I don’t take the pill, to feel
the funk
(“No necesito pastillas para sentir la vibración”)
Derrick
May
¿Tenemos que producir seres
humanos enfermos para tener una economía sana?
Erich
Fromm, La Atracción de la vida
Techno y moda
El techno, denominado de forma
más genérica y políticamente correcta como
música electrónica, ha tenido una enorme importancia
para el advenimiento de nuevos grados de modernidad en todo el mundo.
El acceso a la tecnología eléctrica, por muy ínfimo
que éste sea, ha dado grandes lecciones musicales, sobretodo
en lugares convulsionados, empobrecidos y dependientes en grado
sumo de lo que dicta Occidente. Ejemplos: el dub
jamaicano, el techno de Detroit,
el hip hop del Bronx, el jungle
de Londres, el noise de Berlin,
etc. Género importante, integrador y progresista en su esencia,
directamente ligado con los problemas sociales del mundo, que intenta
resolver mediante el concepto de apego vitalista a los sentidos,
a la realidad y a la creación, la electrónica ha sido
finalmente maniatada por la clase propietaria de la música,
en el llamado Occidente. Una clase social que no es otra que la
clase propietaria del mayúsculo botín monetario del
mundo, gracias al que construye una ideología, la dominante,
a través de locales y spots masivamente publicitados, televisiones
con mucho poder de expansión, medios de comunicación
diversos, leyes protectoras del negocio, unión de trusts
de intereses, y partidos políticos nacionalistas en lo patriótico
y liberales en lo económico. Una marca con regusto universal
con una ideología bien definida, que acoge un partidismo
político claro, basado en el consumo de los productos que
ofrece ese poder de penetración psicológico llamado
capitalismo. Todo un negocio multimillonario. Y una pérdida
del sentido musical para la Humanidad.
La subsiguiente adhesión a un logo, a una
melodía, a una prenda y a un estilo de vida publicitado,
es lo que está llevando a la perdición al techno,
como manifestación de una supuesta modernidad de postín.
Una versión de la realidad que, por desgracia, todo el mundo
asocia con el techno, pero que
no es más que la versión
“techno” de lo que se ha hecho con otras músicas,
otras tendencias y otras imágenes. Una versión tradicionalista
del mundo (basado en los valores, juicios y chistes de siempre),
aunque con todos los poderes propagandísticos de la época
actual, que no son pocos, puestos a su servicio. Lo importante,
nos dice la ideología dominante, es el icono. El contenido
viene dado inconscientemente, en forma de pensamiento chistoso y-o
prejuicioso. Y si no es así, al contenido se le cuelga el
sambenito de “político”, como antesala de la
indignación criminalizadora o, peor todavía, de la
indiferencia ignorante. La mayor parte de los DJ’s, productores
de un contenido cultural e ideológico, forman una telaraña
ligada a la marca de una discoteca determinada. Discoteca ésta
que potencia, a su vez, el surgimiento de más DJ’s
clónicos, que aprehenden unos códigos y patrones preestablecidos
a través de cientos de programas de radios y televisión.
Un trasvase de ideas que no se produce por la educación sino
por la alucinación espectacular.
Frente a un panorama fónico, monopolizado
por músicas que surgen de las malas escuelas del sistema,
la evolución ha sabido crear sus propios canales, desligados
en parte de ése mundo. Sólo en parte, porque todo
depende de las migajas de mercado que deja el monopolio, que permiten
llegar, al fin y al cabo, a un público muy minoritario. Demasiado
minoritario. Ciertas instancias del movimiento cultural de Barcelona,
han querido hacerse un hueco dentro de este segundo bloque, el de
las migajas de un potencial mercado, llamado alternativo. En la
ciudad se ha intentado crear una cultura techno
de regusto auténtico, reivindicando las ideas de aquellos
primeros visionarios surgidos en Detroit y en algunas ciudades de
Europa, como Sheffield, Colonia o Berlin, Tokio o Bombay. Un hueco
empero que, con el tiempo, se ha demostrado viciado, ya que a su
vez ha tirado del ejemplo de la marca. Falta la estructura, que
da cuerpo y entidad a la cultura. La causa de ésta falta
de movimiento, es una desmedida sed por acumular dinero. Todo lo
relacionado con el techno es,
a fin de cuentas, demasiado goloso como para repartirlo en inversiones
de verdadera modernidad.
