Visita on-line a la exposición:
www.ccapitalia.net/resonancias
La presente
exposición, nacida bajo el nombre de Resonancias -apelativo
que consideramos significativo de sus metas y contenidos-, es la
segunda que quien escribe ha tenido la suerte de comisariar en torno
al fascinante universo que el sonido organizado ha creado al desplegarse
en espacios concretos, las más de las veces conjuntamente con elementos
visuales. Nos referimos con ello al mundo de la instalación sonora
pero también, en según qué casos y artistas, al de la escultura
sonora. En el artículo que escribía con motivo de esa primera
exposición mencionada (El Espacio del Sonido/El Tiempo de
la Mirada, Koldo Mitxelena Kulturunea, Donosti/San Sebastián,
Julio-Sept. 1999) , hubo lugar para analizar cumplidamente la naturaleza de la instalación
sonora como expansión de la instalación, habiendo surgido esta última
a su vez como desarrollo de la noción de tridimensionalidad, lo
que incorpora -doblemente con el concurso del sonido- la dimensión
temporal; aprovechamos, pues, la presente ocasión para profundizar
en aspectos no desarrollados entonces que, de algún modo, puedan
servir complementariamente con aquellos para acotar el, no necesariamente
por muy novedoso, escasamente transitado campo en que nos movemos.
No conviene
olvidar que, tanto la noción de instalación como la del uso objetual
del sonido -su empleo como si se tratase de algo tan sólido como
un trozo de madera o de mármol, para entendernos-, arranca de las
Primeras Vanguardias del siglo y se desarrolla plenamente tras la
relectura que los vanguardistas de posguerra -los Fluxus
y nuestros ZAJ de modo significativo, y John Cage antes que unos
y otros- hacen de la ruptura propuesta por aquellos en los primeros
decenios del siglo. La tecnología electrónica cobra un papel determinante
en ese desarrollo, y justifica, en el talentoso entrecruzamiento
de disciplinas y lenguajes artísticos que se da desde 1947 hasta
mediados de los años 70, su papel central al proveer a los artistas
de nuevos medios y soportes para la creación. Uno de los jalones
conceptuales básicos de ese desarrollo es el Statement on Intermedia,
enunciado por el Fluxus Dick Higgins en 1966.
Instalación
sonora: un arte "sentado entre sillas"
¿Es efectívamente
toda instalación una obra intermedia? Eso equivaldría a aceptar
que en toda instalación se asume esa confusión y disolución de las
artes tradicionales que señalaba Higgins en su "Manifiesto",
con el necesario concurso de medios diversos en su desarrollo. Más
cautamente estaríamos ahora y aquí tentados a admitir, con la teórica
Helga de la Motte-Haber, que los nuevos campos artísticos -y entre
ellos se halla la instalación- se han ubicado en espacios entre
las disciplinas artísticas históricas, como ha podido por ejemplo
ocurrir con la performance o la poesía fonética. Y que ello no ha
puesto sustancialmente en cuestión el desarrollo de aquellas veneradas
disciplinas -arquitectura, pintura, escultura, música, poesía...-,
que han seguido teniendo una evolución propia con, por descontado,
inevitables influencias, confluencias y contactos recíprocos. Sin
embargo, es cierto que en muchas de esas nuevas categorías artísticas
-dicho sea de paso, expresiones diferenciales del siglo XX respecto
de épocas precedentes- se procede a una interacción de estrategias
expresivas pertenecientes a dominios artísticos diversos. Más aún
en el caso de la instalación sonora, que aquí nos ocupa, pues en
ella el artista procede como si estuviese "sentado entre sillas",
por referir una feliz analogía debida al artista alemán Udo Serke.
Bajo esa consideración, por tanto, comprobamos que la instalación
sonora se expresa con recursos tomados bien de la arquitectura,
de -obviamente- la escultura o la instalación visual, de la música,
de la narrativa audiovisual o de la poesía. Más allá de que haga
más o menos uso de medios y soportes diversos, lo que le conferiría
la condición de "arte intermedia", la instalación sonora
se caracterizaría porque los recursos expresivos que pone en
juego hacen interactuar lenguajes que pertenecen a disciplinas artísticas
diversas, con el sonido como elemento central irrenunciable.
Desde luego, esas consideraciones afectan también a la práctica
de la escultura sonora.
