Cuando Bob Dylan decidió electrificarse
en el año 1965, sus seguidores se dividieron en dos bandos.
Unos lo siguieron sin dudarlo en la nueva aventura; otros lo llamaron
Judas por haber sucumbido a una supuesta comercialidad reencarnada
en las guitarras eléctricas. Los campos estaban claramente
diferenciados: por un lado, los folkies de ideología progresista
y musicalmente amantes del buen jazz de vanguardia y de las canciones
con texto de claro compromiso social interpretadas con sencillos
instrumentos acústicos; por otro, esos jóvenes yeyés
de pelo largo (ellos) y generosas minifaldas (ellas), con cabeza
de chorlito que cantaban temas intrascendentes con muy poca pericia
instrumental y a un ritmo endiablado sucio y ruidoso.
Había una contradicción, y es que los intrépidos yeyés
reivindicaban una música negra que antes había sido vilipendiada
como arma del diablo cuando cambió su condición de rural a urbana
allá por los años 50. De hecho, tocaban lo mismo que los negros
de las plantaciones de algodón, pero con instrumentos eléctricos
y ritmo infernal.
¿Era la electricidad un símbolo diferenciador en la
ideología musical? Decididamente sí. Los folkies del Village neoyorquino
seguían la línea marcada por Woody Guthrie o Pete Seeger e invitaban
a ciertos bluesmen negros como Leadbelly o Sonny Terry pretendiendo
buscar “la raíz”, los orígenes, lo auténtico del alma negra. Ignoraban
justamente el blues urbano que, ya en ese momento, dominaba la escena
de Chicago representado en nombres como Willie Dixon o Muddy Waters.
Que ignoraran el rock and roll es explicable por cuanto los folkies
puros anteponían los textos al ritmo musical. Que ignoraran los
textos generacionales de un Chuck Berry es menos justificable.
Cuando Bob Dylan
enchufó su guitarra le dio caña con esa estética del blues procedente
de Chicago que comulgaba perfectamente con la reivindicación que
los yeyés estaban realizando en esos momentos del rock and roll
más negro y combativo.
Barcelona
1962
A España, aunque parezca
mentira, llegó todo esto, aunque de forma pausada y ciertamente
ralentizada. Lone Star, el grupo de Barcelona, ya versioneó “My
babe” de Willie Dixon allá por 1962. Un grupo tan dulce como el
Dúo Dinámico conoció antes a Chuck Berry que a Elvis Presley. En
las matinales del Price madrileño se cantaba a Little Richard… Los
instrumentos que utilizaban eran rudimentarios, pero quizás por
ello había que tocarlos con más brío para poder hacerse oír.
Los primeros grupos instrumentales españoles en hacer
un sonido original eléctrico fueron Los Pekenikes y Los Relámpagos.
Hubo más. Al menos una docena siguió los pasos de los Shadows británicos
o los estadounidenses Johnny and the Hurricanes. Pero los que consiguieron
un sonido propio y original fueron esos dos. Ambos obraron en principio
como grupo de rock and roll que acompañaba a algún solista, caso
de Miguel Ríos o José Barranco entre muchos. Los Pekenikes adaptaron
temas tradicionales como “Los cuatro muleros” y Los Relámpagos crearon
“Nit de llampecs”. Ambos evolucionaron enseguida y generaron un
estilo autóctono plasmado en temas tan bellos como “Embustero y
bailarín” o “Dulcinea”. Cuando llegó la música progresiva, al acabar
la década de los 60, supieron adaptarse con versiones como “El tiempo
vuela” (Broker T. and the M.G’s) o ciertas obras clásicas españolas.
Su ejemplo influyó en muchos grupos españoles del momento y Los
Brincos lo aceptaron en el álbum conceptual “Mundo Demonio y Carne”.
También Fusioon, el grupo de Manresa de Martí Brunet, Santi Arisa
y Manel Camp, en adaptaciones como “Danza del molinero”, pero sobre
todo en su sensacional y postrer tercer LP, “Minorisa”, una de las
más importantes obras en el inicio de la unión entre el rock y lo
electrónico en España.
