Rock y electrónica    
José Miguel López Sep. 2003 precursores españoles, historia

Cuando Bob Dylan decidió electrificarse en el año 1965, sus seguidores se dividieron en dos bandos. Unos lo siguieron sin dudarlo en la nueva aventura; otros lo llamaron Judas por haber sucumbido a una supuesta comercialidad reencarnada en las guitarras eléctricas. Los campos estaban claramente diferenciados: por un lado, los folkies de ideología progresista y musicalmente amantes del buen jazz de vanguardia y de las canciones con texto de claro compromiso social interpretadas con sencillos instrumentos acústicos; por otro, esos jóvenes yeyés de pelo largo (ellos) y generosas minifaldas (ellas), con cabeza de chorlito que cantaban temas intrascendentes con muy poca pericia instrumental y a un ritmo endiablado sucio y ruidoso.

Había una contradicción, y es que los intrépidos yeyés reivindicaban una música negra que antes había sido vilipendiada como arma del diablo cuando cambió su condición de rural a urbana allá por los años 50. De hecho, tocaban lo mismo que los negros de las plantaciones de algodón, pero con instrumentos eléctricos y ritmo infernal.

¿Era la electricidad un símbolo diferenciador en la ideología musical? Decididamente sí. Los folkies del Village neoyorquino seguían la línea marcada por Woody Guthrie o Pete Seeger e invitaban a ciertos bluesmen negros como Leadbelly o Sonny Terry pretendiendo buscar “la raíz”, los orígenes, lo auténtico del alma negra. Ignoraban justamente el blues urbano que, ya en ese momento, dominaba la escena de Chicago representado en nombres como Willie Dixon o Muddy Waters. Que ignoraran el rock and roll es explicable por cuanto los folkies puros anteponían los textos al ritmo musical. Que ignoraran los textos generacionales de un Chuck Berry es menos justificable.

Cuando Bob Dylan enchufó su guitarra le dio caña con esa estética del blues procedente de Chicago que comulgaba perfectamente con la reivindicación que los yeyés estaban realizando en esos momentos del rock and roll más negro y combativo.

Barcelona 1962
A España, aunque parezca mentira, llegó todo esto, aunque de forma pausada y ciertamente ralentizada. Lone Star, el grupo de Barcelona, ya versioneó “My babe” de Willie Dixon allá por 1962. Un grupo tan dulce como el Dúo Dinámico conoció antes a Chuck Berry que a Elvis Presley. En las matinales del Price madrileño se cantaba a Little Richard… Los instrumentos que utilizaban eran rudimentarios, pero quizás por ello había que tocarlos con más brío para poder hacerse oír.

Los primeros grupos instrumentales españoles en hacer un sonido original eléctrico fueron Los Pekenikes y Los Relámpagos. Hubo más. Al menos una docena siguió los pasos de los Shadows británicos o los estadounidenses Johnny and the Hurricanes. Pero los que consiguieron un sonido propio y original fueron esos dos. Ambos obraron en principio como grupo de rock and roll que acompañaba a algún solista, caso de Miguel Ríos o José Barranco entre muchos. Los Pekenikes adaptaron temas tradicionales como “Los cuatro muleros” y Los Relámpagos crearon “Nit de llampecs”. Ambos evolucionaron enseguida y generaron un estilo autóctono plasmado en temas tan bellos como “Embustero y bailarín” o “Dulcinea”. Cuando llegó la música progresiva, al acabar la década de los 60, supieron adaptarse con versiones como “El tiempo vuela” (Broker T. and the M.G’s) o ciertas obras clásicas españolas. Su ejemplo influyó en muchos grupos españoles del momento y Los Brincos lo aceptaron en el álbum conceptual “Mundo Demonio y Carne”. También Fusioon, el grupo de Manresa de Martí Brunet, Santi Arisa y Manel Camp, en adaptaciones como “Danza del molinero”, pero sobre todo en su sensacional y postrer tercer LP, “Minorisa”, una de las más importantes obras en el inicio de la unión entre el rock y lo electrónico en España.

