En el último Sonar barcelonés se presentó la obra
"Dance music",
un libro escrito por Luis Lles en el que se realiza un interesante
repaso a este estilo de música y se orienta al lector en relación
a las últimas tendencias que han surgido dentro del género. Lles,
gran conocedor de este campo, ha accedido a nuestra petición y presenta
en este artículo un extracto de la obra.
Se tiende a pensar en la dance music, al menos en
España, como un fenómeno pasajero, como un sarampión que pronto
pasará y que permitirá que las aguas del pop—rock vuelvan a su cauce.
En el mejor de los casos, hay quienes creen que la dance music electrónica
ha servido de acicate para que la escena del pop y el rock se renueven
y se adapten a los nuevos tiempos. Pero se trata de algo mucho más
consistente que todo eso. Lo quieran o no, la dance music ha sido,
en realidad, la última revolución del siglo. Y no me refiero al
aspecto estrictamente musical, sino a todo su entorno sociocultural.
La música de baile actual ha conseguido crear una corriente cultural
alimentada por nuevos lenguajes musicales y nuevas formas de vida.
Y digo bien "nuevas formas" y no "una nueva forma" porque la dance
music es precisamente un fenómeno plural que, por primera vez en
la historia, está basado en la conveniencia y en la tolerancia,
en la diversidad y en la aceptación de "lo otro". Blancos y negros,
gays y heterosexuales, noctámbulos recalcitrantes y sesudos investigadores.
Todos forman parte de una nueva cultura que se está abriendo camino
de forma imparable. Y no es casualidad que en las calles de Berlín
se reúna cada año más de un millón de personas para celebrar el
"Love Parade". Como tampoco es casualidad que, de unos años a esta
parte, cualquier buen festival de rock que se precie haya ido dejando
una parte considerable de espacio para instalar chill outs y carpas
dance que cada vez cuentan con un mayor número de adeptos. Además,
aunque ya está claro que la música de baile no viene a sustituir
al pop—rock, también es evidente que, a partir de ahora, va a tener
un hueco en el mosaico sonoro del siglo XXI. Además, la interacción
y la simbiosis entre la dance music y el rock son cada vez más frecuentes
y hasta los grupos metálicos se rinden a la evidencia dejando que
conocidos remezcladores aporten su arsenal rítmico a sus composiciones.
¿Fenómeno nuevo?
Pero, sobre todo, hay que tener en cuenta que
la dance music no es, contrariamente a lo que piensa mucha gente,
un fenómeno nuevo, sino que cuenta ya con una excitante historia
cuyo comienzo se cifra habitualmente en 1985 en la ciudad de Chicago
con el nacimiento de la música house. Y, por supuesto, no hay que
olvidar que la música de baile ha existido siempre. De hecho, uno
de los primeros objetivos de la música ha sido el de poder bailar.
Y, sin tener que remontarnos a la antigüedad, la música de este
siglo cuenta con magníficos ejemplos de una música de baile con
tanta dignidad como cualquier otro estilo. Conviene recordar que
el jazz, que nació al calor de los burdeles, comenzó siendo música
de baile. Después, durante los años 40 y 50, el mambo y otros ritmos
latinos invadieron Nueva York y, desde allí, todo el mundo contagiando
la alegría de mover el cuerpo al ritmo de una música frenética y
sensual. Y tampoco hay que olvidar que el rock & roll también
nació como música de baile (allí están para demostrarlo los movimientos
de pelvis de Elvis o el baile del pato de Chuck Berry) y que a partir
de él desencadenó todo un aluvión de ritmos bailables (madison,
twist, jerk) que aportaron color y sabor popular a un género que
unos años más tarde se iba a convertir en algo demasiado "serio".