Mellotron
Revisemos algunos conceptos
antes de seguir. ¿Cuál es la relación entre el rock y lo electrónico?
¿Existe esta relación por el mero hecho de enchufar la guitarra
como hizo Dylan en su momento o es necesario algo más?
José Luis Armenteros, de Los Relámpagos, se quedó atónito
cuando fue a grabar a Londres en 1967 y descubrió que, en los mismos
estudios donde ellos tenían que grabar, un grupo poco conocido entonces,
los Moody Blues, estaban sacando sonidos celestiales de un armatoste
tremendo, más grande que el Leslie del Hammond B-3. Cuando pidió
al músico que prolongara aquel paraíso éste le respondió que no
podía, ya que el instrumento, un mellotron, sólo podía hacer sonar
las notas durante ocho segundos antes de repetir el ciclo otra vez.
Ahí sí hay una relación específica entre rock y electrónica: la
generación de sonidos por modulación de frecuencias. No se trata
de amplificar sonidos, sino de generarlos.
En esos momentos todavía se trabajaba con instrumentos
monofónicos de muy reducidos recursos. En principio se trataba de
reproducir los sonidos de la orquesta, pero pronto Walter (ahora
Wendy) Carlos enseñaría el camino para hacer algo nuevo. Su seminal
“Switched on Bach” sigue siendo obra de referencia. Desde el incipiente
mellotron al primer Proteus polifónico y en apenas diez años la
música cambió sustancialmente. Fue el momento brillante del rock
sinfónico donde Pink Floyd y toda la “escuela planeadora” de Berlín
despertó nuestras mentes alejándolas de la tonalidad e imponiendo
parámetros inusuales en el rock, como la tímbrica, la secuencia
o el contrapunto, totalmente alejados de la estética básica del
rock and roll.
Los Canarios de Teddy Bautista sufrieron esa evolución.
Después de ser un grupo de soul, y bastantes años más tarde de haber
triunfado con “Ponte de rodillas” (“Get on your knees”), decidieron
haber un doble LP conceptual, “Ciclos”, basado en “Las cuatro estaciones”
de Vivaldi. No escatimaron recursos, pero la parte realizada electrónicamente
fue muy importante. Sus referencias bebían sin duda en Los Relámpagos,
pero también en Luis de Pablo (sobre todo en su collage “We”) y
en Eduardo Polonio, cuya obra “It” debe ser catalogada como el primer
intento español de mezclar la electrónica con los postulados rockeros.
La llamada “onda layetana” de Barcelona fomentó el
acercamiento entre la electrónica y el rock, pero basándose en el
virtuosismo instrumental, principalmente de los teclistas. Jordi
Sabatés o el grupo Om, de Toti Soler, son claros ejemplos. Nada
en absoluto Iceberg (de Max Suñé y Kitflus) o el propio Toti Soler
como solista, ya que éstos buscaban estrictamente la pericia y la
técnica instrumental. Grupos españoles de rock sinfónico de la época
ejemplifican más la relación que buscamos, caso de Atila en su disco
“Reviure”, Gotic (“Escenes”), Asturcon (disco homónimo), Ibio (“Cuevas
de Altamira”) o los clásicos Bloque y Asfalto en casi toda su obra.
En este ejercicio de antropología sinfónica española habría que
recordar tres sublimes discos muy marginados en su momento y de
ínfima difusión pero no por ello menos importantes: “Holocaust”,
de Cotó en Pèl, el primer grupo de Pep Llopis; “Abre tu mente”,
de los también valencianos Doble Zero, y, en menor medida, “Tarántula”,
del grupo de mismo nombre.
Es entonces cuando aparece el grupo Neuronium con Michel
Huygen grabando para el sello Harvest (¡el mismo sello de Pink Floyd!)
haciendo música planeadora desde Barcelona con proyección internacional.
De todos los grupos citados sólo ellos perviven manteniendo un nivel
sobresaliente y alcanzando cada vez mayor presencia e importancia.