Mellotron
Revisemos algunos conceptos antes de seguir. ¿Cuál es la relación entre el rock y lo electrónico? ¿Existe esta relación por el mero hecho de enchufar la guitarra como hizo Dylan en su momento o es necesario algo más?

José Luis Armenteros, de Los Relámpagos, se quedó atónito cuando fue a grabar a Londres en 1967 y descubrió que, en los mismos estudios donde ellos tenían que grabar, un grupo poco conocido entonces, los Moody Blues, estaban sacando sonidos celestiales de un armatoste tremendo, más grande que el Leslie del Hammond B-3. Cuando pidió al músico que prolongara aquel paraíso éste le respondió que no podía, ya que el instrumento, un mellotron, sólo podía hacer sonar las notas durante ocho segundos antes de repetir el ciclo otra vez. Ahí sí hay una relación específica entre rock y electrónica: la generación de sonidos por modulación de frecuencias. No se trata de amplificar sonidos, sino de generarlos.

En esos momentos todavía se trabajaba con instrumentos monofónicos de muy reducidos recursos. En principio se trataba de reproducir los sonidos de la orquesta, pero pronto Walter (ahora Wendy) Carlos enseñaría el camino para hacer algo nuevo. Su seminal “Switched on Bach” sigue siendo obra de referencia. Desde el incipiente mellotron al primer Proteus polifónico y en apenas diez años la música cambió sustancialmente. Fue el momento brillante del rock sinfónico donde Pink Floyd y toda la “escuela planeadora” de Berlín despertó nuestras mentes alejándolas de la tonalidad e imponiendo parámetros inusuales en el rock, como la tímbrica, la secuencia o el contrapunto, totalmente alejados de la estética básica del rock and roll.

Los Canarios de Teddy Bautista sufrieron esa evolución. Después de ser un grupo de soul, y bastantes años más tarde de haber triunfado con “Ponte de rodillas” (“Get on your knees”), decidieron haber un doble LP conceptual, “Ciclos”, basado en “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. No escatimaron recursos, pero la parte realizada electrónicamente fue muy importante. Sus referencias bebían sin duda en Los Relámpagos, pero también en Luis de Pablo (sobre todo en su collage “We”) y en Eduardo Polonio, cuya obra “It” debe ser catalogada como el primer intento español de mezclar la electrónica con los postulados rockeros.

La llamada “onda layetana” de Barcelona fomentó el acercamiento entre la electrónica y el rock, pero basándose en el virtuosismo instrumental, principalmente de los teclistas. Jordi Sabatés o el grupo Om, de Toti Soler, son claros ejemplos. Nada en absoluto Iceberg (de Max Suñé y Kitflus) o el propio Toti Soler como solista, ya que éstos buscaban estrictamente la pericia y la técnica instrumental. Grupos españoles de rock sinfónico de la época ejemplifican más la relación que buscamos, caso de Atila en su disco “Reviure”, Gotic (“Escenes”), Asturcon (disco homónimo), Ibio (“Cuevas de Altamira”) o los clásicos Bloque y Asfalto en casi toda su obra. En este ejercicio de antropología sinfónica española habría que recordar tres sublimes discos muy marginados en su momento y de ínfima difusión pero no por ello menos importantes: “Holocaust”, de Cotó en Pèl, el primer grupo de Pep Llopis; “Abre tu mente”, de los también valencianos Doble Zero, y, en menor medida, “Tarántula”, del grupo de mismo nombre.

Es entonces cuando aparece el grupo Neuronium con Michel Huygen grabando para el sello Harvest (¡el mismo sello de Pink Floyd!) haciendo música planeadora desde Barcelona con proyección internacional. De todos los grupos citados sólo ellos perviven manteniendo un nivel sobresaliente y alcanzando cada vez mayor presencia e importancia.