Durante los años 60, el soul y el funk serían los estilos que iban
a mantener viva la llama de la música de baile como derivaciones
que eran del jazz y del rhythm & blues. Y finalmente, ya en
los años 70, encontramos los dos referentes clave para entender
todo el fenómeno de la dance music actual. Se trata, por un lado,
de la menospreciada (por entonces, ya que ahora vive un merecido
reconocimiento) disco music, que genera uno de los más importantes
legados sonoros de la época (con canciones imborrables de los Bee
Gees, Donna Summer, Village People, Boney M, Gloria Gaynor, Viola
Wills y tantos otros), y por otro lado, la música electrónica de
Kraftwerk y Brian Eno, quienes iban a convertirse en pioneros del
techno y el ambient respectivamente. Por su parte, el techno—pop
de Depeche Mode, Human League y compañía, el hip—hop, la electronic
body music de Front 242 (precursores del rock de Nine Inch Nails
y Ministry) y el electro (algo así como Kraftwerk transplantados
al Bronx) se convertirían en los más inmediatos antecedentes de
una historia que comienza oficialmente en 1985, el año 0 del house,
cuyo nombre se debe al Club Warehouse de Chicago, donde el neoyorquino
Frankie Knuckles pinchaba una mezcla de disco music, electro y techno
europeo para un público predominantemente gay. Así es como surge
el house, cuando una serie de personas ahora míticas (Marshall Jefferson,
Farley Jackmaster Funk, Steve "Silk" Hurley) comienzan a fusionar
esos mismos sonidos y ritmos que se escuchaban y bailaban en el
club Warehouse. Se trata de una música excitante y poderosa, palpitante
y sensual, que rápidamente es exportada a Europa, donde alcanza
su máxima popularidad. El house explotaría más tarde en un sinfín
de subgéneros (latin house, hip—house, ragga—house, italo house,
tribal house, jazz—house, disco—house, underground, handbag, hardhouse…),
siendo los más importantes el garage o deep house (la vertiente
más conectada al espíritu de la música disco, cuya última mutación
es el veloz speed garage) y el burbujeante acid house, que este
año celebra ya su décimo aniversario y que en 1988 dio origen al
denominado "verano del amor" como resultado de su asociación con
el consumo de éxtasis y otras drogas sintéticas y de su contagio
con los balearic beats procedentes de Ibiza, convertida desde entonces
en auténtica meca de los adictos a la dance music. El espíritu hedonista
de la Nación House sigue perfectamente vivo en la actualidad, casi
quince años después de su nacimiento, y es algo que se percibe todavía
en los raves (fiestas dance, ilegales en origen, al aire libre,
en playas, descampados y hangares), que han recuperado la filosofía
hippie para las nuevas generaciones electrónicas.
Techno
El otro gran fenómeno americano de la música
de baile actual es el techno. Su origen se sitúa en la ciudad de
Detroit, donde el triunvirato formado por Juan Atkins, Derrick May
y Kevin Saunderson patentó una música que combinaba la investigación
sonora de Kraftwerk con los ritmos funk y electro de la comunidad
negra. El resultado, como bien dijo en su día Derrick May, era "como
si Kraftwerk y George Clinton se hubieran quedado encerrados en
un ascensor con la única compañía de un secuenciador". Y así es
como los experimentos de los ruidistas italianos asociados al futurismo
de principios de siglo tenían una continuidad en 1987 en la pista
de baile. A partir de allí, el Detroit techno, al igual que el house,
también experimentaría un desdoblamiento en un gran número de subgéneros,
entre los que hay que destacar el gélido new beat belga, los teutonic
beats alemanes, los bleeps británicos, el techno—dub, el etno—techno
(con Transglobal Underground a la cabeza) o, sobre todo, los estilos
que más transcendencia han alcanzado: el intelligent techno más
próximo a la investigación electrónica (muy bien representado por
el sello Warp), la cyberdelia y el trance (la vertiente más lisérgica
y hippie del techno, cuya variante más criminal y agresiva es el
gabber holandés y que en España ha dado origen al fenómeno de la
mákina y el bakalao).
Otra de las corrientes más importantes de la música
electrónica de esta década ha sido el ambient, un término que fue
patentado por Brian Eno, que decía que "el ambient debe ser tan
ignorable como interesante", una definición perfecta para una música
que se suele escuchar fundamentalmente en los chill outs, espacios
para el relax que se habilitan en clubs, raves y festivales para
que el público se desintoxique de los ritmos trepidantes que surgen
de la pista. Con el precedente de la música impresionista de Erik
Satie y de los minimalistas americanos (Philip Glass, Steve Reich,
Terry Riley), e incluso del anodino muzak y el easy listening, gente
como Orb, Pete Namlook, Minimaster Morris o José Padilla (el DJ
del ibicenco Café del Mar) ha sabido crear atmósferas y texturas
sintéticas que invitan a la relajación sin caer en la ramplonería
facilona de la new age. También el ambient ha dado origen a nuevos
estilos como el ambient dub, el aislacionismo (el ambient de las
entrañas) o el illbient, que supone una fusión del dub jamaicano
con el ambient urbano y la música contemporánea y a cuyo principal
heraldo, DJ Spooky, se debe la famosa frase de "dame dos discos
y te construiré un universo". Una frase que define a la perfección
la función que el disc—jockey ha alcanzado dentro de la moderna
dance music como auténtico gurú mediático.
