pesar de los incontables riesgos que esto supone,
el nivel de polución sonora sigue subiendo. Más
de las tres cuartas partes de la polución sonora del
estado español procede del tráfico rodado, de
industrias y obras. Recientes estudios de la comunidad europea
señalan que el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares
aumenta en un 20 por ciento en quienes soportan sonidos de más
de 65 decibelios.
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