No-músicos
Corren ya los últimos años 70 y el punk arrasa con su slogan de “no hay futuro” afirmando que el rock sinfónico es algo anticuado. Es justo en ese momento cuando los instrumentos que generan sonidos por sí mismos comienzan a ser asequibles: uno puede comprarse una caja de ritmos y, combinándola con el entonces imprescindible cassette, hacer su obra en la propia habitación de casa. La estética del punk predica que lo importante es tocar sin ser músico, o sea, lo contrario de la línea dominante. Surge entonces la generación de los no-músicos electrónicos que empiezan a hacer no-música y no-canciones. ¿Cómo se entiende si no “Necrosis en la poya” del primer Esplendor Geométrico? ¿Y el inmediatamente posterior “Nuclear sí, por supuesto” de El Aviador Dro y sus Obreros Especializados? Sabido es que los primeros fueron la escisión radical de los segundos cuando todavía se llamaban Aviador Drog.

El primer LP de Esplendor Geométrico es puro terrorismo sonoro que creó escuela. Compitió con la movida madrileña y, en vinilo, se llegó a convertir en el disco más reverenciado, buscado y cotizado entre los coleccionistas. Eso sí es electrónica, sonidos generados electrónicamente, aplicados al punk. No creo, sinceramente, que ni Gabriel Riaza ni Arturo Lanz o Juan Carlos Sastre supieran en ese momento lo que estaban haciendo Television o ruidosos similares. Quizás sí Cabaret Voltaire y, desde luego, el exabrupto eléctrico “Metal machine music” de Lou Reed, pero poco más. El camino de Esplendor Geométrico fue seguido por una importante cantidad de artistas y no-músicos como Diseño Corbusier, Francisco López, Neo Zelanda, La Caída de la Casa Usher, el proyecto Randomize de Eugenio Muñoz… En Barcelona, Victor Nubla, Macromassa, Antón Ignorant y un núcleo agrupado en torno al Laboratorio de Música Desconocida intentaron lo mismo, pero con muy serios conocimientos musicales, realizando una de las propuestas más interesantes de las ultimas décadas, entre las que se incluye la parte musical del grupo teatral La Fura dels Baus.

La radicalidad de La Fura tuvo también su correspondencia comercial en grupos como Azul y Negro, que no dejaron de hacer música electrónica de gran éxito comercial pero de menor interés musical. Puede argumentarse que también Kraftwerk hicieron la banda sonora de una vuelta ciclista, el Tour de Francia en su caso, pero lo evidente es que la discografía del grupo alemán contiene maravillas, como “Autobahn”, que el dúo español no alcanzó en ningún momento. Aun así, no eran los más comerciales, ya que este papel lo ocuparon grupos como Glamour o Vocoder y, de forma más creativa, Oviformia Sci, un proyecto que dejó pocos pero brillantes ejemplos.

El club de los ruidos
1985 fue un año brillante. En TVE se podía ver tocar en directo a los misteriosos The Residents o a Throbbing Gristle dentro del programa “La edad de oro” de Paloma Chamorro. O a Jordi Valls colocar sus anticruces junto a Vagina Dentata y los tambores tipo Calanda. En Radio 3 surgió la sección “El club de los ruidos” (con fanzine propio) que yo mismo dirigí dentro del programa “Perfil del ruedo” de Salvador Valdés. Y se podía escuchar toda esta no-música que volvía loco al jefe de emisiones, a quien comentaban que los repetidores se habían fundido y distorsionaban la señal. Nada más lejos de la realidad: la señal estaba distorsionada de origen. Ese mismo año se publicó el antológico “Terra incognita”, tercera referencia del sello granadino Auxilio de Cientos.