Pero además
toda instalación -también la sonora, como expansión de aquella-
nace para dialogar en/interferir/resonar con un espacio concreto
que la alberga. Es decir, como obra "in situ", indisociable
de ese espacio y confiriendo a éste cualidades indelebles durante
el tiempo de su exhibición. Añadamos a ello que, por lo general,
este tipo de obras son de naturaleza efímera -lo que no es el caso
en la escultura sonora, independiente del espacio expositivo concreto
en que, eventualmente, se la sitúa- y tendríamos un cuadro casi
completo para comenzar a entrar en materia. Lo cerraría la consideración,
ya levemente apuntada, sobre la dimensión temporal aportada por
este tipo de obras, pues toda instalación sonora, como acertadamente
expone Clara Garí, "además de ser el espacio que ocupa, es
también el tiempo que pasa."
A este respecto,
si bien en toda instalación se une necesariamente la percepción
espacial a la temporal en la fruición de la obra propuesta, en el
caso de las instalaciones sonoras ello es más acusado aún al dar
entrada al sonido. Pero en lo que genuinamente entendemos aquí por
más específico de la instalación sonora, ese empleo secuencial del
sonido nada puede ni tiene que ver con una -disimulada o no- nostalgia
del concierto electroacústico espacializado, difundido en régimen
contínuo o discreto.
Criterios
de clasificación.
En lo que sigue proponemos
algunas particiones de ese complejo universo que aquí nos concierne:
ellas nos servirán -o al menos, esa es la intención que nos mueve-
para fijar los principales criterios que hemos observado en los
artistas y en sus obras. El empirismo de base de ese método de aproximación
permitirá además el acercamiento a buena parte de los trabajos que
conforman la exposición a la que este escrito acompaña, lo que le
da una utilidad añadida en el presente contexto.
1.-
Disciplinas artísticas de referencia.
El más
relevante criterio de clasificación es, a nuestro juicio, el que
tiene en cuenta la disciplina artística de referencia que,
fundamentalmente, el autor ha considerado en su realización. A este
respecto señalaríamos tres: la Arquitectura, la Música
y la Narrativa. Más que ninguna otra consideración
es ésta la que justifica el título del presente escrito, pues observamos
la cerrada capacidad resonante que los mencionados campos artísticos
tienen en el mundo de la instalación sonora. Ello sin perjuicio
de que -insistimos en ello- el más consistente campo artístico de
referencia es aquí el de las artes visuales tradicionales, a través
de su desarrollo y evolución -ya comentados- en la instalación.
Cuando aludimos
a que la arquitectura es una de esas disciplinas fundamentales no
queremos tan sólo señalar lo que, de por sí, es obvio: que el artista
sonoro usa como parte de su instalación el espacio que la acoge.
Más bien se trata, por nuestra parte, de acentuar la trascendencia
de "lo arquitectónico" en algunas de esas obras. Javier
Maderuelo analiza ya enEl espacio raptado (Ed.Mondadori)
la existencia de lo que él denomina "esculturas que tienen
un acusado carácter arquitectónico". Otro tanto realiza con
los lugares en los cuales "el artista instala su obra
plástica, y como propia y auténtica instalación arquitectónica:
como continente y como contenido de una misma idea que es vista
desde dos disciplinas diferentes que pretenden dialogar sobre el
espacio en un mismo lugar físico que se configura entre ambas."
(Op. cit. p.203)
La especificidad
de ese diálogo es lo que queremos resaltar, en el mundo de la instalación
sonora. Así, no es en absoluto extraño que un arquitecto de formación
como el austriaco Bernhard Leitner defina un corpus esencial
de su producción instalativa como "arquitectura sonora"(lo
que es también el caso en la obra que aquí ha realizado) La incidencia
de conceptos arquitectónicos en su empleo del sonido organizado
y espacializado -aunque cabría mejor decir direccionalizado-
se aprecia en su creación de espacio con ayuda de lo que él llama
"travelling sound" (sonido viajero). Así, dice: "una
línea es una infinita serie de puntos; una línea de sonido es producida
cuando el sonido se mueve a lo largo de una serie de altavoces,
de uno a otro; el espacio puede ser definido por líneas; las líneas
de sonido también definen espacio: espacio a través de sonido en
movimiento." ("Sound Architecture", en Sound:
Space, p.38) Un caso distinto de implicación entre arquitectura
y sonido instalado nos lo ofrece el francés Eric Cordier
quien, en su trabajo Houlque, convierte la vieja fábrica
-la Grande Fabrique, en Dieppe- que alberga su instalación sonora
en una realidad arquitectónica resonante, lo que logra con la difusión
de su música a través de conos de altavoz fijados a las distintas
estructuras del edificio. Por su parte, el estadounidense Max
Neuhaus -quien es el primer artista en emplear, a finales de
los años 60, el término "instalación sonora"- incide frecuentemente
en espacios arquitectónicos urbanos buscando establecer -según sus
palabras- "una percepción nueva del lugar gracias al sonido."