Por mucho que las intenciones iniciales pretendieran
“educar al público”. Todo ello ha creado una
modernidad basada en las discotecas, en el consumo de moda permanentemente
“actual”, en los restaurantes de diseño y en
una artificiosidad digna de ser parodiada por los Hermanos
Marx. La incitación al consumo, de productos supuestamente
alternativos, es lo que da de sí la “cultura techno”
oficial. Sin embargo, para el observador social, la modernidad nada
tiene que ver con ese carísimo espejismo de felicidad hiperconsumista.
Para cualquier sociólogo, o persona sensata, la modernidad
es la capacidad de invertir dinero en proyectos que generen cohesión
social, creación artística y facilidad de acceso a
las técnicas y tecnologías que generen ideas y perspectivas.
Una búsqueda de la felicidad auténtica, en suma, a
través de la creación.
Techno y política
Se me puede acusar de iluso en querer ver política en el
techno. Pero revisando las opiniones de algunos grupos de música
electrónica, y los DJ’s más relevantes –los
que saldrán en los libros de musicología del futuro-,
suelen tener un concepto progresista e inconformista del techno.
Coldcut, desde Inglaterra, afirmaron
en la desaparecida revista Self (A.Carreras,
Núm. 12-13, 1998) lo siguiente: “Nos
gusta tomarnos los tiempos difíciles con sentido del humor.
La música dance casi nunca tiene contenido, y es muy importante
que haya contenido (...). Con Jello Biafra lo que
nos pasó es que solíamos usar algunos samples de sus
álbumes de poesías. Nos gustaba lo que decía,
por lo que le pedimos que nos hiciera un tema. Tuvimos una conversación
telefónica muy larga sobre lo que estaba pasando en el Reino
Unido, acerca del crimen juvenil, y acerca de cómo el gobierno
pretendía criminalizar a toda la juventud. Intercambiamos
material (periódicos de aquí y panfletos de partidos
políticos) que formaron la base del tema. Luego nos envió
sus reflexiones a capella, y nosotros pusimos los beats utilizando
el playtime, un software que está en CD-Rom que viene gratis
con nuestro disco “Let Us Play”. El contenido lo generan
las palabras, pero también los fondos instrumentales, el
apasionamiento de los cuales puede ser captados por cualquier oído,
pero no escuchados por todo el mundo”.
Pero para algo se inventó la educación
y la enseñanza. Una pedagogía del disfrute musical,
basado en enseñar a la gente a apreciar los sonidos como
actos únicos que raramente se reproducen, es más que
una asignatura pendiente; es una necesidad imperiosa para detener
el monopolio ideológico que se ejerce a través de
la música, cuya finalidad debe ser el enriquecimiento de
la persona y no la banalidad en que se ha convertido para la mayoría.
El secreto es el siguiente: si la música por sí misma
estimula el pensamiento y aflora emotivamente, es que las sensaciones
que genera en la mente son vida en sí mismas, algo que obsesiona
a muchos grupos electrónicos como Underground Resistance
o Fingers Inc, por citar a dos. O eso, o la obsesión por
la artificiosidad del negocio del icono, como meta absoluta de la
música. Cabe añadir, por ende, que las ideas de Coldcut
acerca de la independencia musical, reseñadas en esa misma
entrevista, son muy clarificadoras en ése sentido: “montar
nuestro sello Ninja Tune fue un acto de supervivencia. Fuimos económicamente
independientes cuando empezamos. Pero nos compró un sello,
y luego otro. Muchas veces, los sellos no estaban interesados en
lo que el artista tenía que decir, y si el artista decidía
cambiar de dirección todo se volvía complicado y eso
era algo que no queríamos. Por eso fundamos Ninja Tune que,
al revés que Mo’Wax, no depende de una discográfica
mayor”.
