Los diez años que acaba de cumplir un festival
de la repercusión del “Sónar” pueden ser una buena medida para calibrar
el grado de madurez, el estado de salud o la simple aceptación como
un hecho natural de la música electrónica en España. Su continuo
crecimiento ha ido parejo con el de la oferta artística y discográfica
en cantidad, calidad y diversificación, y su presencia va dejando
de ser la anécdota colorista a la que, de vez en cuando, recurren
los suplementos culturales y las revistas de tendencias para pasar
a formar parte del paisaje sonoro como un componente más al que
hay que dedicarle la debida atención. Pero como todo en la vida
tiene su precedente, para llegar a este punto hizo falta un caldo
de cultivo que nos puede remontar un par de décadas hacia atrás.
Quizá haya que empezar por puntualizar la propia definición
de “música electrónica”, un término tan elástico y abierto a interpretaciones
como personas dispuestas a interpretarlo haya. La explosión de los
últimos quince años ha asimilado el concepto “electrónica” a la
música de baile, la cultura de clubs y las herramientas de los DJs.
Y, si bien es cierto que muchas otras disciplinas (experimentales,
ruidistas, ambientales, puramente pop…) han sabido aprovecharse
de esa coyuntura para situarse mejor en el escaparate público, no
lo es menos que, a menudo, se cae en el reduccionismo por pura comodidad
conformista.
Porque electrónico es Eduardo Polonio, un personaje
que a finales de los años 60 inició una obra electroacústica que
pasó por el grupo Koan. Polonio fundó el Laboratorio de Música Electrónica
Alea y su correspondiente grupo (Alea-Música Electrónica Libre)
en Madrid y, desde mitad de los 70, ha continuado en Barcelona desde
el Laboratorio de Música Electroacústica Phonos. A pesar de una
intensa actividad en directo que le lleva a codearse por igual con
sus contemporáneos de conservatorio que a compartir cartel con los
últimos ruidistas sobrevenidos de ordenador portátil, su discografía
dispersa (y dolorosamente intermitente) ejemplifica la escasa repercusión
mediática de una carrera que, en cualquier otro país, habría sido
celebrada como el auténtico lujo que es.
No menos electrónicos son, en los años 70, los devaneos
progresivos de Teddy Bautista con Los Canarios en su última etapa
(y en solitario), o el francés afincado en Barcelona Michel Huygen
con sus Neuronium, proyecto que, en sus inicios, se integraba en
los correos cósmicos alemanes de Tangerine Dream y Klaus Schultze
y que, sin variaciones sonoras drásticas, ha llegado hasta los 90
adscrito a la new age.
Pero para la mayoría de quienes hoy celebran el estado
de la “música electrónica” como actores o espectadores, el punto
de partida probablemente sean El Aviador Dro y sus Obreros Especializados.
Formados a finales de los 70 por los madrileños Servando Carballar
y Arturo Lanz, el grupo tomó a Devo como modelo para crear unos
alter egos rebautizados con nombres cibernéticos, disfrazados de
mono de trabajo negro o blanco, y cuyos movimientos robóticos acompañaban
un pop sencillo de temática futurista (“La chica de plexiglás”,
“Laser”, la polémica “Nuclear, sí”) en el que bajo y guitarra convivían
con caja de ritmos, vocoders y secuenciadores. Tras quedar segundos
en el Concurso Villa de Madrid de 1980, la grabación de su primer
disco para Movieplay (la compañía que debía publicar al ganador
pero que también decidió ficharles a ellos) produjo algunas desavenencias
que culminaron con la salida de Arturo, Gabriel Riaza y Carlos Sastre,
quienes formaron Esplendor Geométrico y se vieron, poco después,
reducidos a dúo con la deserción de Carlos.