Dos recientes ejemplos de ese quehacer son sus intervenciones en
un puente para peatones en la ciudad de Berna (Suspended Sound
Line) o en los Jardines de la Bienal de Venecia durante su edición
de 1999.
Cuando aludimos
a criterios musicales de referencia en el campo que nos ocupa anotamos
en esa influencia dos estadios diferenciados: por una parte, consignamos
la actitud compositiva de algunos autores respecto del sonido organizado
que proponen y, por otra, el esfuerzo de otros por elaborar objetos
resonantes que tienen mucho que ver con esa vieja tradición del
"luthier", del constructor de instrumentos, pero también
con esa otra tradición, no menos utópica y fascinante, de los fabricantes
de autómatas musicales (al respecto, es de referencia la monografía
de Alfredo Aracil sobre "Máquinas musicales", editada
por la Fundación Juan March). Las pretensiones compositivas están
sobradamente manifestadas en obras tan diversas como Empty Vessels
del americano Alvin Lucier -en la cual se nos lleva a una
cierta "experiencia límite" de lo que entenderíamos por
música-, Espiral en re menor del valenciano José Antonio
Orts o en las propuestas habituales de creadores tan estéticamente
distintos como el alemán Rolf Julius o el estadounidense
Alvin Curran. En el ámbito de la instalación, aunque más
acusadamente en el de la escultura sonora, nos encontramos con estructuras
-instaladas o no- de naturaleza instrumental, que en ocasiones buscan
el concurso interactivo del público ( la Orquesta de sombras
de Peter Vogel) o precisan de performers (el Pneomafoon
Project del belga Logos Duo o algunas de las propuestas
de Panhuysen-Goedhard en sus Long Strings installations)
En otros casos se trata de autómatas que funcionan con un sistema
de motores asíncronos y macillos (Panhuysen-Goedhard de nuevo) o
con una secuencia (Wostell en su Fluxus-Snfonie),
o bien se trata de tubos de órgano alimentados por compresores de
aire variable (Hörst Rickels) Los materiales empleados van
en los ejemplos expuestos desde aspiradoras (Vostell) hasta los
estilizados instrumentos de la orquesta de Vogel, pasando por los
teléfonos "intervenidos" con timbres de puerta que integran
Ring dem Bells, de uno de los más interesantes inventores
de instrumentos de los últimos decenios: el inglés Hugh Davies.
Una línea cercana a la del Fluxus Joe Jones, quien realiza
sus Music Machines con instrumentos de juguete, o incluso
desechos industriales, con los cuales construye unos autómatas precarios
y tiernamente irónicos que, en sus últimas formulaciones, eran movidos
con la energía captada por placas solares.
Otros autores
emplean sonido organizado en soportes como multipistas, CD´s o discos
duros de ordenador. Recordamos entre esos trabajos la instalación
sonora y visual Napoli, del compositor italiano Roberto
Paci Daló, que empleaba un sistema octofónico, o los Planofoni
del también italiano Michelangelo Lupone, en los cuales
lo específico, constructívamente hablando, es el uso de planchas
de materiales diversos como difusores del sonido, en sustitución
de los habituales altavoces; dichas planchas -distribuídas en función
de la geometría del espacio- constituyen, por otra parte, la parte
visual de la pieza.