El techno nació
con voluntad de romper reglas, en cuanto a sellos, música,
distribución y actitud. Hacer de la música un negocio
a beneficio exclusivo del artista, propietario de su creación
y responsable de la manera en que quiere que ésta llegue
a la sociedad. Derrick May, uno
de los pocos artistas del mundo que ha afianzado ésta fórmula,
lanzaba en 1990 la idea de que el DJ debía ser un “rebelde
social”, un caminante solitario en busca de manifestar a través
de su música, la protesta y el inconformismo. Entre las brillantes
reflexiones del detroitiano resalta una frase: “(el
techno) comprende contribuciones mentales y físicas. Aprehende,
formula, crea y diseña la Alternativa. ¿Porqué?
Porque de lo contrario la redundancia nos absorbería”
(contraportada del recopilatorio Relics,
TRANSMAT). Apliquen esta frase
a la forma en que esta idea del techno
ha sido absorbida por otra corriente, ajena a la música,
y observen lo que ha producido. Sin embargo, la lección está
ahí, para quien quiera entenderla y aplicarla: la promoción
pícara y el riesgo musical sacó del ghetto a un buen
puñado de DJ’s norteamericanos. Pero ello no habría
llegado a ningún puerto si no hubieran creado un pensamiento
alternativo, manifestada por una vibrante música capaz de
derribar todo muro impuesto, y difundido en forma de radios libres,
distribución propia de vinilos, libros, rigurosos reportajes
de la BBC. Sin embargo, su punto débil es que han sido muy
pocos los que se han lanzado a la aventura de comunicarse musicalmente
así. Un punto débil que les ha hecho vulnerables,
pasto de veladas en muchas discotecas de moda, ante públicos
que no consumen demasiada música.
Barcelona
Barcelona se vanagloria de ser un fortín
de lo alternativo, sólo por poseer ciertos locales en los
que pinchan DJ’s (del estilo que sea) cada día. La
figura estética del DJ es, equivocadamente, sinónimo
de modernidad, en esta y en muchas otras ciudades. Pero Barcelona,
no aparecen artistas locales capaces de canalizar una fuerza como
la que surgió de Detroit, en el terreno de la electrónica
y de la modernidad. Y aunque los hubiera, que los hay y muy escondidos,
la cosa no está montada para que socialicen su saber ante
públicos abiertos de mente. Esto nos lleva a una reflexión:
de momento, sólo del desespero surgen las mejores potencias
creacionistas de la Humanidad, las únicas que se preocupan
por algo más que por el individualismo competitivo y egoísta
difundido por la ideología dominante. Y sólo del desespero,
la nivel que sea –económico o emotivo- surge la curiosidad
musical. También en Barcelona, se ha dejado el techno
en manos de unos pocos, cuya capacidad para ganar dinero puede ser
envidiable, por lo organizado del asunto, pero que, en realidad,
es inversamente proporcional a su capacidad para fomentar información,
creación y, en definitiva, progreso. Choca todo ello con
la idea predominante de que invertir dinero sin ánimo de
lucro no es rentable. Todo un problema –monstruoso- de falta
de ética.
La iconografía de la marca ha absorbido grandes
eventos barceloneses que, como ejemplos de historia viva de la ciudad
que son, no han sabido todavía crear tejidos públicos
capaces de presentar una modernidad que implique a la sociedad.
Y no lo han hecho, nos tememos, por una incapacidad supina de entender
que la inversión de los superávits que generan esos
eventos, y las estéticas adyacentes manifestadas en innumerables
establecimientos de moda, pueden ser redistribuidos para la reconstrucción
del anhelado concepto progresista de la electrónica, y de
la música en general. Por muy poco dinero, se podrían
crear talleres de música electrónica, fomentar la
radio, crear algún que otro programa de TV que vaya más
allá de los clichés asociados a la juventud, recomendar
sellos, abrir el interés por las tiendas de discos, movilizar
a los expertos en la materia y, en definitiva, ofrecer información
no sesgada ni dependiente de las tendencias. Con muy poco dinero,
se pondrían las bases para un conocimiento de la causa del
techno, de las potentísimas
posibilidades que ofrece para emitir mensaje e intercambio experiencial.
Pero como esto todavía no es así, el conocimiento
de las posibilidades históricas de ésta música
lo tiene muy poca gente, cuya voluntad por dar a conocerla se resume
a determinados y efímeros momentos.
