Este conocido semiólogo italiano,
autor de El nombre de la rosa
y otras novelas y obras de ensayo, dedicó en cierto momento
de su carrera cierta atención a la música electrónica.
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A
finales de los 50, Eco trabajaba en la RAI
de Milán como coordinador de programas culturales. Resulta que justo
encima de su despacho tenía Luciano
Berio su estudio de fonología (...era un continuo silbar
de ondas cuadradas y ruido blanco...), donde se realizaban
experimentos musicales que despertaron la curiosidad de Umberto
Eco, interesado en las características de esta nueva música, que
a su juicio era un claro exponente de obra abierta,
en el sentido de que tanto su interpretación como su audición no
eran cerradas, sino múltiples, virtualmente inagotables. En su libro
Obra Abierta, Eco
habla de la obra Homenaje a Joyce,
creada por Berio a partir de lecturas del Ulises, que
eran procesadas de distintas formas (filtrado de fonemas...) hasta
hacerlas irreconocibles. La elección de la obra para este experimento
bien pudo ser sugerida por Eco, gran experto en la obra de James
Joyce.
A pesar de considerar a la música electrónica
de entonces como parte de la vanguardia artística, será en su obra
Apocalípticos e integrados,
dedicada a la cultura de masas, donde Umberto Eco analice con cierta
profundidad sus distintos aspectos, dentro del capítulo dedicado
a la música creada y reproducida con máquinas. En lo que se refiere
a la música electrónica, centra su estudio en los puntos siguientes:
La producción electrónica de sonido provoca
la aparición de una materia musical
totalmente nueva, destinada a superar la tonalidad como forma
expresiva. Con la electrónica, no sólo era posible escapar del sistema
tonal (basado en notas predefinidas) sino que se podía construir
el sonido en cada uno de sus detalles, abriendo posibilidades infinitas,
que eran bienvenidas por el músico ávido de ampliar la sensibilidad
de un público acostumbrado a las convenciones sonoras existentes,
que no eran necesariamente las mejores.
Eco muestra la importancia de la grabación
en cinta magnética, tanto para
el procesado de sonidos concretos como para la conservación
de los experimentos electrónicos. Esto contiene numerosas implicaciones:
la aparente imposibilidad de anotar
estos experimentos (a menudo sujetos al azar) en una partitura
limita su vida a la de la cinta en que se graban.
[Con las técnicas de grabación digital esto
ya no es así, pero en los primeros 60 no se podía saber]
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Para cualquiera que lo intente, no es trivial
seguir esta sopa de símbolos en la música (Schulze sabrá,
supongo), por lo que los reparos del amigo Eco no son gratuitos |
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Pero lo dicho antes es discutible, ya que muchos
músicos electrónicos plasman en papel los procesos musicales que
efectúan, anotando con precisión los valores de los filtros, generadores
y demás elementos empleados. Eso sí, con notaciones bastante particulares,
que en algunos casos alcanzan cierta entidad pictórica por sí mismas.
Como muestra, la partitura de una de las composiciones
de Klaus Schulze, que nada tiene que ver con el clásico pentagrama.
Por otro lado, los aparatos electrónicos permiten,
a partir de elementos sencillos, obtener una infinita gama de sonidos,
que pueden fabricarse hasta el más mínimo detalle. Con esto, el
compositor tiene ante sí un universo totalmente inexplorado. Para
usar con efectividad estas posibilidades, el nuevo músico debe tener
conocimientos de matemáticas y física
y un gran dominio de los aparatos electrónicos: un músico-ingeniero
abierto a todas las posibilidades de la cultura.
En lo que se refiere a la interpretación de esta música, hay que
notar que con la grabación en cinta desaparece
la dualidad compositor-intérprete, lo que elimina problemas
de fidelidad interpretativa.
Yo creo en la música mecánica.
Si dispusiera de una pianola con hipertonos, yo grabaría mi música
en la cinta. Para eliminar cualquier interferencia del intérprete.
Manuel de Falla.
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Eco, Umberto (1968)
Apocalípticos e Integrados
Barcelona.
Tusquets Editores
4ª Edición Marzo 2001
ISBN: 84-7223-869-5 |
Y en su consumo también cambian las cosas.
La ejecución en salas de concierto supone una modificación de la
naturaleza de éstas, derivada de las nuevas necesidades técnicas.
Incluso se piensa que esto llegará a desaparecer, tendiéndose a
la ejecución privada con una posible intervención
por parte del consumidor, que al igual que el compositor
se ve sometido a nuevos niveles de responsabilidad, resultantes
de los condicionantes de la nueva materia musical.
Por último, Umberto Eco vuelve del revés los
argumentos de los enemigos de esta nueva forma de expresión musical.
Éstos sostienen que la electrónica priva a la música de humanidad,
pasando a estar dominada por la máquina. Ante esto, Eco no se limita
a manifestar lo obvio (que los instrumentos tradicionales pueden
ser muy complejos y también pueden limitar la expresividad del músico,
como es el caso del piano), sino que da la visión contraria: muchos
músicos electrónicos mantienen ante sus aparatos las mismas actitudes
que el pianista decimonónico, conservando cierta inercia romanticista
que las luces y pantallas de su consola de instrumentos no han eliminado.
La innovación
que supone la aparición de la electrónica en la música crea nuevas
condiciones, pero no destruye las antiguas: esto es cierto
tanto en la música experimental como en la destinada al consumo,
y por tanto no basta con un juicio moralístico a priori sobre el
particular.
Umberto Eco escribió esto en 1962. Ha pasado
mucho tiempo desde entonces, pero la lección fundamental permanece:
ante un hecho cultural como es la Música Electrónica no se puede
cerrar los ojos o negar la existencia de tal manifestación. Es necesario
estudiarla en todas sus facetas, para, con una argumentación razonada,
llegar a las conclusiones pertinentes.
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