Nos referimos
a criterios narrativos con independencia de una poeticidad presente,
por lo demás, como un cierto "sentido de oportunidad"
de confluencia de lo sonoro y lo visual, en todo el universo que
aquí estudiamos. Lo narrativo alude, en la acepción que de ese término
empleamos, a la ordenación de elementos conducentes a un fín que
no es otro que el de "referir" o "contar", mientras
que narración se define como parte del discurso en que se
refieren los hechos. En esta línea, no pocos autores hemos frecuentado
esas vías, en dos corrientes diferenciadas. La primera de ellas
toma en consideración el espacio que alberga la instalación como
un "soporte de escritura", lo que bien puede efectuarse
con la difusión multicanal de textos -dramatizados o entrevistas-,
como es el caso de La leyenda de color blanco de la china
Qin Yufen o de Essay, en donde su autor, John Cage,
desplegaba en un complejo dispositivo de altavoces su particular
interpretación de escritos de H.D.Thoreau. A veces -en cerrada coherencia
con lo que se escucha- se ofrecen al espectador textos escritos
como parte sustancial de lo visual: es el caso de Trafic de desigs,
Argot o Rio/Oir, de Concha Jerez y José
iges. Pero la narratividad no sólo se efectúa por medio del
lenguaje verbal, sino con el uso de otros sistemas expresivo-sonoros
como son los sonidos del entorno, sea éste natural, industrial o
urbano. Entramos con ello en la segunda de las corrientes mencionadas,
que entra en franca zona de influencia del lenguaje radiofónico
y de la narrativa audiovisual. En el primer caso nos encontramos
cuando Bill Fontana plantea sus esculturas sonoras -constituídas
básicamente por altavoces- a través de las cuales nos hace llegar,
en tiempo real y con su propia mezcla, sonidos procedentes de más
o menos distantes lugares, sean éstos una playa en Normandía, el
Golden Gate, unas explotaciones mineras abandonadas o los templos
de la ciudad de Kyoto. El segundo aspecto alude más bien al poderoso
referente que es, en el imaginario colectivo pero también en el
del artista, la interacción de imagen y sonido en el lenguaje cinematográfico.
Ello condicionaría los sonidos de reactor y los murmullos de restaurante
en Green Light, del canadiense Robert Adrian, pero
también anima trabajos en los cuales el video asume la parte visual
sustancial de la obra, aunque ese es un ámbito que aquí tan sólo
referimos de pasada, por no presentar en esta muestra ninguna videoinstalación.
2.-
Procesualidad e interactividad de la obra.
Esta segunda partición nos
lleva a considerar como criterio clasificatorio dos aspectos que
inciden en el tipo de sistema que una obra dada desarrolla en su
estrategia constructiva y en su comunicatividad con el espectador.
Éstos son su mayor o menor grado de procesualidad e interactividad.
Con lo primero aludimos a esa vieja idea del "work in progress",
de la obra que avanza y se completa con un desarrollo diacrónico
de sus elementos constituyentes. La interactividad alude claramente
a recursos comunicativos que dan la posibilidad al visitante -posibilidad
real o ilusoria- de completar la obra con su concurso.
Conforme a
lo anterior, nos encontraríamos con sistemas abiertos y con
sistemas cerrados. Los primeros presentan la máxima permeabilidad
a influencias externas en tanto que los segundos se sitúan en el
polo opuesto. Unos y otros son, como propuestas, acabados. Pero
los sistemas abiertos aceptan y, más aún, necesitan de una complicidad
activa que los cerrados niegan.
El ya mencionado
artista Alvin Lucier es un gran creador de lo que hemos dado en
llamar sistemas abiertos procesuales. No otra cosa es lo
planteado en su instalación Empty Vessels, en la cual 8 vasijas
de cristal se dejan resonar líbremente con los sonidos provocados
por los espectadores. Otros tantos micrófonos recogen esas resonancias
y las envían a 8 altavoces, reglados de modo que el proceso de "cuasi-acoplamiento"
(el conocido "efecto Larsen") de la señal captada con
la amplificada genera todo el sonido de la instalación. En otra
línea, la alemana Christina Kubisch invita a los asistentes
a una participación que convierte obras como The Bird Tree
o The True and the False en sistemas abiertos interactivos.
Provisto de auriculares inalámbricos especiales, el visitante intercepta
las señales que discurren a través de los cables que, adheridos
a la pared de la sala, conforman la parte visual de la instalación.
De ese modo, cada uno realiza su mezcla personal en función de su
movimiento en el espacio.
Muchos de
los trabajos que hemos ya referido son sistemas cerrados. Exponen
unos materiales sensibles que el espectador es invitado a percibir
durante su recorrido por la instalación, ya que no durante el uso
de la misma. Es un buen ejemplo la poética obra de Qin Yufen,
Mujer China, que conforma su participación en Resonancias.
3.-
Naturaleza y cualidades del espacio intervenido.