Alguna revista desaparecida, algún concierto
recomendado en “petit comité”, alguna noche gratuita
dedicada a un artista especial, caso de Mu-zik
o DJ/Rupture, o a una velada
de sellos tan interesantes como Skam
o Rephlex. Pero el tejido divulgativo
es muy precario, y sólo las minorías tienen acceso
a ellas, dejando la misión educadora a toda una suerte de
manipuladores sónicos, cuyas cuentas aumentan sin cesar a
través de centenares, miles, de recopilatorios de mákina
y discotecas de diverso pelaje con la palabra alienación
escrita en la entrada. Las culpas deben repartirse a partes iguales
entre muchos. Tan triste reduccionismo, hace que el
techno sea sinónimo de macro-discoteca, tanto para
sus detractores, que minimizan el titánico salto adelante
dado por ésta música en sus múltiples formas
de riqueza musical, como para la mayoría de sus seguidores,
meros consumidores de “música acelerada y sin alma”.
(Derrick May dixit). Pese a que
se ha intentado darle la pátina de cultura y modernidad al
asunto, lo cierto es que la oportunidad para hacer algo positivo
se está escapando. Que nadie se extrañe al ver proliferar
con éxito según qué eventos, locales y DJ’s.
Eventos que podrían haber tenido un color ético bien
diferente, de haberse creado realmente una “cultura
techno”.
Preguntas con solución
Qué es mejor: ¿dejar que la juventud
no tenga más alternativa cultural que la alienación
de la propaganda cegadora, la moda, el consumo y sus discotecas?
¿O invertir en la creación de pequeñas redes
de producción musical, sentido artístico y movimiento
cultural, aprovechando, de paso, las inherentes capacidades que
todo ser humano tiene artísticamente? La cerrazón
hace del techno
una marca de discoteca, de la ropa que vende ésa discoteca
y de las radios que controla ésa discoteca, ligados, al final
de la cadena a una ideología determinada. No es de extrañar
que, luego, la población de deje convencer por las mentiras
nacionalistas y los espejismos económicos. Así, por
mucho que anualmente se junten en Barcelona un buen puñado
de representantes de la modernidad musical, en un evento que es
la envidia de todo festival europeo, no habrá nada sólido
si no se toman las medidas necesarias para potenciar la faceta social
de esta música. Un festival que, si no revierte ese manido
concepto de marca al que apela para llenar recintos, a sabiendas
de que a casi nadie sabe lo que está viendo por falta de
tejido divulgativo, verá disminuir su reputación de
forma espectacular. Afirmar que en el Sonar “15 000 personas
asisten a un concierto al que asistirían 15 personas en cualquier
otro momento del año” es tejer la propia trampa de
asunto. El calibre de todo evento, se mide por su capacidad de crear
cultura, y despertar el interés por la música.
Dijo Derrick May
en uno de los míticos reportajes sobre el origen del techno
en Detroit, que ellos eran “rebeldes negros capaces de cambiar
el mundo”. Muchos de ellos surgieron de la pobreza (de la
misma precariedad económica proceden, aunque quizás
no lo sepan, la mayoría de las personas que llenan las discotecas
y festivales españoles). La combinación de una instrumentación
barata, la unidad existente entre ellos, a la hora de intercambiar
instrumentos e ideas, las efervescentes radios universitarias, y
una clara voluntad de trasgresión cultural, con voluntad
de huir de la caverna, cimentaron aquél primer e inolvidable
techno. Un salto hacia la modernidad.
Pero, ¿dónde está esto aquí? ¿Dónde
están los músicos electrónicos? ¿Dónde
está el arte, los grupos, los discos, la promoción
de las propuestas no ligadas única y exclusivamente al fin
de semana más publicitado? ¿Dónde está
la cultura musical, monopolizada por una élite a la que ni
le interesa educar el oído de las personas, ni quiere intentarlo
siquiera, no vaya a ser que empiece a disfrutar de la música
en sí y rechace el “dejarse ver en el desfile de moda”,
concepto éste que da mucho más dinero que vender discos
e ideas? ¿Dónde está la reinversión
de ese dinero en proyectos realmente alternativos a lo de siempre?