No-músicos
Corren ya los últimos años
70 y el punk arrasa con su slogan de “no hay futuro” afirmando que
el rock sinfónico es algo anticuado. Es justo en ese momento cuando
los instrumentos que generan sonidos por sí mismos comienzan a ser
asequibles: uno puede comprarse una caja de ritmos y, combinándola
con el entonces imprescindible cassette, hacer su obra en la propia
habitación de casa. La estética del punk predica que lo importante
es tocar sin ser músico, o sea, lo contrario de la línea dominante.
Surge entonces la generación de los no-músicos electrónicos que
empiezan a hacer no-música y no-canciones. ¿Cómo se entiende si
no “Necrosis en la poya” del primer Esplendor Geométrico? ¿Y el
inmediatamente posterior “Nuclear sí, por supuesto” de El Aviador
Dro y sus Obreros Especializados? Sabido es que los primeros fueron
la escisión radical de los segundos cuando todavía se llamaban Aviador
Drog.
El primer LP de Esplendor Geométrico es puro terrorismo
sonoro que creó escuela. Compitió con la movida madrileña y, en
vinilo, se llegó a convertir en el disco más reverenciado, buscado
y cotizado entre los coleccionistas. Eso sí es electrónica, sonidos
generados electrónicamente, aplicados al punk. No creo, sinceramente,
que ni Gabriel Riaza ni Arturo Lanz o Juan Carlos Sastre supieran
en ese momento lo que estaban haciendo Television o ruidosos similares.
Quizás sí Cabaret Voltaire y, desde luego, el exabrupto eléctrico
“Metal machine music” de Lou Reed, pero poco más. El camino de Esplendor
Geométrico fue seguido por una importante cantidad de artistas y
no-músicos como Diseño Corbusier, Francisco López, Neo Zelanda,
La Caída de la Casa Usher, el proyecto Randomize de Eugenio Muñoz…
En Barcelona, Victor Nubla, Macromassa, Antón Ignorant y un núcleo
agrupado en torno al Laboratorio de Música Desconocida intentaron
lo mismo, pero con muy serios conocimientos musicales, realizando
una de las propuestas más interesantes de las ultimas décadas, entre
las que se incluye la parte musical del grupo teatral La Fura dels
Baus.
La radicalidad de La Fura tuvo también su correspondencia
comercial en grupos como Azul y Negro, que no dejaron de hacer música
electrónica de gran éxito comercial pero de menor interés musical.
Puede argumentarse que también Kraftwerk hicieron la banda sonora
de una vuelta ciclista, el Tour de Francia en su caso, pero lo evidente
es que la discografía del grupo alemán contiene maravillas, como
“Autobahn”, que el dúo español no alcanzó en ningún momento. Aun
así, no eran los más comerciales, ya que este papel lo ocuparon
grupos como Glamour o Vocoder y, de forma más creativa, Oviformia
Sci, un proyecto que dejó pocos pero brillantes ejemplos.
El
club de los ruidos
1985 fue un año brillante.
En TVE se podía ver tocar en directo a los misteriosos The Residents
o a Throbbing Gristle dentro del programa “La edad de oro” de Paloma
Chamorro. O a Jordi Valls colocar sus anticruces junto a Vagina
Dentata y los tambores tipo Calanda. En Radio 3 surgió la sección
“El club de los ruidos” (con fanzine propio) que yo mismo dirigí
dentro del programa “Perfil del ruedo” de Salvador Valdés. Y se
podía escuchar toda esta no-música que volvía loco al jefe de emisiones,
a quien comentaban que los repetidores se habían fundido y distorsionaban
la señal. Nada más lejos de la realidad: la señal estaba distorsionada
de origen. Ese mismo año se publicó el antológico “Terra incognita”,
tercera referencia del sello granadino Auxilio de Cientos.
Toda acción tiene su reacción y, de repente, apareció
la new age, el estilo más desafortunado de la historia de la música.