Otro criterio que se nos
antoja consistente es el de la diferente naturaleza y cualidad del
espacio instalativo empleado. En ese sentido entendemos que la dualidad
más pertinente se plantea entre obras en espacios públicos y obras
en espacios privados. Esa dicotomía, por lo demás, es asumida en
la ya larga tradición de obras en el espacio público, como contrapunto
a la exposición del arte en esos territorios "interiores"
-cabría hablar, tal vez, de obras de "interior" y de "exterior",
como en la Jardinería- que son las galerías, los museos, los templos
o los palacios, cuando no los edificios abandonados a su uso.
A nuestro
juicio un único aliento anima, en el fondo, el trabajo del artista
en unos y otros espacios: el interés por asimilarlo artísticamente,
confiriéndole valores diferentes de los que suele presentar o, por
decirlo parafraseando al gran Duchamp, logrando "nuevos pensamientos
-y nuevas sensaciones, diríamos nosotros- ante/para esos espacios."
Es, como ya se comentó más atrás, la línea de trabajo de Max Neuhaus
en espacios públicos urbanos. Como suele ser moneda corriente en
el mundo de la instalación, las características intrínsecas -cualidades-
del espacio a intervenir son sustanciales para la composición de
la obra. Características que pueden ser históricas, geométricas,
funcionales o sociológicas, básicamente. Constatamos cómo tales
cualidades determinaban el quehacer de Christina Kubisch
cuando, por ejemplo, realizaba su Sky Lights en 1995, en
un viejo penal en Filadelfia, dejándose llevar por los renovadores
sentimientos de reinserción que, en la época, siguieron los constructores
de esa prisión. Ello, por ejemplo, condicionó el empleo de los sonidos
-transformados- de armónica de cristal, que remiten al invento de
Franklin, contemporáneo de la citada prisión. En otros lugares es
el acoplamiento constructivo de la obra a la geometría del lugar,
como es el caso de Circus (1985), de Panhuysen-Goedhard,
gran estructura toroidal colgando del techo del Antiguo Circo de
Invierno de Lieja. O la ya citada Trafic de desigs (1990)
de Jerez-Iges, que intervenía 21 semáforos que regulaban el tráfico
urbano con frases paradójicas, acoplando al cuerpo del semáforo
un módulo suplementario desde el cual se proyectaba -oculto- el
sonido.
En general,
podríamos decir que el trabajo en espacios públicos ha venido presentando
más características "interfirientes", de creación de un
cierto "extrañamiento" en el espectador, que meramente
ornamentales -y ésto a diferencia de lo que suele pedírsele a las
obras en espacios como plazas, parques o exteriores de edificios
relevantes-. El artista instalador, en general, y quien ha venido
instalando con sonido, en particular, ha preferido situarse en esa
vertiente apuntada, acaso porque, como ya hemos señalado, su trabajo
en aquel lugar suele estar marcado por el sello de lo efímero. Es,
por ejemplo, el caso de otra obra en un espacio público: el Lago
sonoro que, con gran despliegue tecnológico, realizaban los
integrantes del X-Space austriaco, Gerfried Stocker
y Hörst Hortner. Esa interferencia era en esa obra más bien
una analogía poética, sustentada por un complejo sistema de pivotes
y sensores que los visitantes interceptaban al pasear por una amplia
superficie metálica, lo que activaba las fuentes sonoras.
Con toda legitimidad
podemos considerar también como espacio público el espacio electrónico
de las redes de comunicación. Con dos emisoras de radio emitiendo
simultáneamente para dar lugar a una obra cuadrafónica planteaba
el compositor barcelonés Jep Nuix en Monoleg/Trialeg
cómo cada oyente podía hacer una instalación sonora a su gusto,
a medida; Bill Fontana se servía de la radio en Landscape Soundings
(1990) para llevar a la Plaza María Teresa de Viena los sonidos
de la foresta que rodea a la capital austriaca. Señalemos para concluir
este apartado que los ejemplos en Internet están abriendose paso
a medida que las redes y los ordenadores incrementan su capacidad
y velocidad, lo que supone el desarrollo de instalaciones en el
"no-lugar" por excelencia.
4.-
Temáticas abordadas.
El último criterio clasificatorio
que proponemos consideraría a las instalaciones sonoras con arreglo
a su temática. Dentro de las muy diversas que pudieran darse hemos
consignado -sin pretensiones reduccionistas, desde luego- las siguientes:
Naturaleza, Memoria, Mediciones, Problemática social y Espiritualidad.