Otra de las ramas del árbol de la dance music
es la del groove electrónico, generado fundamentalmente en Gran Bretaña.
La palabra groove es difícil de traducir, pero se podría decir que
es el sentimiento que te incita a mover las caderas y los hombros
al escuchar una música rítmica y sensual (por lo general de raíz negra)
alejada del frenesí del house y el techno. El origen de todo este
fenómeno se encuentra en el acid jazz, la música que surgió a finales
de los 80 en los clubs británicos a partir de una recuperación del
jazz y el funk más psicodélico de los años 60 y 70. Grupos como Galliano,
Brand New Heavies o James Taylor Quartet representaron una corriente
que sigue teniendo numerosos adeptos en la actualidad y de cuyas filas
han surgido muchos de los artistas del trip—hop y jungle, los dos
géneros más importantes del groove electrónico. En el origen del trip—hop
se encuentra también el voicebeat o sonido Bristol, cuyo paradigma
es la música sensual y luminosa de Massive Attack, a medio camino
entre el ambient y el soul, entre el reggae y el techno. Al trip—hop
se le denomina también phat beatz o ciencia musical abstracta y representa
una evolución del hip—hop hacia terrenos más experimentales y evocadores.
Finalmente, el jungle es el lenguaje musical más novedoso de este
fin de siglo y su sonido polirrítmico, basado en una aceleración del
breakbeat habitual en el hip—hop, ha dado origen a nuevos subgéneros
como el jungle—ragga, el drum & bass, el darkside, el hardstep,
el techstep o el artcore, los cuales han venido a incrementar la riqueza
del sonido dance más típicamente británico, capitaneado por artistas
como Goldie, Photek o Roni Size. Conexiones
Por último, hay que hacer obligada referencia
a la conexión, cada vez más habitual, entre la música de baile y
el pop—rock. Una conexión que ha dado lugar a diversas corrientes,
que van desde el pop bailable de Madonna y Pet Shop Boys hasta la
scallydelia de los grupos de Manchester (Happy Mondays, Stone Roses,
Inspiral Carpets) y sus sucesores (The Verve, Primal Scream), desde
el hardcore—funk de los Red Hot Chili Peppers hasta el rock industrial
de Nine Inch Nails, desde el techno—pop de Human League, Erasure
y Depeche Mode hasta el cyberpop de Laika, Björk y Underworld. Y,
sobre todo, como corrientes más importantes de la conexión pop—dance,
el eurobeat (el pop electrónico europeo de los 90 preludiado por
Technotronic, Snap! y 2 Unlimited), el post—rock (con grupos como
Tortoise o Labradford, que aplican sonidos ambient y drum &
bass a la herencia del krautrock experimental alemán) y todo el
fenómeno de los breakbeats y el big beat, con The Prodigy (auténticos
cyberpunks) y Chemical Brothers a la cabeza, mezclando punk y funk,
riffs rockeros y endiablados breakbeats, dub y techno.
Esto es sólo una panorámica de lo que podrás leer
en "Dance music", un libro en el que también he incluido un apartado
dedicado a la emergente escena electrónica española, un glosario
de términos para no perderse en la maraña de la techno—jungla y
una serie de fichas con los cincuenta artistas más importantes (lógicamente,
según mi opinión) de la dance music, la corriente musical con mayor
creatividad en este confuso y excitante final de milenio. Y es que,
como decían los Van Van, aquí, el que baila, gana.
Téxto
basado en el libro del mismo título y autor. Publicado
por Ediciones Celeste en 1998
Reproducido en Resonancias por cortesia del autor.
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