Posiblemente se esté gestando en algún punto de la
geografía ibérica (¿Andalucía?, ¿La
Coruña?, ¿Huesca?). Pero en Barcelona, en un tremendo
error histórico, ligado al déficit de una educación
social cada vez más precaria, no se ha sido capaz de establecer
un verdadero discurso entre la modernidad y la sociedad. La cosa
se ha quedado en una mera asistencia pasiva ante una serie de actuaciones
de artistas procedentes de lejanos países, que luego tampoco
venden demasiados discos.
Un error que se puede subsanar, de todas formas.
El secreto está en la reinversión de dineros públicos
y privados. Sin embargo, lejos de la realidad económica del
mundo, el hip hop de Barcelona está demostrando que desde
el underground pueden surgir muchas de las cosas que el techno
local no ha sabido crear. Único género verdaderamente
popular (de apegado al pueblo) que aprovecha las técnicas
electrónicas del techno
(sampler, intercambio de información por Internet, contactos
internacionales) la gente del hip hop
utiliza métodos de creación que aprovechan, muchas
veces, los pocos talleres musicales que hay. Un movimiento precario
que, antes de que la vorágine de las modas lo dinamite, debería
tener más apoyo institucional o municipal, en forma de locales
y acceso a la tecnología. Tiene ésta música
fundamentos, por lo que no se trataría de construir la casa
desde el tejado, como con la experiencia techno.
La cultura de clubs a la que apelan muchos no existe.
La neutralidad y el desapego evasivo para con la realidad del momento.
Una cultura que sí ha cuajado en otros lugares del mundo
como Berlín, a pesar de la banalidad del Love Parade. Personajes
como Meira Asher, Rythm
And Sound, Alec Empire
o Jeff Mills surgen del turbador
mundo social alemán. Artistas que se imbuyen del ambiente
de su entorno, para tratar de establecer discursos basados en una
combinación de experiencia sonora con apego al mundo de las
cosas sensibles. Se trata, simplemente, de emitir preocupaciones
auténticas, apego a la vida. Poner de relevancia lo que ocurre
“aquí y ahora”, sin perder el ojo a lo que sustenta
lo que somos históricamente. Y ya que parece que esto aquí
no es posible, más que nada porque las consignas oficiales
han obligado durante mucho tiempo a que el sentimiento de inferioridad
prime entre las personas, alguien debe propiciarlo. Y el único
instrumento posible, es revertir el proceso a través de una
gran inversión en educación. Sólo así
se propiciaría implicación social en la creación
y expansión de saberes musicales, o del ámbito que
sea.
La educación debe ser lo primero. Porque si
seguimos por este camino, no será extraño que al concierto
de Octave One, mítica
banda de emo-techno de Detroit,
sólo acudan 30 personas, en una fría noche de diciembre
de 2002. Si la cosa no cambia, el interés por conocer la
música desaparecerá para siempre, dejándola
al libre albedrío de los sonidos que quieran emitir quienes,
desde sus plataformas mediáticas, tienen el poder para propiciar
modas no basadas en el interés musical ni en el baratísimo
cultivo de los sentidos. La música en manos de meros acumuladores
de dinero con un gran poder de difusión ideológica
y la potestad de imponer precios subjetivos que objetivamente ahogan
a la gente; ésta es lo que genera verdaderamente la moda.
A esto es a lo que tendemos, y aunque suene a tópico, esta
realidad es tal como la describo. Algunos deberían reflexionar
o llevar a consultar con un sicoanalista su concepto de modernidad.
Un concepto ligado a la humanidad que significa progresión
social y de mentalidades. A los que tienen dinero y se hacen llamar
modernos, hay que reclamarles que creen esos elementos educativos
y divulgativos. O eso, o contribuir a la destrucción y a
la ignorancia de la juventud, por mucho que ésta tenga la
oportunidad de visionar un concierto de Merzbow,
Tikiman, Carl
Craig o Atari Teenage Riot.
Sin conocimiento de causa ni efectos posteriores, en cuanto a información
y apasionamiento musical, ésos artistas, cuyos potentísimos
directos han hecho historia, caen en un penoso saco roto, convirtiéndose
en meros fragmentos de memoria olvidadiza.
El poder debe respetar más a la sociedad.
Publicado originalmente en Muzikalia
www.muzikalia.com |