Servando todavía hoy afirma que él se inventó el término
techno pop y como prueba puede mostrar el cartel del Primer Simposio
Techno que organizó en la sala Marquee en la primavera del 81. Allí,
junto al Aviador, interrumpidos por la Policía Nacional para proceder
a la identificación de los asistentes, actuaron El Humano Mecano
(que luego grabaría como Metal & Cía.), Oviformia Sci (más tarde
Heroica) e Iniciados, el grupo paralelo de los Dro inspirado en
los Residents. Para entonces ya habían fundado su propio sello Discos
Radiactivos Organizados, primera indie madrileña en la que grabaron
numerosos grupos de la nueva ola capitalina (y de la viguesa) y
que, con el tiempo, colocaría a varios miembros del grupo como altos
ejecutivos de la compañía, finalmente absorbida por Warner. Anteriormente,
los Dro habían disfrutado de un saneado éxito comercial con las
producciones de Julián Ruiz de singles como “Vortex” o “El color
de tus ojos al bailar”, y después continuaron en manos de Servando
y su nueva compañía, La Fábrica Magnética, desde finales de los
80. Quizá el único acompañante en el arranque de la nueva ola madrileña
que tuvo el Aviador fue la primera formación de Radio Futura, con
el fugaz paso de Herminio Molero como manipulador de sonidos inspirado
en el papel no-músico de Brian Eno en Roxy Music (o eso decían ellos).
Mientras tanto, tras una primera etapa vocal de letras
epatantes inspirada en la burradas de Whitehouse y Throbbing Gristle,
Esplendor Geométrico se convirtió en una de la apuestas más originales
y atractivas de la escena industrial internacional, con un sonido
propio ampliamente imitado bautizado como “rhythm’n’noise”. Tras
la salida de Gabriel y la colaboración esporádica del italiano Saverio
Evangelista, Esplendor Geométrico sigue en buena forma en manos
de Arturo desde su actual residencia en Pekín, como muestra su disco
del año pasado “Compuesto de hierro”. Salpicada de referencias publicadas
en sellos holandeses, estadounidenses o japoneses, amén de apariciones
en numerosas recopilaciones, el cuerpo principal de su imprescindible
discografía apareció en Esplendor Geométrico Discos (sello fundado
con la colaboración de Andrés Noarbe) y ha tenido continuación en
Geometrik, ya en manos del propio Noarbe, actual dueño de la tienda
y distribuidora Rotor. Ambos sellos “geométricos” han sido fundamentales
en la culturización electrónica española merced a sus frecuentes
intercambios con otros sellos internacionales y la publicación,
primero en cassette, después en vinilo y ahora en CD, de los nombres
esenciales de la electrónica alternativa más arriesgada.
Paralelamente a la gestación de una escena madrileña,
Macromassa (Juan Crek y Víctor Nubla), Perucho’s y Tropopausa habían
creado a finales de los 70 en Barcelona una de las primeras independientes
españolas, UMYU. El acercamiento de Macromassa a lo electrónico
venía más por la manipulación de sonidos y técnicas de grabación
artesanas (con referencias al movimiento británico “Rock In Oposition”
de grupos como Henry Cow y un sentido del humor dadaísta muy particular)
que por los sonidos propiamente sintéticos. Poco después Nubla funda
el sello de cassettes LMD (Laboratorio de Música Desconocida), sumándose
a una boyante y, aún por reivindicar, escena barcelonesa. Allí surgieron
proyectos como Entr’acte, Error Genético, Líneas Aéreas, L’Extrema
Unció o el colectivo Ortega y Cassette, donde aparecían nombres
como 32 Guájar’s Faragüit, Camino al Desván, Avant-Dernière Pensées
--proyecto de Anton Ignorant, frecuente colaborador de Macromassa
en el futuro-- o Melodinámika Sensor, de un Javier Hernando que,
tras diversos proyectos en cinta, por fin publicó sus primeros discos
con su nombre a finales de los 90, precisamente en el sello Geometrik.
También en Geometrik han salido recientemente los discos de Nad
Spiro, nombre tras el que encontramos a la donostiarra Rosa Arruti,
guitarrista y tratadora de sonidos que se ha mantenido activa desde
sus inicios en aquella Barcelona de los primeros 80 en grupos de
avant-rock como Tendre Tembles.