La primera
de esas temáticas nos evoca los trabajos en la década de los 90
de Paul Panhuysen con su "Canary Gran Band", tal como
la presentaba en su instalación Here am I-Where are you? en
el Museo de Lyon en 1998: dos grandes jaulas en los extremos del
amplio y luminoso espacio y, entre ellas, banquetas de distintos
colores y tamaños con "chips" cuyo sonido imitaba al canto
de las aves, junto a una auténtica composición en cinta que incluía
múltiples grabaciones de pájaros. Esa relación entre lo verdadero
y lo falso, pero también entre lo vivo y lo muerto en la relación
con nuestro entorno natural, se daba en la instalación de Kubisch
The Bird Tree, de nuevo con los cantos de pájaros como protagonistas.
Otra artista sonora, Annea Lockwood, ha trabajado aspectos
ligados a la filosofía de la ecología sonora y el paisaje sonoro
en su Mapa sonoro del Rio Hudson, mientras el suizo Andres
Bosshard mezcla sonidos obtenidos en sus viajes que, en ocasiones,
son recogidos desde un globo, con preocupaciones ecológicas teñidas
de influencias hindúes y sufíes.
En la obras
antes mencionadas la Memoria era asimismo evocada, como también
lo es temáticamente en Catacomb memories, del estadounidense
Dan Senn. En ella, son los recuerdos grabados de diversos
ancianos los que se funden en contrapunto con los sonidos extraídos
en la instalación de tubos de cartón de diversos tamaños, percutidos
por frágiles macillos mediante un ingenioso sistema ideado por el
autor. La obra de Qin Yufen está llena de evocaciones y retornos,
como lo prueba la ya mencionada Leyenda del color blanco.
En Food for the Moon, Concha Jerez y el autor de estas páginas
incorporamos una selección de entrevistas a diversos amigos -algunos
ya desaparecidos- respecto de la utopía.
La instalación
se comporta en ocasiones como medición -en un sentido u otro- del
espacio que la contiene. En el caso del sonido, ello suele producirse
con las posibilidades que éste ofrece para "sondar" el
espacio. Es lo que efectúa Alvin Lucier en Music on a long thin
wire (1977), en la cual son las incidencias en la propia sala
las que alteran la altura de la frecuencia que se emite por ese
"largo alambre fino" que conforma, en catenaria, la pieza.
O es asimismo la estrategia seguida por Panhuysen y Johann Goedhard
en algunas de sus Long String Installations ya citadas. Más
recientemente, el artista japonés Yuji Oshima ha planteado
la medición de un espacio paralelepipédico con el uso de un espacializador
desarrollado en el IRCAM de París. La voz, aquí, como creadora de
un territorio en donde, como dice su autor, "la función fundamental
de la audición no sería la interpretación de una fuente sonora sino
la posición que esa fuente nos obligaría a definir un espacio."
La temática
social ha venido siendo asimismo abordada por no pocos autores,
conformando en parte o en todo su discurso. Algunos de los ejemplos
mencionados hasta ahora abundaban en esa problemática, pues no en
vano el artista es un ser social, y no sólo para servirse de las
nuevas posibilidades que la tecnología de su tiempo le ofrece.
Como el anterior,
otro gran tema es la espiritualidad, la adscripción de la obra,
de uno u otro modo, a una problemática "de lo trascendente".
Muchas instalaciones de Rolf Julius son planteadas con evidente
influencia "zen", mientras que La Monte Young y
Marian Zazeela convocaban sin disimulo a la meditación en
su Dream House (1990), que definen como una "instalación
en el tiempo según un montaje de frecuencias contínuas de luz y
sonido."
En las páginas
que aquí concluyen hemos pretendido ser claros y ùtiles. No, desde
luego, completamente objetivos en nuestras preferencias al escoger
unos ejemplos sobre otros. Tampoco, por descontado, habremos llegado
a acotar por entero el vasto campo por el que transitábamos. Confiamos
en que, cuando menos, lo escrito y discernido aquí sirva a los estudiosos
que vienen detrás o al lado y a quienes se acercan, con ojos y oídos
en lo posible desprejuiciados, a la exposición que justifica estos
comentarios.
Visita on-line a la exposición:
www.ccapitalia.net/resonancias
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