Ahora mismo, hacer música electrónica en España
puede ser una garantía de éxito, una profesión con futuro que todos
los padres conservadores (los mismos que hace veinte años les hubieran
dicho que estudiaran para notario) recomendarían a sus hijos. Pero
también puede convertirse en un billete sin retorno hacia la vida
en el underground y la indigencia si uno pretende ganarse la vida
con ello.
En la música electrónica española no hay actualmente
posiciones intermedias como ocurre en otros países con grupos como
Portishead, Air o Death in Vegas. Aquí uno, o es “pastis” y “buenrri”,
llena megaestadios de fútbol y hace bailar sin parar a 30.000 bakalaeros
o se pasa la vida tocando (con un poco de suerte) por 300 euros
un par de veces al año en los clubs más chic de la ciudad o en alguno
de esos presuntos festivales de “música avanzada” en los que, los
que cobran los cachés fuertes, son los músicos que vienen de fuera.
A los nacionales, o se les plantea que deberían dar gracias a los
dioses del Logic por tener la suerte de poder tocar en ese festival
de prestigio o, siguiendo las normas de la discriminación negativa
y tan típica en España, cobran la tercera parte que el disc jockey
o músico de electrónica extranjero que, en muchos casos, en su país
no es ni la mitad de conocido que ese músico nacional que tiene
que conformarse con las migajas (o negarse a tocar, claro).
En cualquier caso, dentro de la música electrónica
más generalista hay que advertir que los que cortan el “bakalao”
(je) son los disc jockeys, algunos grupos de big beat como Cultura
Probase (que ya tenían un éxito enorme en Andalucía antes de publicar
disco y ahora están cerca del disco de oro) o los músicos tipo Chambao
o Digitano que se dedican a hacer esa música que, en los anuncios
de la tele, se empeñan en definir como “chill out” y que no tiene
nada que ver con ese estilo dado que, realmente, lo que hacen es
new age empalagosa para yuppies de gustos horteras que, de esa forma,
rememoran en su casa aquellos instantes ibicencos en los que se
creyeron hippies por tres días.
Dentro de ese estilo hay casos como los de Nacho Sotomayor
(conocido por sus discos de La Roca), Intro, Silvania, Fred Tassy
o Justo Bagüeste, que llevan dominando este estilo desde hace varios
años sin un éxito masivo ya que está claro que el aire experimental
que requiere este género no es fácil de asimilar por el gran público.
El mundo de la superestrellas de la música electrónica,
de esos “pastis” y “buenrri” (Pilluli, Muerto o Walli), merecería
un capítulo aparte dedicado a ese estilo endémico de nuestro país
que es el bakalao, aunque ahora le llamen “progressive” y cosas
mucho más finas. Pero después de estos disc jockeys que dedican
su esfuerzo y su técnica (todo hay que decirlo, magnífica, mucho
mejor que la de algunos disc jockeys más cool, aunque ahí ya entra
la cuestión de si es más importante el virtuosismo vacío o las ideas
peor elaboradas…) a la música más comercial, hay otra serie de disc
jockeys números uno que, en la mayoría de los casos, también han
terminado creando sus propios temas. El gran mito de esta escudería
de djs “cabeza de cartel” es Oscar Mulero, un artista que tiene
todos los requisitos para convertirse en una estrella (es decir,
además de una indudable capacidad artística, dominio escénico y
físico perfecto para convertirse en estrella electrónica, a medio
camino entre Johnny Deep y Keanu Reeves) y que puede considerarse
el top (desde hace varios años), junto Angel Molina, de la escena
electrónica menos experimental. Monica de La Real, Yke y Elesbaan
son otros de los djs imprescindibles para componer un cartel que
atraiga a un buen puñado de público.
En cualquier caso, el big beat, y cualquier combinación
de la electrónica con otros estilos, es lo que más seguidores tiene
en nuestro país: desde los mencionados Cultura Probase a Telephunken
pasando por intentos de trip hop como el de Najwa Nimri (previamente
unida a Carlos Jean, al que algunos consideran el gran gurú de la
electrónica española aunque realmente es un productor efectista
que maneja bien el ordenador) y Supercinexcene, Fangoria o todas
las ondas electroclash (tipo Ciëlo o L Kan, que son los más destacables)
que, poco a poco, van surgiendo en un país que ha recibido tarde
este estilo, sin duda, por otro lado, el más revitalizante que ha
vivido el panorama electrónico español en años.
Y es que en España, la cuna del balearic beat, del
bakalao y tantos estilos que después se han popularizado fuera de
nuestras fronteras, hay una especie de reticencia a respetar a los
artistas españoles. El propio José Padilla, el artífice de los (dudosos
y bastante empalagosos) recopilatorios de “Café del Mar”, ese hombre
al que pagan millones por ambientar las fiestas más chic de todo
el universo, vendió alrededor de dos o tres copias de su propio
disco (el que compuso él mismo) en España. El propio Chimo Bayo,
que llegó a los números uno de las listas de Japón y nos dejó esa
pieza fundamental del choni techno que rezaba “ésta sí, ésta no,
ésta me gusta me la como yo”, no se ha comido una rosca en España.