Esplendor Geométrico y Ortega y Cassette fueron la
parte más visible entre nosotros de una explosión de la cultura
del cassette que se extendió por el mundo en la primera mitad de
los 80 como alternativa autogestionada para dar salida a inquietudes
que no tenían cabida en los circuitos comerciales. En esa época
nacieron muchas aventuras que el tiempo, la ambición de los autores
y el nivel de exigencia del público han ido filtrando con el olvido
o la reivindicación, y hasta hoy han llegado nombres como Miguel
Angel Ruiz (entonces grabando como Orfeón Gagarin) o Francisco López,
que, desde sus primeras grabaciones en El Internado, basadas en
el estudio de los insectos, ha llegado a nuestros días convertido
en una de las figuras internacionales del subsonido. Con grabaciones
y performances donde el silencio y el desafío a la percepción no
tiene referentes distractores (ni visuales, ya que suele presentarse
en absoluta oscuridad, ni literarios. Son legendarias sus grabaciones
“Untitled” simplemente numeradas que ya superan la centena), también
ha jugado con sampleos de grindcore y speed metal y colaborado con
ilustres noisicians como Merzbow y John Duncan.
También fue importante en ese legado caseteril una
cédula andaluza llamada Laboratorio del Doctor No, formada por los
granadinos Neo Zelanda (Ani Zinc), Diseño Corbusier (pareja formada
por la propia Ani y Javier G. Marín) y el jienense de Andújar Rafael
Toral. La corta vida del Laboratorio no interrumpió la prolífica
carrera de Toral como Comando Bruno y otros numerosos alias, la
cual derivó más tarde al trabajo en vídeo. Mientras, la pareja granadina
siguió brevemente a través de su sello Auxilio de Cientos y llegó
a publicar un álbum de Diseño Corbusier en Nuevos Medios.
Al margen de la vanguardia, que se decía entonces,
los 80 se dividen entre una primera mitad marcada por el techno
pop (que aquí se traduciría en dúos como Azul y Negro y más tarde
OBK y Viceversa) y una segunda en la que explota la cultura del
baile. En Valencia, gracias a las visitas a las discotecas de la
costa levantina de grupos belgas, holandeses y alemanes que practicaban
un siniestrismo de base electrónica que acabarían dando cuerpo a
la “electronic body music”, se acuña el término “bakalao”. Sobre
el origen del término hay diversas versiones que aluden desde el
sinónimo de caña (o marcha) al comentario que realizaban los distribuidores
de discos de importación cuando traían novedades (“traigo buen bakalao”)
pasando por el nombre de una discoteca que, aunque rebautizada,
mantuvo su nombre en el imaginario colectivo. Es curioso cómo un
adjetivo que en sus primeros años se refería a los sonidos marciales
de Front 242 --la versión más depurada que se produjo entre nosotros
fue Flash Zero, con discos en Fonomusic, mientras que la más exitosa
y verbenera fue la representada por Chimo Bayo y su “Así me gusta
a mí”-- acabó como sinónimo de un hardcore infantiloide, superficial,
comercial y cabezón que (rutas e implicaciones sociales aparte)
ha hecho mucho daño (posiblemente justificado) a la concepción que
desde fuera se tiene de la música de baile, tanto por el exceso
etílico-químico como por esas infumables recopilaciones “anunciadas
en televisión” plagadas de covers de gasolinera.
La otra pata de esa segunda mitad de los 80 se apoya,
lógicamente, en Ibiza. Allí dio la casualidad de que, para celebrar
su cumpleaños, el disc-jokey inglés Paul Oakenfold se llevó un día
a su familia y amigos DJs (Danny Rampling) y promotores (Nicky Holloway)
a la discoteca Amnesia y descubrieron al argentino Alfredo mezclando
los éxitos del momento (del house de Ralphi Rosario al funk de Prince
pasando por el pop de George Michael o el flamenco-house del barcelonés
Raúl Orellana) con clásicos cantos al amor de Bob Marley, Stevie
Wonder o los Beatles. Condimentado con aditivos lisérgicos y la
capacidad británica para dictar tendencias, se llevaron el modelo
a casa para presentarlo como “acid house” y convirtieron la isla,
y en especial San Antonio, en su sucursal veraniega con el desembarco,
en los años posteriores, de los grandes clubes ingleses llevando
sus programaciones y estrellas locales para disfrute de turistas
que apenas ven la luz del sol, sólo sus puestas en el paradigma
del chill out, el Café del Mar. Allí ganó fama José Padilla, un
barcelonés emigrado en los 70 que encontró el lugar ideal para hacer
escuchar sonidos más relajados, ambientales e intemporales. Aunque
hace ya tiempo que sus caminos se separaron (incluyendo disputas
a cuenta de la marca registrada que suponen las muy bien vendidas
recopilaciones del Café del Mar), el nombre del local y el de Padilla
están ya para siempre unidos por aquellos momentos mágicos. Padilla
tiene ya dos discos de música propia con colaboraciones de gente
como Seal o N’Dea D’Avenport, pero lo curioso es lo mucho que ha
tardado en descubrírsele en España, reflejo, quizás, del modo en
que en Ibiza vivían ignorándose los visitantes internacionales y
el público local. Afortunadamente, y empezando por las propias discotecas,
que ya empiezan a imitar a los clubes que acogen publicando también
sus propias recopilaciones, la interacción va creciendo y beneficia
en especial a productores y DJs locales como Kiko Navarro (Pachá
Mallorca), César del Río (Privilege), Sergio Patricio (de las barcelonesas
Discotèque y La Terrrazza), Alvaro Espinosa (Space of Sound), Nacho
Marco, Dimas & Martínez, Chus, Joeski, Ceballos, Wally López
o Kucho, que están infiltrando con éxito sus producciones de house
en el circuito internacional.