Toda acción tiene su reacción y, de repente, apareció la new age, el estilo más desafortunado de la historia de la música. Los yuppies se relajaban con sonidos que anunciaban la era de Acuario, donde la tonalidad era dogma de fe y la búsqueda de la belleza el principal argumento. Pero ¿qué belleza? Atahualpa Yupanqui dijo en su canción “Los ejes de mi carreta”: “Si a mí me gusta que suenen, ¿pa’ qué los quiero engrasaos?”. Algunos músicos pretendieron engrasarlos un poquito, caso de Suso Saiz o Luis Delgado con sus grupos Mecánica Popular o Ishinohana, pero hubo que esperar hasta los 90 para que la grasa hiciera efecto. Muzak adelantó lo que se avecinaba en el maxi “Alto standing” y el LP “Diversión a control remoto”. En puntos tan distantes como Almería, el País Vasco o las Canarias surgían nombres como Juan Manuel Cidrón, Tol (Alberto Iriondo y Jesús Sarasúa) o Javier Segura respectivamente que, procedentes en mayor o menor medida del mundo del pop, tenían las suficientes inquietudes como para hacer algo diferente. Y ¿cómo olvidarse de la Peña Wagneriana de Nerja, donde ya militaba Alain Piñero? Su maxi “Hirnos de Andalucía” contenía una pieza que fue sintonía del primer verano de “Discópolis-Radio 3”. “Ojú que caló”.

Esta sí, ésta no, me la como yo
Algunos identifican actualmente electrónica con baile, con “dance”. Y tienen su parte de razón si se fijan en la parte más superficial de la misma. Es decir: con los temas de Raúl Orellana o de Chimo Bayo. La ruta del bakalao y pinchadiscos diversos fomentaron en los 90 una serie de remezclas y de lanzamientos discográficos (“Maquina total”, “Mad mix”, “Bolero mix”… más tarde “Pioneer”, etc.) de enorme aceptación y cierta repercusión internacional. “Guitarra” y “Real wild house” de Orellana rompieron fronteras, mientras que el tema de Chimo Bayo “Así me gusta a mí (“ésta sí, ésta no”)”, aunque de uso interno, fue bailado hasta la saciedad. Esta aceptación y la llegada de los raves a España alentó los equipos de remezclas, como Rebeldes sin Pausa, Spanic, Nacho Division, Big Toxic, etc, y permitió que algunos artistas se reciclaran con la nueva estética, caso de Alaska y Nacho Canut en su proyecto Fangoria o de Juanjo Javierre, que pasó de los Mestizos a Soul Mondo. Curioso que este oscense recuperara el legendario theremin en esa formación. Estas propuestas prolongaron algunos éxitos de forma extraordinaria en los 90, caso de “Macarena” de Los del Río o “Bushinde’s reel” de Hevia.

La Roca
El éxito de la propuesta “Café del mar”, el célebre bar de San Antonio en la isla de Ibiza, permitió que a finales de los 90 apareciera una nueva corriente más ralentizada que, enseguida, fue abrazada por quienes estaban aburridos de tanto chunda-chunda. En la propia isla, Nacho Sotomayor lleva editando una serie de impresionantes discos motivados y nombrados como La Roca, o ese par de enormes moles que aparecen frente a la cala de Sa Vedra. Pero también Alex Martin, Side Effects, Justo Bagüeste (con su proyecto Inducing Pleasure Dreams), An Der Beat y un largo etcétera tienen cosas muy interesantes que decir. Y Carlos Jean, el haitiano de Ferrol que está consiguiendo una mezcla interesantísima entre sonidos étnicos, techno bailón y electrónica pura.

El panorama es variado e interesante, pero todavía no tenemos nuestros equivalentes a la parte más creativa de la electrónica contemporánea, ésa que representa Genetic Drugs de Berlín o Fred Galiano de Lyon. La onda etno-trance española llegará, pero, de momento, la estamos esperando.

 

Publicado originalmente en la revista Todas las Novedades de Mes. Número especial "La música electrónica española", septiembre 2003
Reproducido en Resonancias por cortesia del autor y Todas las Novedades www.todaslasnovedades.net/