Los yuppies se relajaban con sonidos que anunciaban la era de Acuario,
donde la tonalidad era dogma de fe y la búsqueda de la belleza el
principal argumento. Pero ¿qué belleza? Atahualpa Yupanqui dijo
en su canción “Los ejes de mi carreta”: “Si a mí me gusta que suenen,
¿pa’ qué los quiero engrasaos?”. Algunos músicos pretendieron engrasarlos
un poquito, caso de Suso Saiz o Luis Delgado con sus grupos Mecánica
Popular o Ishinohana, pero hubo que esperar hasta los 90 para que
la grasa hiciera efecto. Muzak adelantó lo que se avecinaba en el
maxi “Alto standing” y el LP “Diversión a control remoto”. En puntos
tan distantes como Almería, el País Vasco o las Canarias surgían
nombres como Juan Manuel Cidrón, Tol (Alberto Iriondo y Jesús Sarasúa)
o Javier Segura respectivamente que, procedentes en mayor o menor
medida del mundo del pop, tenían las suficientes inquietudes como
para hacer algo diferente. Y ¿cómo olvidarse de la Peña Wagneriana
de Nerja, donde ya militaba Alain Piñero? Su maxi “Hirnos de Andalucía”
contenía una pieza que fue sintonía del primer verano de “Discópolis-Radio
3”. “Ojú que caló”.
Esta
sí, ésta no, me la como yo
Algunos identifican actualmente
electrónica con baile, con “dance”. Y tienen su parte de razón si
se fijan en la parte más superficial de la misma. Es decir: con
los temas de Raúl Orellana o de Chimo Bayo. La ruta del bakalao
y pinchadiscos diversos fomentaron en los 90 una serie de remezclas
y de lanzamientos discográficos (“Maquina total”, “Mad mix”, “Bolero
mix”… más tarde “Pioneer”, etc.) de enorme aceptación y cierta repercusión
internacional. “Guitarra” y “Real wild house” de Orellana rompieron
fronteras, mientras que el tema de Chimo Bayo “Así me gusta a mí
(“ésta sí, ésta no”)”, aunque de uso interno, fue bailado hasta
la saciedad. Esta aceptación y la llegada de los raves a España
alentó los equipos de remezclas, como Rebeldes sin Pausa, Spanic,
Nacho Division, Big Toxic, etc, y permitió que algunos artistas
se reciclaran con la nueva estética, caso de Alaska y Nacho Canut
en su proyecto Fangoria o de Juanjo Javierre, que pasó de los Mestizos
a Soul Mondo. Curioso que este oscense recuperara el legendario
theremin en esa formación. Estas propuestas prolongaron algunos
éxitos de forma extraordinaria en los 90, caso de “Macarena” de
Los del Río o “Bushinde’s reel” de Hevia.
La
Roca
El éxito de la propuesta
“Café del mar”, el célebre bar de San Antonio en la isla de Ibiza,
permitió que a finales de los 90 apareciera una nueva corriente
más ralentizada que, enseguida, fue abrazada por quienes estaban
aburridos de tanto chunda-chunda. En la propia isla, Nacho Sotomayor
lleva editando una serie de impresionantes discos motivados y nombrados
como La Roca, o ese par de enormes moles que aparecen frente a la
cala de Sa Vedra. Pero también Alex Martin, Side Effects, Justo
Bagüeste (con su proyecto Inducing Pleasure Dreams), An Der Beat
y un largo etcétera tienen cosas muy interesantes que decir. Y Carlos
Jean, el haitiano de Ferrol que está consiguiendo una mezcla interesantísima
entre sonidos étnicos, techno bailón y electrónica pura.
El panorama es variado e interesante, pero todavía
no tenemos nuestros equivalentes a la parte más creativa de la electrónica
contemporánea, ésa que representa Genetic Drugs de Berlín o Fred
Galiano de Lyon. La onda etno-trance española llegará, pero, de
momento, la estamos esperando.
Publicado originalmente en la revista Todas
las Novedades de Mes. Número especial "La música
electrónica española", septiembre 2003
Reproducido en Resonancias por cortesia del autor y Todas las Novedades
www.todaslasnovedades.net/ |