Volviendo al 88 y a los inicios del acid, en Barcelona
reinaban el citado Raúl Orellana en la cabina de Studio 54 y César
de Melero (hoy habitual de Ibiza) en la de Ars al tiempo que comenzaban
las visitas de pinchas internacionales como Hippie Torrales (de
Turntable Orchestra) o CJ Makintosh (M/A/R/S/S). Mientras, Alaska
& Dinarama lo acercaban al gran público desde su último álbum,
“Fan fatal”, producido por Rebeldes sin Pausa, residentes en la
discoteca Oh Madrid y productores también del primer (y fallido)
intento de lanzar hip hop en español con la recopilación “Rap de
aquí”. Su impactante gira de presentación culminó con la salida
del recordado Carlos Berlanga y la transformación del grupo, en
el 90, en Fangoria, dúo con una coherente carrera minada por los
altibajos provocados por los cambios de compañías (Hispavox, Running
Circle…). Tras apadrinar a buena parte de la escena electrónica
madrileña actual desde el club Expandelia (que se celebraba cada
jueves en la sala Morocco), Fangoria resucitó al terminar los 90
con la publicación en Subterfuge de “Una temporada en el infierno”.
Fundamental en su primer sonido fue la incorporación de Big Toxic,
quien, aparte de publicar dos discos de drum’n’bass como Smol Tosi
en Subterfuge, dirige, junto a Leandro Gámez, el sello de techno
(sólo maxis de vinilo) Audiodrome y se gana la vida masterizando
en su estudio discos de todo tipo y pelaje. Con Fangoria realizó,
sin firma, la remezcla de “Macarena” que inundó de coreografías
absurdas campañas electorales y descansos de partidos NBA.
Sin embargo, el éxito de Fangoria llegó con esa visita
al infierno producida ya por Carlos Jean. Jean se moldeó en el circuito
discotequero con hits como “El apretón” (firmando como DJ Charlie
en el 97) y conoció su primer éxito “de prestigio” junto a la actriz
Najwa Nimri con ese primer proyecto de trip hop made in Spain que
respondía por Najwajean. Apenas un disco (“No blood”, en el 98)
y algunos temas en bandas sonoras y campañas comerciales y sus caminos
se separaron: Carlos ha producido a OBK, remezclado a Miguel Bosé,
Camela y Alejandro Sanz y reencontrado el éxito con un segundo álbum
que le acaba de llevar a Japón; Najwa, por su parte, se apoya ahora
en las producciones de Raúl Santos, ex batería de Los Planetas que,
como SupercineXcene, grabó en el 99 un interesante disco homónimo
de abstract beats para el sello Tú Pierdes, la sucursal arriesgada
del sello de hip hop Yo Gano.