E, incluso, los Rebeldes sin Pausa (que, como grupo, parecía que
iban a llegar lejísimos en los años 80) se han quedado en disc jockeys
de cierto prestigio (Pedro del Moral) y/o productores, aunque, como
músicos… nada.
Una pregunta que pocos se hacen, y que es bastante
evidente, es: ¿por qué, excepto en el caso de José Padilla, el 100%
de los DJs que ambientan Ibiza en verano son extranjeros? ¿Es que
no tenemos aquí buenos disc jockeys? ¿Es culpa de los propios empresarios
españoles? ¿Será que los guiris quieren ver en su lugar de vacaciones
lo mismo que en su país? ¿Seguimos teniendo la lacra landista de
que todo lo extranjero (no sólo los cuerpos de las suecas) es mejor?
Reflexionemos unos segundos sobre el tema y, mientras tanto, una
vez abordado el asunto de la electrónica más comercial, pasemos
a bucear en el underground donde, de verdad, se mueven las últimas
tendencias de la electrónica hispana. Que no sólo de house (donde,
excepto Tony Rox, tengo que reconocer que no he visto a ningún disc
jockey que merezca ser mencionado) y de bakalao vive el technokid.
Pues bien: en teoría, teniendo en cuenta la cantidad
de festivales de electrónica y de macro raves que hay en España
(especialmente en verano), los músicos de este estilo deberían poder
vivir dignamente de esto. Pero no. Por una parte, por ese asunto
explicado anteriormente de los cachés de los grupos nacionales;
y, por otro, porque en el underground (y si hablamos de electrónica
más aún), el amiguismo y los grupitos son una norma. Si uno atiende
a la programación de determinados festivales o encuentros de música
avanzada, de vanguardia, experimental o como se le quiera llamar
no hay más que observar quién toca para saber quién es el programador.
Queda muy bonito apoyar a los amigos, pero hay ocasiones en las
que el amiguismo interfiere en la calidad del encuentro/rave/festival
y nos encontramos con casos en los que un mismo artista actúa en
una ciudad cuatro veces en el plazo de tres meses (¡con la cantidad
de músicos avanzados, experimentales y de vanguardia magníficos
que están deseando tocar!). ¿La culpa? Pues, en gran medida, de
las grandes instituciones (oficiales o no) que financian estos eventos
de vanguardia, cuyos gestores no tienen la menor idea de a quién
están contratando ni saben si hace tres o cuatro meses algunos de
esos artistas (extranjeros, de los que cuesta un pastón traer) han
tocado en algún club de la misma ciudad o en algún festival que,
se supone, es la competencia. En muchas ocasiones, el hecho de jugar
con artistas poco conocidos tiene sus ventajas: a nadie se le ocurriría
traer dos veces en tres meses a Radiohead a Madrid y, en cambio,
con algún tipo alemán poco conocido puede ocurrir.
En cualquier caso, los grupos siguen sobreviviendo,
y algunos con un potencial indudable. De entre los artistas emergentes
que darán que hablar podría destacarse a Coeval, Groove, Games Adicction
o Proyecto Mirage (con más éxito en Alemania que aquí). Herederos,
estos últimos, de artistas como Esplendor Geométrico (aún en activo,
con disco recién publicado y con grupo paralelo creado por Saverio
Evangelista bajo el nombre de Most Significant Beat) o, en el caso
de Games Adicction, del espíritu de Víctor Nubla (de hecho ha estado
haciendo “prácticas” como becario del festival LEM de Barcelona
que él organiza), componen un nuevo panorama que sigue teniendo
el espíritu independiente y underground de los pioneros de este
género en España, bandas como Clónicos (Markus Breuss y Bagüeste
siguen activo), Comando Bruno, Mecánica Popular, Diseño Corbussier,
el más joven Big Toxic (remezclador oficial y ahora metido también
vídeo jockey) o los mismos Aviador Dro, que siguen lanzando sus
proclamas mutantes y mantienen actividad imparable. Todos ellos
graban para discográficas independientes que tienen una red de distribución
propia (en el caso de la discográfica Geometrik gracias a la venta
por correo) y muy específica. Steroskope-Maldoror (centrada en la
mezcla entre lo electrónico y lo gótico), Satélite K o Foehn (más
cercana al post rock) son algunas de las discográficas que se centran
en ese tipo de sonido, mientras que Blanco y Negro y Vale Music
se encargan de los recopilatorios más horteras y de los remixes
del chunda chunda.
Publicado originalmente en la revista
Todas las Novedades de Mes. Número especial "La música
electrónica española", septiembre 2003
Reproducido en Resonancias por cortesia de la autora y Todas las
Novedades
www.todaslasnovedades.net/ |