A principios de los 90, mientras Oscar Mulero, Yke,
Cristian Varela o Elesbaan empiezan a modelar en Madrid las coordenadas
de su techno más contundente desde salas como The Omen o Soma, Geometrik
documenta en su primera referencia (“Audioscope: New electronic
music from Madrid”) a supervivientes de la vanguardia de los 80,
como Luis Mesa (Merz), Juan Monreal, los citados Francisco López
y Miguel Angel Ruiz, los planeadores El Sueño de Hyparco o los ex
miembros de Clónicos Markus Breuss y Antonio García. Por Clónicos,
proyecto más cercano a las coordenadas electroacústicas de Polonio
y las freakeces avant-jazz de Macromassa, y con algún disco publicado
en los 80 por Nuevos Medios, también pasó el saxofonista aragonés
Justo Bagüeste que fue colaborador de Polanski y El Ardor, Rei Lui,
Luis Eduardo Aute, Corcobado o Angel y Los Güais y, ya en los 90,
se lanzó al directo para chill outs y el ambientalismo a veces krautrockero
con dos discos para Geometrik y el reciente “Inducing the pleasure
dreams” en STKM, donde pone música a poemas escritos y recitados
por Aute, Corcobado, Antonio Dyaz (de El Sueño de Hyparco), Silvia
Grijalba o Jesús Ferrero.
Como eslabón entre la historia reivindicable y el futuro
pujante, en 1995 Geometrik publica la recopilación “Electronic generators”,
que incluye nombres que ya empezaban a sonar entre los aficionados
que esperaban la consolidación de una escena dance electrónica seria
en España. Nombres con los que no tardaremos en familiarizarnos,
como Madelman --que había asomado dos años antes en la recopilación
de La Fábrica Magnética “Techno bit”, rodeado de penosas réplicas
de OBK--, Big Toxic, HD Substance, The Frogmen, Resonic o los barceloneses
G.O.S. y Alex Martín (como Oxident Audios); estos dos últimos participaron
en la primera edición del Sónar, lo que a Martín le sirvió para
hacer contactos que fructificaron en la edición de discos para F
Communications (el sello del francés Laurent Garnier) y el alemán
Pod entre otros.
La onda expansiva del festival barcelonés, ideado por
el periodista Ricard Robles y los productores (que a partir de entonces
dejaron de serlo) Jumo (Sergi Caballero y Enric Les Palau), empezó
a extenderse imparable hasta nuestros días. Poco antes había nacido
también en Barcelona el fanzine especializado “Disco 2000”, que
con el tiempo pasaría a revista gratuita (y el virus se extendió
como bien sabe cualquiera que se acerque al Mercado de Fuencarral)
e incluso llegaría a los quioscos. Sus fundadores extendieron su
círculo de operaciones creando la promotora de conciertos y DJs
Producciones Animadas y el sello Cosmos, donde han publicado discos
de Madelman, Funk Empire, Chop Suey, los zaragozanos John Landis
Fans, Easy, unos renovados Aviador Dro o los ganadores del concurso
de maquetas de la revista “Rockdelux” Manoukian y Peanut Pie. Cuando
salió el disco de Peanut Pie, uno de sus miembros, Aleix Vergés
(con nombre de batalla DJ Sideral y hoy toda una estrella), ya se
había afianzado como residente de la recién nacida Nitsa, sala que,
junto a la Florida 135 de Fraga, fue el primer intento de mantener
una programación internacional estable. Ello fructificó como ejemplo
para el boyante estado que vive el ramo de hostelería y las agencias
de DJs desde entonces y sus efectos se multiplicaron en las carpas
dance de todo festival que se precie.
Junto a Cosmos empiezan a florecer en esos años nuevos
sellos. Indies como Subterfuge y Elefant abren secciones específicas
que destapan a gente como Mastretta (Subterfuge), Silvania (Elefant),
HD Substance (en ambos, aunque en Subterfuge como Milinko) u otro
de los escasos intentos de drum’n’bass patrio, el albaceteño Mell
Allen, también ganador del concurso de maquetas de “Rockdelux”.
Del mismo modo, aparecieron sellos especializados como
Minifünk (desde la distribuidora So Dens) con artistas como Teen
Marcianas, Alex Martín, JL Magoya, Loe, el madrileño Groof o el
exitoso disco funk de An der Beat (de Cerdanyola), amén de artistas
internacionales como el detroitiano Tim Baker o los vieneses Glory
B. Pero lo normal han sido los sellos asociados a determinados artistas
o fundados por ellos.
Los madrileños The Frogmen publicaron primero un maxi
en el sello montado por la distribuidora Running Circle (que sólo
llego a lanzar otro de HD Substance) para, inmediatamente, hacerse
cargo de la dirección artística de Boozo, un sello donde, aparte
de sus proyectos conjuntos (The Frogmen, California Sun…), Tony
Rox y Leandro Gámez dieron salida a cosas en solitario o de amigos
como Alex Martín, HD Substance/Milinko, Resonic, Magoya o el alemán
O.Com. A una primera etapa bastante productiva siguió la separación
de The Frogmen con Tony Rox quedándose al mando al tiempo que disfrutaba
de un merecido prestigio como DJ de house con residencias en House
of Devotion, el club itinerante de Dani Panullo. Tras un breve impasse,
Boozo reaparece en el año 2000 con un oferta diversificada en subsellos
de hip hop (360) y petardeo (Tacones Altos, con disco de McNamara),
en tanto que el techno queda para la firma Isoghi, dirigida por
Leandro Gámez, el otro Frogmen. Aunque la aventura Boozo terminó
abruptamente al año siguiente, Gámez --que sigue codirigiendo Audiodrome--
mantiene vivo Isoghi con plásticos de una pujante nueva generación
de techno doméstico (Daniel Erbe, Backspin Boyz, Bando) y goza de
respeto como DJ y productor. En este aspecto, su último logro ha
sido la publicación de un EP en el sello Intec de Carl Cox, “Domestica”,
que ha recibido excelentes críticas de la prensa especializada británica.
Los paralelismos sello-artista siguen en los techno-masters
madrileños Cristian Varela (Pornographics), Oscar Mulero (Warm Up),
HD Substance (Atlas), el cántabro Christian Wünsch (Tsunami), el
asturiano que fuera residente de La Real de Oviedo Higinio (Motor)
o el ex residente de La Sala del Cel gerundense Joël Pons (Playtime,
Out…), aunque sus respectivas discografías en sellos de aquí y de
allá y colaboraciones darían para llenar (y tirarse) muchos folios.
En otro tipo de sonidos también se ha ganado merecida
solera Novophonic, el sello donde el donostiarra Pez --que debutó
al mando de Parafünk en La Fábrica Magnética con una mezcla de rap
y acid jazz-- se diversifica en numerosos proyectos paralelos (Digi
Onze, Camping Gaz, Electropez…) marcados por el sentido del humor
a la hora de usar el sampler y los ritmos alatinados. Con presupuestos
similares (no en vano han colaborado alguna vez) pero más downtempo,
aparece también Evil Tunes, del madrileño Watch TV (Rubén García),
también colaborador de Chop Suey.
Por último, el electro, que intentó resurgir desde
la periferia del hip hop a través del sello Tú Pierdes con la recopilación
“Elektro domésticos”, encontró en Serafín Gallego su principal valedor.
Allí aparecía como Khosmaker y sacaría álbum propio (“Klonik”).
Un año después reapareció como Elektrosher en Boozo y desde hace
un par de años se hace llamar Alex Stark al mando de su propio sello,
Star Whores. Allí ha encontrado la conexión germano-neoyorquina
del electroclash, de modo que su primer álbum (“Highway to disko”)
con el nuevo alias ha salido en la prestigiosa compañía alemana
Disko B. Del mismo modo, ha remezclado al mismísimo Arthur Baker,
el creador con Afrika Bambaataa del himno del electro “Planet rock”
y productor de todo quisque entre New Order y Mick Jagger. Las dos
recopilaciones que Star Whores ha publicado hasta ahora documentan
la salud de esta nueva escena (donde reaparece el prolífico Groof
como Robert Calvin), mientras que algunos nuevos paisajistas sonoros,
como los barceloneses Fibla (también al mando del sello S.Park)
y Shudo (César Pesquera), van poniendo también picas en Bélgica
publicando sus respectivos primeros discos directamente en el veterano
sello Sub Rosa.
La música electrónica en España es una telaraña de
confluencias, paralelismos y bifurcaciones en la que no es difícil
enredarse. Nosotros hemos tirado de un hilo, pero hay muchos otros.
Búscalos.
Publicado originalmente en la revista Todas
las Novedades de Mes. Número especial "La música
electrónica española", septiembre 2003
Reproducido en Resonancias por cortesia del autor y Todas las Novedades
www.todaslasnovedades.net/
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